Las álgidas corrientes de aire azotaron con fuerza en el rostro del dios del sueño, entrelazó sus dedos detrás de su espalda para observar el inmenso bosque que rodeaba su castillo, lejos de la sociedad humana. Bostezó con pesadez rodando los ojos fastidiado para reír sin humor.
Giró sobre sus propios talones, posando sus ojos sobre aquellas ovejas llenas de lana que estaban a un lado de la cama. Ellas realizaron un balido con exasperación cuando lo observaron arrastrar sus pies cubiertos por unas pantuflas de conejo con una nariz rosa hasta llegar al borde de la cama donde dejó caer su peso sobre la exuberante cama hecha por plumas.
Apretó sus ojos con fuerza para apreciar el ronquido de los humanos que en ese momento estaban dormidos para balancearse de un lado a otro al compás del sonido. Apretó con fuerza las sábanas de la cama en las que estaba sentado.
—¿Cuánto tiempo lleva sin dormir? —preguntó con lentitud una oveja del trío.
—No sé, no entiendo el motivo, si yo antes con cerrar los ojos y recostarme podía quedar completamente dormido —bufó, apretando el puente de su nariz para arrugar el entrecejo.
Abrió sus ojos para mover la cabeza para ver al trío de ovejas, del lado derecho se encontraba una de piel oscura y lana negra como la noche, era mucho más grandes que las otras mientras que la del medio era de un café, pero esponjosa, como si fuese una nube, lo que le faltaba a la última de color blanca que tenía poca lana.
Morfeo acomodó su cabello un poco largo y alborotado que cubría su diminuta frente.
—¿Debería de comer algo? —Lloriqueó el dios del sueño, dejando caer su espalda en la almohada para prestar atención al techo de ladrillo.
—Ya ha intentado comer y no ha funcionado en lo absoluto. —Arrastró sus palabras la oveja blanca, alejándose de su alineamiento con el resto de sus compañeras.
—No creo que tampoco le haya sentado algo mal —murmuró la negra, ladeando la cabeza.
—Todo estaba de maravilla hasta que ya no pude dormir, estoy tan molesto. Necesito dormir, dormir para mantener mi buen humor y mi belleza. —Cubrió su rostro con ambas manos.
—Sí, necesitas dormir, porque a veces, eres insoportable —afirmó la café.
Escuchar aquella oración provocó que la sangre de la deidad hirviese por todo su ser que podría quemar más que el mismísimo inframundo. Se levantó de inmediato para arrugar su entrecejo y morder su labio inferior.
—Nadie pidió tu opinión, idiota. —Dio un par de vueltas sobre la cama hasta quedar bocabajo para gemir con frustración.
—¿Desde cuándo ser honesto es un pecado? —argumentó la negra con su voz grave.
Morfeo omitió todas las palabras de las ovejas para arrastrar su cuerpo hasta llegar a las sábanas para dejar la cabeza en una almohada, para guardar las largas piernas debajo de las abrasadoras cobijas. Pasó sus dedos por su melena blanca para destapar sus grandes ojos.
—¡Ovejas! —ordenó con enojo, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Ya sé, ya sé —repitieron a coro las tres ovejas, negando con la cabeza llena de malogro.
Las tres se colocaron en fila, una detrás de la otra para empezar a brincar sobre la amplia cama, para que Morfeo las pudiera contar una a una, y quizás, con algo de suerte; esa vez sí lograría conciliar el sueño. O al menos eso esperaban sus compañeras, porque saltar durante toda la noche era un arduo trabajo.