Nicoletta giró la cabeza hacia atrás con sorpresa, después de todo ese había sido una sensación que jamás creyó que viviría. Acarició sus muslos con lentitud, pues había recobrado todos sus recuerdos y los que tenía cuando era una sirena se habían esfumado.
Después de todo, no estuvo tan mal. Esbozó una sonrisa con satisfacción para retomar el camino hacia al frente.
Entretanto, Morfeo empuñó su mano derecha para estrellarla contra la pared formada de ladrillos rugosos. Extendió toda su mano sobre la textura, echando la cabeza hacia al frente, tratando de respirar con profundidad.
Cada vez la humana inmunda se acercaba más a ella.
Debía de detenerla, pero ¿Cómo?
—¿Qué es lo que te preocupa? —inquirió la oveja blanca del medio, al ver a su dios con preocupación.
—Puedo sentir la respiración de la humana. — Arrugó la nariz y apretó los ojos, sus labios se torcieron hasta que se formó una mueca—. No la quiero cerca de mí.
—¿Y por qué no le das algo extraordinario que le provoque millones de mariposas en el estómago? —sugirió la oveja negra con una esponjosa melena, hasta parecía que sonreía de manera maquiavélica.
—Sí, ¿podría hacer que su estómago explote en mil pedazos?
La oveja café abrió su hocico por la sorpresa, sin entender porque seguía sorprendiéndose con los sádicos pensamientos del dios del sueño.
—¡No! —regañó la oveja negra como un respingo—. Estás mal, ¿qué es lo que te pasa?
—Entonces no te entiendo, ¿qué es a lo que te refieres?
—No puedo creer que seas un dios siendo tan bruto —resopló la oveja café, relinchando cual caballo.
Morfeo alzó ambas de sus cejas pobladas y blancas, cruzando los brazos sobre su pecho para terminar girando sobre sus propios talones.
—¿Qué es lo que querías decir? —replicó de mala gana, rodando los ojos.
Morfeo abrió el ojo blanco que solo existía un pequeño contorno de su iris alrededor del ojo. Cubrió con una mano la mayor parte de su rostro, sintiendo su piel fría.
—Si alguien no se siente ameno en cierto lugar, va a querer escapar en cuanto pueda. Mejor crea un ambiente en el que esa persona desee que el tiempo se detenga —insinuó nuevamente la oveja negra, que, si tuviese una ceja, lo más probable es que estuviera alzándola.
—Sí, tienes razón. —Infló sus pulmones de aire, deslizando su mano hasta llegar a la barbilla donde la acarició— ¿Cómo hago eso?
—Repito: a veces eres demasiado bruto para ser un dios griego—recriminó la oveja negra.
La pelirroja recargó una de sus manos sobre el árbol con miedo de seguir continuando con su recorrido. El bosque la había obligado a vivir dos experiencias: una mejor que la otra. Por lo que no sabía que le depararía después, creando una incertidumbre que ella necesitaba saciar.
Extendió su pierna hacia al frente, prosiguiendo con su andar, cruzando en medio de dos anchos árboles sintiendo un cosquilleo por todo su cuerpo, así como su cabello caía en cascada por sus hombros, así como sus memorias estaban siendo suprimidas, creando una nueva.
Nicoletta jadeó a modo de liberar la frustración que sus hombros contenían por el arduo trabajo que había hecho durante todo el día. Agitó el talón para quitarse uno de sus tacones y ayudarse a deshacerse del otro con ayuda del pie. Movió sus pies en círculos para una mayor comodidad. Sin tomarle importancia, decidió arrojar su maletín al sofá.
Fue en ese momento que llegó a su nariz un delicioso olor a pasta que impregnaba toda su humilde morada y fue consciente de la música que se acompañaba.
—¿Cariño? —preguntó con curiosidad.
Se apresuró a llegar a la cocina donde vio un hombre alto con el cabello un poco largo y alborotado que tenía la espalda encorvada, concentrándose en el plato que tenía al frente.
—Hola, amor. No te oí llegar. —El hombre enderezó su espalda, echando sus cabellos hacia atrás con ayuda de un movimiento rápida de cabeza.
Nicoletta dio dos pasos hasta estar justo detrás de él, dejando una de sus manos sobre la espalda baja de su marido para dejar un casto beso sobre sus labios.
—¿Cómo estuvo tu día? —inquirió con una voz viril, recobrando su postura, continuando, picando alguna verdura que estaba sobre la tabla.
—Exhausto, gracias por preparar la comida. Sabes que lo más cansado de trabajar con los niños son las madres histéricas que no pueden calmarse. Al menos tuve cinco casos de esos en el consultorio hoy —resopló la pelirroja— ¿Por qué estás preparando todo tan bonito? ¡No me digas que es nuestro aniversario y lo olvidé! —Golpeó su frente con la mano extendida.
El hombre dejó nuevamente de picar la verdura, se limpió las manos en su mandil, secándolas. Posteriormente se giró sobre su propio eje y envolvió a su esposa con sus brazos, recargando su barbilla en la parte superior de la mujer. Ella inhaló profundamente el perfume viril de su marido y rodeo su tórax con sus delgados.
—No, Nico. No has olvidado nuestro aniversario, de igual manera sueles poner en el calendario y haces recordatorio. Pero, no puedo creer que te hayas olvidado de que Ben Carson va a venir a comer, a ver si puedes expandir tus horizontes y colaborar con el doctor en Italia —explicó el hombre con sus ojos verdes intensos, deslizando sus manos por su espalda hasta llegar a sus hombros.
La noticia le cayó como un balde de agua fría y de no ser por lo que las grandes manos de su marido la estaban sujetando con fuerza, lo más probable es que se hubiera caído de trasero.
—¿Perdón?
—Anoche estabas muy entusiasmada, no puedo creer que se te haya olvidado hoy —mofó el hombre, negando con la cabeza y dibujando una sonrisa sobre sus labios.
En sus mejillas se hicieron presente sus hoyuelos con esa encantadora sonrisa.
—Harry —musitó con confusión, arrugando el entrecejo, recordando que cuando era más chica era su cantante favorito— ¿Quién dices que va a venir?