El capricho de Morfeo

007 I Los brazos de Morfeo

La nube en la que Morfeo estaba sentado con las piernas cruzadas encima se movió un poco, por lo que la deidad había perdió completamente el equilibrio y su espalda cual imán, se sintió atraído por el suelo. Se atragantó con su propia saliva, incrédulo que la inmunda humana se encontraba dentro de su habitación; un lugar que es completamente sagrado.

Nala, saltó del hombro de la humana con un grito lleno de preocupación para ir a socorrer a su dios, de igual manera, Nicoletta se apresuró para agacharse justo en frente del dios de piel pálida.

—¿Se encuentra bien, mi dios? —inquirió llena intranquilidad, intentado tocar la palma de su mano.

Antes de rozar su piel, la deidad echó la mano hacia atrás, todavía escéptico de que estuviera ahí. Parecía que todos en su mundo eran una bola de inútiles. Bien que le decían que, si quería que las cosas saliesen perfectas, debería de hacerlo por sí mismo.

La pelirroja no entendía el gesto de desagrado del hombre de pelo blanco al arrugar el entrecejo y alzar un poco su labio superior de un lado. Le parecía sorprendentemente sus ojos; los dos era redondos, uno era tan azul como el cielo en un día soleado, y el otro parecía que no tenía pupila ni iris, pues era un círculo blanco con algunas venas delgadas alrededor, y afuera de este, estaba uno más grande de color negro.

Aquellos ojos extraños bloquearon su capacidad de comunicación, por lo que jugueteó con los dedos de su mano cuando la deidad volvió a echarse para atrás, evitando ser tocado y levantándose con más rapidez.

—Hola —musitó con lentitud, como si al dios le complicase procesar la oración.

—Yo me llamo Nicoletta. —Tocó su pecho con la palma de su mano—. Y vengo de la tierra. —Movió sus brazos en forma de círculo para simular la forma del planeta, manteniendo su lentitud de sus palabras.

Morfeo resopló con irritación, cruzando los brazos sobre sus pectorales, cubriendo su rostro con una de sus manos.

—No tengo ni la más mínima idea de por qué me estás hablando como un completo idiota —refuta, rodando los ojos.

—Es que como no decías ni una palabra, por un segundo creí que...

—No digas ni una palabra más —irrumpió el dios, levantando su mano para detenerla, después acarició sus sienes, intentando procesar un plan para echar a la humana de su castillo.

—Me llamo Nicoletta —repitió la pelirroja con incomodidad, mirando los ojos del dios por un microsegundo, pero la desvió hacia el suelo.

No sabía nada sobre dioses, hasta hace un momento ella creía que solo eran un mito. Pero no, porque ahora está de pie en frente de uno.

—Te escuché la primera vez —resopló, inflando su cuadrado pecho y arrugando la nariz— ¿Qué es lo que quieres y por qué estás aquí?

Morfeo giró sobre sus propios pies para encaminarse hacia su grande cama, sus manos estaban entrelazadas en su espalda, oportunidad que le dio a la humana para inspeccionar la gigantesca habitación del dios.

Por todo lo anterior que había experimentado, se había imaginado una creativa alcoba, dinámica y con muchas criaturas a su alrededor. Aunque nada más tenía tres ovejas de diferentes colores que por un minuto se imaginó que eran unas estatuas, pero se estremeció cuando los pares de ojos seguían cada uno de sus movimientos. Agachó la mirada para ver las expresiones entusiastas de la troll que admiraba el piso por donde caminó la deidad.

Morfeo se sentó al borde de su cama, observando a la intrusa de su mundo con soslayo. Ella parecía un poco exhausta, desalineada y hambrienta. No es algo que le importase, pero su sola presencia lo irritaba.

—Sigo esperando tu respuesta —alentó Morfeo con desespero, sacudiendo la mano para apresurarla.

Aquello era absurdo, debido a que él sabía a la perfección el motivo de su inoportuna visita.

—Pues... Creo que no sé... —Se encogió de hombros, pues la frialdad de la voz de Morfeo le helaba toda su sangre.

—Entonces si no sabes... ¿Por qué estás aquí? —interrumpió hostilmente, dejando caer su espalda sobre su cama.

Algo dentro de Nicoletta se encendió, de las actitudes que ponían de malhumor era que la ignorasen, y parecía que ella era la culpable de estar ahí. Pues nadie iba a querer ese mundo si no es dormido, porque ni le dieran otra oportunidad de visitar ese lugar, lo ignoraría.

Nicoletta dio dos zancadas hasta estar más cerca de la cama, carraspeando su garganta para atraer la atención del peliblanco. Morfeo que veía hacia el techo, sonrió de lado y rodó los ojos antes de incorporarse sobre su lugar.

—Estoy escuchando... —refutó él, relamiendo su labio inferior.

Su espalda estaba curva, y su codo estuvo apoyado sobre la rodilla para enmarcar su quijada marcada.

—Soy Nicoletta y vengo del mundo humano —aclaró ella, intentando sonar firme para solicitar su sueño de regreso.

—Dime algo que no sepa —farfulló el dios, torciendo un poco el cuello para tronarlo.

—Vengo por mi sueño —escupió ella, no soportaba que él no la dejase terminar la oración.

—Declinado, ahora te puedes marchar de mi castillo —replicó con naturalidad, indicando la misma puerta por la que entró.

—No, es que tu no me entiendes. Yo no puedo regresar allá sin mi sueño, eso me podría llevar a la muerte —explicó ella, apretando con fuerza sus ojos redondos—. Yo no sé cómo funcionan en ustedes, pero cuando un humano ordinario...

—... Como tú —mofó Morfeo, interrumpiéndola nuevamente e indicándola con el dedo índice.

—... Sí, como yo. —Inhaló con profundidad, sin querer darle hincapié a la su inoportuno comentario—. Tras una primera noche sin dormir, el sistema mesolímbico se estimula y la dopamina fluye, por lo que nos sentimos con más energía, motivación, optimismo y deseo sexual. Pero claro, esta sensación positiva es engañosa, ya que, a partir de ahí, todo va cuesta abajo —modificó el timbre de su voz a uno más profesional.



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En el texto hay: castigo, dioses, medicina

Editado: 08.10.2023

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