La respiración de Nicoletta pareció detenerse por unos segundos, por lo que abrió sus ojos de golpe, levantándose al mismo tiempo. Ella agachó la mirada, observando que Stella tenía ambos brazos en el borde de la cama y su cabeza estaba sobre ellas, parecía que ha estado cuidándolas por toda la noche.
¿Es que cuánto tiempo ha pasado? Se siente como si hubiese vivido durante una semana en un extraño mundo.
Todo sonaba como una demencia, su sueño había parecido tan real.
La pelirroja bostezo con cansancio mientras estiraba ambos brazos al aire. Luego, con cariño decidió acariciar la melena corta de su mejor amiga murmurando su nombre.
—Solo diez minutos más, mamá —musito Stella, sacudiendo su mano para que la dejase tranquila.
—Todavía a pesar de años, no puedo creer que me sigas llamando mamá —bromeó Nicoletta con una voz dulce, acercándose más a ella y a su oído.
Murmuro que terminó por despertar a Stella que echó la cabeza hacia atrás lo más rápido que pudo. Limpió la comisura de sus labio con el dorso de la mano, debido a que había un hilo de baba seca. Fregó sus ojos y le regaló una sonrisa melosa a su mejor amiga.
—¿Cómo te sientes, Nico? —inquirió, levantándose del pequeño banco, acercándose a la mujer de la cama.
La estiró es cabello hacia atrás, examinado cada centímetro de su rostro, con ayuda de sus dedos, la obligó a agrandar más sus ojos verdosos. Las ojeras por debajo habían desvanecido un poco, pero aún se mantenía unos círculos oscuros y profundos.
—Dormiste toda una noche entera, supongo que sea lo que sea que hizo aquella gitana funcionó. —Esbozó otra sonrisa, pues esperaba que eso fuese más que suficiente para que Nicoletta ya no tuviese problemas para conciliar el sueño.
—Se sintió como una semana —confesó, segura de sus palabras y llevaba una mano hacia su cabeza para hacer un masaje en forma de círculos.
—Lo creo, estoy segura —rio Stella, sacudiendo la cabeza—. La gitana estaba asegurando cosas bien extrañas, pues decía algo de un dios griego, y no sé qué...
—Supongo que sí, porque tuve sueños bien raros. Había un hombre alto, creo que como de 1.95 metros, tenía su ojo izquierdo blanco y el otro azul, su piel era excesivamente pálida. Su cabello también era blanco, aunque las cejas eran de un café claro. Tenía tres ovejas y podían hablar había un gran castillo. —Arrugó el entrecejo llena de confusión, destellos de recuerdos invadían su cabeza, por lo que apretó los ojos.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —repitió Stella con desesperación, girando sobre sus propios talones en busca de un vaso con agua.
Se había olvidado por completo que había uno sobre la mesa de noche que estaba a un lado de la cama. Lo tomó y se lo tendió a la chica sobre la cama, quien lo aceptó gustosa y dio un sorbo que le sabía a gloria.
—¿Qué fue eso? —inquirió Stella, quitándole el vaso de cristal de las manos, regresándolo a su lugar.
—No sé, no sé qué me hizo la gitana —refutó confundida.
Nicoletta creía que todo lo que había vivido era parte de un sueño. Tal vez lo que hizo la gitana fue hipnotizarla y plantarle un problema que debía de resolver para poder dormir, fuese cual fuese su método, si era o no ortodoxo, aparentemente había dado resultados, y al final, eso era lo importante.
—Yo tampoco, pero funcionó —confesó Stella— ¿Quieres que te prepare el desayuno?
Nicoletta asintió con la cabeza varias veces, como estaba perdida en la cuestión del tiempo, ella acarició las sábanas de su cama, como si fuesen a darle la respuesta, de igual manera echó un vistazo a una vela blanca que pareció consumirse por completo.
—¿Por qué las velas? —preguntó con curiosidad, bajando sus largas piernas, estirándolas para tomar el vaso de cristal.
—Me dijo que cuando esta se apagasen, tú debías de abrir los ojos, que, si no los abrías, nunca lo ibas a hacer, cosas raras, no sé —explicó Stella, alzando su cabello rubio en una baja cola de caballo, ya que era lo único que le alcanzaba su pelo.
Ella se recargó en el marco de la habitación de Nicoletta antes de salir de la habitación. Mientras tanto, la pelirroja se levantó de la cama, estirándose. Todavía se sentía exhausta, pero era soportable y creía que podía diferenciar entre la realidad y la imaginación.
Arrastró sus pies hacia sus pantuflas de peluche, tomó su celular para revisar el día. Para su suerte, era domingo, por lo que no tenía que preocuparse por la escuela. Ese día lo iba a tomar para relajarse, se lo merecía, o al menos eso creía.
Fue como una niña pequeña hasta la cocina, observando a su mejor amiga como picaba algunas verduras pues aparentemente iba a hacer un omelette, su estómago gruñó.
—¿Necesitas que te ayude para algo? —ofreció, aunque estaba cruzando los dedos detrás de su espalda para que declinase.
—Por favor, ayúdame a batir cuatro huevos. Acuérdate que debes de separar las claras de las yemas —señaló el refrigerador que está a un lado con ayuda del cuchillo.
Nicoletta mordió el interior de su mejilla, bajando la mirada hacia sus muñecas, en busca de una liga para atarse el cabello. No obstante, no había nada, pero se hace un pequeño moño solo con sus mechones, ya que era suficientemente largo para hacerlo. Sacó un tazón profundo de la loza, un tenedor y fue al refrigerador por dos huevos.
Empezó a batir, como Stella le indicó. Ella había aprendido que la rubia era muy perfeccionista y si las cosas no salían como ella lo planeó, todo el día iba a estar de mal humor. Después de terminar, preguntó si debía de continuar batiendo o ya estaba listo. Stella pareció satisfecha al tomar el tazón.
—¿Qué planes tenemos para hoy? —preguntó Nicoletta, estándose en la silla de la mesa.
—La verdad no tengo apetito de hacer nada, lo único que quiero es ver una nueva serie y comer palomitas —confeso Stella, bostezando—. Pasé la noche en vela, cuidándote. Pero, estoy feliz que puedas dormir.