Otro día más sin lograr conciliar el sueño.
Nicoletta había perdido las horas, no estaba lúcida. Se encontraba sentada en la cama con la espalda recargada en la fría pared, sus piernas estaban extendidas y sus ojos fijos sobre la ventana, aborreciendo el precioso amanecer.
Ella veía una sombra oscura, a un lado de la ventana. Su entrecejo estaba fruncido, pero ya no sabía cuál era la fantasía o cual era la realidad. Parpadeó cuando la alarma de su celular sonó, ella estiró la mano hacia la mesita de noche para apagarla. Con pesadez y completamente hastiada, arrastró una de sus piernas, levantándose de la cama.
Tomó la toalla gris que estaba sobre una silla, salió de la pieza, yendo directamente hacia el baño.
Morfeo no le quitó los ojos a la parca, él era consciente de cada paso que daba. Cuando vio a la humana inmunda cerrar la puerta tras su espalda y que el hombre de negro iba a entrar, posicionó una mano sobre su pecho.
—¿Qué es lo que haces? —preguntó Morfeo, con el semblante serio y autoritario.
Su pecho se había inflado un poco, aunque no debía de interferir, estaba preocupado, porque sabía a la perfección los problemas de la pelirroja.
—Voy a entrar al baño, ¿qué no ves? —bufó la parca, las fosas nasales de su ancha nariz triangular se expandieron al resoplar.
—¿Y dónde está la privacidad? —insistió Morfeo sin quitar la mano del pecho.
—Te he dicho que literalmente soy como su sombra que la acompaña hasta la regadera, y me detendré cuando su alma esté a mi lado. No sé porque te incumbe tanto —farfulló, torciendo los labios en una mueca.
Desde que se encontró con el dios griego del sueño, él lo había acompañado hasta ese momento.
—Que no puedes, los humanos necesitan privacidad. De igual manera, un baño es seguro, no creo que suceda nada.
—Las personas se pueden descalabrar la cabeza con el agua, así que si es posible. Con sinceridad, existen muertes muy torpes de los humanos. —La parca muerde el interior de su mejilla, tratando de contenerse, ellos seguían una jerarquía, y un dios, fuese cual fuese, debía de respetar.
Pero ¿cómo respetar a alguien quien estaba interfiriendo en su trabajo?
Aunque, por otra parte, le causaba intriga las razones de Morfeo estuviese ahí. Había rumores negativos hacia él; como se rumoraba que detestaba a todo ser humano que viviese en la tierra, que preferiría no realizar sus labores, pero era su deber. Así que no entendía por qué motivo continuaba a su lado.
—Yo creo que a nadie le gustaría morir sin ropa... —vaciló Morfeo, encogiéndose de hombros y apretando los ojos con fuerza mientras se ponía en frente de la puerta, evitando que entrase.
Era consciente que sus palabras se escuchaban absurdas.
—No lo recordará...
De igual manera, la discusión había terminado, porque la humana abrió la puerta con una toalla envuelta alrededor de su cuerpo, a la vez que él se giraba sobre su propio eje, quedando frente a Nicoletta. Ella se mantuvo quieta, sus ojos lucían excesivamente cansados y su aliento chocaba cerca del cuello del dios griego.
La pelirroja tenía su cabello húmedo suelto, por lo que las gotas estaban escurriendo por su espalda. Le daba la sensación como si alguien la estuviese observando, aunque lo más probable es que había delirando.
Ella caminó hacia su habitación, justo detrás la parca.
—¿Qué puede pasar en una habitación? —relincha Morfeo, dando una zancada para que Nicoletta entrase a su cuarto.
—Eso no es asunto tuyo, ya te lo he dicho. Yo sé hacer mi trabajo, tampoco me voy a encargar de matarla, si eso es lo que tanto te llega a preocupar. —La parca se encoge de hombros—. No tenemos permitido interferir tan abiertamente en la vida.
Morfeo iba a abrir la boca, pero la amiga rubia salía de la otra habitación, en pijamas que fue directamente a la ducha. Ella era diferente a Nicoletta, parecía disfrutar las mañanas.
Nicoletta salió de su habitación, con un peine en mano. Se podía ver como todavía había unas burbujas que eran restos del champú sobre su larga cabellera. Dejo el objeto por encima de los platos que estaban sucios en el lavaplatos y se dirigió al refrigerador.
Arriba de la gran caja de color gris metálica se encontraba un jarrón de cristal por petición de Stella, quien es amante de las flores y por el momento están ahí antes de plantarlas en una maceta. La parca dibujó en su rostro una media sonrisa que podía erizar la piel a cualquiera, sus ojos por un segundo se tornaron negros, y se imaginó que ese día iba a terminar su guardia.
Morfeo lograba intuir los pensamientos de la parca, seguramente había recogido miles de almas. No obstante, eso no le importaba, lo que sí era que debía de evitar que la human tonta se golpease la cabeza. Así que empezó a caminar en su dirección, con las manos entrelazadas detrás de su espalda.
—Detente, ni se te ocurra hacer nada —advirtió la parca, levantando una mano—. Me complicas mi trabajo.
—Pero ¿qué se supone que estoy haciendo? —cuestionó en un tono inofensivo, apretando sus gruesos labios, fingiendo acumular aire.
—Los dos sabemos lo que estás tratando de hacer —decretó severo, dentro de su cabeza estaba ideando ideas para que él sufriese, pero no podría efectuarlo, ni siquiera era poseedor de un poder desmedido, como el de los dioses.
El peliblanco guiñó su ojo izquierdo, cuyo iris era blanco y al borde parecía tener una pupila. Soltó un estruendoso estornudo al instante en que la humana se agachaba para revisar el interior y el jarrón caía, con sus caderas la empujó hacia un lado.
Nicoletta cayó al suelo, con los cristales alrededor, el agua escurrió hasta su trasero, así que solo agachó la cabeza, parecía que no lograba procesar los hechos. La puerta del baño fue abierta, y su amiga llegó lo más antes posible, socorriéndola. Se agachó, tomando a la pelirroja del codo para que ella se levantase.