Nicoletta sintió un peso extra sobre sus piernas que le estaban provocando un cosquilleo, intentó moverla, pero no lograba conseguirlo del todo. Refunfuñó entre sus sueños con frustración al estar encarcelada. Deslizó su mano por su pecho hasta llegar a sus caderas, donde había un bulto grande.
Abrió sus ojos verdes con celeridad, pestañeó un par de veces, estupefacta al ver a un hombre a un lado de su cama. Mil y una preguntas cruzaron por su mente, su respiración se había detenido.
¿Por qué estaba acostada con un hombre? ¿Qué era lo que había pasado?
¡Que alguien le responda!
¿Acaso ella y él...?
Bajó el mentón, detallando a la persona con quien estaba compartiendo la cama. Su piel era pálida, sus cejas pobladas y oscuras, de su cuello se podía apreciar algunas venas saltadas. No usaba ninguna prenda que cubriera la parte superior de su cuerpo marcado. Parecía que tenía algunos tatuajes con un color rojizo que no lograba encontrarle alguna forma, por lo que dudaba que fuese un tatuaje, sin contar que la piel sobresalía.
Al seguir bajando la mirada, se encontró con la pierna del desconocido que estaba sobre ella, abrazando sus piernas con posesividad. Optó por no darle más vueltas al asunto, era un momento perfecto para escapar, mientras él continuaba en un profundo sueño.
Dirigió su mano hasta la rodilla del desconocido e intentó removerla, mas no obtuvo un resultado positivo. Al contrario, aquella persona intensificó el agarre de sus piernas. Si no lograba salvarse, iba a lloriquear para que la soltase.
Volvió a deslizar su mano entre su pierna y la de él, en otro absurdo intento de liberarse. Mordió su labio inferior, tal vez si movía su posición, sería más sencillo soltarse. Empujó su espalda hacia atrás, mirando hacia un cielo azul y despejado...
¿¡Qué carajos era lo que estaba viendo!?
Su corazón se estaba escapando de su pecho, iba a morir ahí con tantas conmociones en menos de cinco minutos.
Lo más probable es que estaba en una pesadilla.
Al menos esa era la respuesta más coherente que atravesaba por su mente. No pasaba nada, en unos momentos más abriría sus ojos y todo volvería a la normalidad.
Estaba fastidiada en la misma posición, así que intentó deslizarse hasta salir de la cama. Sin embargo, no salió como lo planeó, debido a un gruñido profundo la inmovilizó, oportunidad que la persona aprovechó para acercarse más a ella, ahora colocando un brazo sobre su pecho y su rostro sobre el hueco que hay entre su barbilla y el hombro.
El cálido aire chocaba contra su cuello, lo que le provocaba que su piel se erizase. Volvió a intentar moverse, y otra vez, lo único que ganó fue que el agarre fuese más firme. Lograba sentir un extraño bulto sobre su cadera cuando una de sus piernas se deslizó para sujetar una con la suya.
¿Por qué se alteraba tanto de un sueño? ¿Por qué le importaba si es que lo despertaba?
Hastiada, dirigió una de sus manos al rostro pacifico del desconocido que estaba disfrutando de un descanso. Recolectó la poca valentía que tenía para empujarlo. El dedo del medio lo tenía sobre el puente de la nariz, y por accidente lo introdujo el anular en una de las fosas nasales de la deidad que abrió los ojos al creer que estaban intentando asfixiarlo.
Para su ingrata sorpresa, se encontró con la humana inmunda que no soportaba. Se alejó al instante, sin darse cuenta de que la estaba sosteniendo como si su vida dependiera de eso.
—¿Qué es lo que te sucede, humana? —inquirió cabreado, sentándose sobre la cama, acariciando su nariz con ayuda del pulgar.
Ella se perdió por unos segundos por los colores de los ojos, que le trajeron algunos recuerdos a su memoria.
—¿Quién te dijo que era correcto meter tus dedos en narices ajenas?
—¿A ti quién te dijo que era correcto acorralarme con tus piernas? —contraatacó con indignación, levantándose de la cama con los brazos cruzados sobre su pecho— ¿Quién eres?
—No puedo creer que no te acuerdes de mí —farfulló con una media sonrisa socarrona, estirando las piernas sobre la cama—. Creí que lo que habíamos compartido en mi mundo fue especial —reclamó, arrugando el entrecejo.
Nicoletta apretó los ojos con fuerza, con imágenes en su memoria que lucían como de una película.
Se sentía como si estuviera atrapada en el sueño de su sueño.
—Vaya, finalmente los bellos durmientes están despiertos —pronunció una voz profunda, que parecía provenir del techo.
Un techo inexistente, ya que solo se veían nubes esponjosas y blancas, con un cielo despejado y claro.
La realidad cayó sobre la deidad del sueño como un balde de agua fría, él conocía a la perfección ese lugar. A su alrededor había unos pilares dóricos de color beige en forma de cuadrado, cada uno de ellos estaban tan detallados que las aristas eran perfectas, dignos como en el mismo templo del Olimpo.
Ese lugar solo significaba una cosa: problemas.
—¿Quién está hablando? Es que me estoy volviendo loca —refutó con inconformidad, llevando una de sus manos a su antebrazo para pellizcar, en un vago intento de despertarse.
—Bienvenida a nuestro mundo, Nicoletta —continuó aquella profunda voz grave.
Nicoletta anonada, observaba cada esquina del lugar, pues le daba la extraña sensación que tenía muchos ojos sobre su cuerpo. Al agachar la mirada, podía ver un piso con extrañas figuras que no lograba describir, pero sus pies estaban siendo cubiertos por lo que parecía ser una neblina.
—Morfeo, hiciste algo incorrecto, una aberración. Se supone que los humanos nos deben de considerar como un mito, y, y...
—Fueron ustedes quienes han traído a una mortal al Olimpo —irrumpió Morfeo, inflando el pecho de aire.
—¡Por tus insolencias! ¡Por eso! ¿Crees que somos unos estúpidos? ¿Crees que Hades nos dijo tus fechorías? ¡Si le encanta el caos! —quejó esa voz profunda con ironía, se escuchaba como si estuviera un poco cabreada.