Nicoletta solo tenía cabeza para arreglar sus problemas de la universidad, sentía su mano derecha temblar con sutileza, así que la cerró en un puño, ella debía de controlar esa ansiedad que hace años que no se presentaba, y sabía que para su carrera era peligroso, y más si quería realizar cirugías.
Su mamá todavía estaba en su casa y se había quedado en su habitación. La pelirroja se trasladó hacia la de Stella, y a altas horas de la noche, Morfeo entraba sin hacer ruido, parecía un ladrón que estaba a punto de hurtar el apartamento, se quedaba en el sillón más incómodo, y debía de madrugar para que no lo descubrieran.
¡Era un dios! Y estaba siendo tratado de la peor manera, era insólito.
Pía masajeó los hombros de Nicoletta por unos segundos, en un vago intento para que ella se relajara, ya que estaba a punto de entrar a la oficina de la coordinación de las guardias en el hospital.
—¿Segura que quieres? Te dijeron que tomaras hoy libre —insistió Pía, mordiéndose el labio inferior.
Conocía muy bien a la pelirroja, se conocieron desde la primera clase de la carrera y se han hecho grandes amigas, por ende, sabía cuán terca podía llegar a ser cuando se trataba de sus metas.
—No, eso de mi insomnio ya se arregló, y no creo que vuelva a suceder —insistió, acercando su mano a la puerta, tocando tres veces con los nudillos.
—Te voy a esperar aquí, afuerita, por si necesitas algo —susurró Pía, caminando hacia atrás mientras que su amiga abría la puerta.
Después de escuchar el permiso, Nicoletta giró el pomo y lo empujó, con un poco de timidez entró en el pequeño cuarto que consistía en el escritorio y una silla justo en frente, con algunos detalles personales de la coordinadora colgados en las paredes blancas.
—Buenas tardes, Doctora Fiore —dijo, con una voz firme.
—Señorita Russo, la estaba esperando; tome asiento, por favor. —La coordinadora extendió su brazo en la silla que estaba enfrente del escritorio.
Nicoletta dio unos pasos hasta llegar a la silla, donde dejó caer su peso. Cruzó los tobillos y jugaba con el descansa brazo de esta.
—¿Cómo está, Doctora Fiore? —preguntó la alumna, mordiendo su mejilla interior.
—Yo muy bien, pero, ¿y tú? Supe que estuviste internada por unos días, que estuviste completamente noqueada, y que por eso no habías podido empezar con tus guardias en el hospital, aunque creo que te habían dicho que podías iniciar la siguiente semana, para que no tengas una recaída. —La mujer de la tercera edad, con los dedos entrelazados por el escritorio.
—Sí, fueron por falta de unas proteínas que no consumo, ya que soy vegetariana, pero las suplo con unas píldoras que se me olvidó tomar —improvisó su mentira, mas el que tomaba esas pastillas no lo eran.
La coordinadora asintió con la cabeza, las raíces de su cabello gris se veían sobre el negro. Ella le regaló una sonrisa, debido a que lograba percibir que la estudiante se encontraba nerviosa.
—Entiendo, si me había comentado tu compañera de apartamento. Leí tu expediente, y eres muy buena estudiante, igual puedo programarte toda una semana entera, para que puedas recuperarte de estos días que no se pudo cumplir. —Frotó las manos, y encendió la pantalla del monitor, revisando la lista de Excel.
Los turnos de cada guardia son de ocho horas, y son rotativas, ya que algunas son en la tarde, mañana y en la noche, de este modo se logra cubrir con todos los estudiantes que lo necesiten en ese instante.
La coordinadora está deslizando hacia abajo hasta encontrar el nombre de la chica, a lo largo de los cuadros estaban vacíos. Movía la imagen, observando las gráficas, coordinando con los horarios de los demás, evitando una saturación de personal. Cada clic que daba, Nicoletta estaba atenta, al finalizar se mandó a imprimir el horario de la joven.
—Ahí está tu horario, por favor debes de iniciar el día de mañana —aclaró la coordinadora, señalando la impresora que estaba encima de una mesa pegada a la pared a un lado de la puerta—. Cualquier otra cosa que necesites, estoy aquí para atenderte, igual espero que estés completamente recuperada y te deseo todo el éxito en tus guardias.
Nicoletta agradeció por la comprensiva de sus circunstancias y por el tiempo de atenderla, se despidió curvando los labios en una sonrisa, luego de hojear su horario para salir de la oficina con el aire contenido en sus pulmones.
Pía estaba parada, recargada su espalda en la pared, a un lado de la oficina, y se estremeció con alegría al ver a su amiga con el horario en mano, cuando estuvo cerca, tomó el papel, leyéndolo.
—No tenemos turnos juntas —resopló con frustración, encorvando los hombros hacia al frente—. Pero, bueno ¿Quieres ir a la siguiente clase? Tenemos que ir —farfulló Pía, recogiendo su melena en una cola de caballo en alto.
Las dos impartieron su camino hacia el salón, sus compañeros también estaban llegando, por lo que tomaron asiento a mediados, Pía siempre detrás de la pelirroja. No tardo mucho tiempo cuando la profesora cruzó por la puerta con un maletín que dejó sobre el escritorio.
Todos los alumnos dejaron de cuchichear al instante, tomando sus respectivos asientos. La maestra dio un cálido saludo antes de preguntar en qué capítulo se habían quedado en la clase anterior, el compañero de enfrente de nombre Marianno dio las indicaciones.
Nicoletta se sentía un poco perdida, pues la explicación breve de la sesión anterior que estaba dando la maestra no coincidía con sus apuntes, haber perdido varios días de clase se sentían como una eternidad, aunque intentaba estar a la altura del resto del salón, no lograba comprender lo que estaba explicando.
Al finalizar la clase, las dos amigas guardaron sus cosas y salieron detrás de sus compañeros, para su fortuna, esa había sido su última del día. La pelirroja sentía como si alguien la estuviese golpeando con un palo de madera con lo abatida por no haber comprendido algunas de las clases.