El capricho de Morfeo

017 l El primer trabajo de Morfeo

Morfeo sintió la espalda entumecida, tenía un dolor de cabeza que lo estaba matando, era como si unas bombas estallaran una y otra vez. Por más que apretara con fuerza sus ojos, la luz los penetraba.

—Apaguen el sol —gimoteó, colocando su mano fría sobre sus ojos.

Se removió molesto, sin medir el espacio del sillón, por lo que al caer, no le dio tiempo de evitar amortiguar con las manos, dándose un golpe en seco.

¿Qué carajo era lo que estaba haciendo durmiendo en el sillón?

—Eso sonó muy feo —dijo Nicoletta que estaba sentada en la mesa, desayunando un cereal para ir al turno del hospital.

El ojo izquierdo de Morfeo tembló un poco antes de levantarse. Se mantuvo de pie, observando la tranquilidad de la humana con un semblante serio, tratando de ignorar esa resaca y esperando intimidarla, aunque ella ni se inmutaba.

—Ese rostro no me da miedo, al contrario. Ven que te voy a dar una pastilla —indicó ella una vez más, estirando el cuello en su dirección.

—¿Y yo para qué voy a querer una pastilla? —inquirió a la defensiva, cruzando sus anchos brazos sobre su pecho.

—Para el dolor de cabeza, un efecto secundario de la borrachera que hiciste con Pía —replicó, limpiando la comisura de los labios a toquecitos con un pedazo de servilleta.

Morfeo arrugó el entrecejo con confusión, torciendo los labios en una mueca ¿Cómo fue que él y la otra humana se habían emborrachado juntos? Es que él nunca haría algo como esa aberración.

—Ahora tiene un lapso mental, donde no te acuerdas de las cosas que has hecho —mofó Nicoletta, levantándose de la mesa, tomando una taza de porcelana y llenándola de café recién hecho de la máquina.

La deidad optó obedecer, ya que entre más la escuchaba, parecía que la locura se apoderaba de él. Así que tomó asiento donde ella dejó la taza, donde salía un ligero humo de lo caliente que estaba.

—Toma esta pastilla —señaló ella, dándole una pastilla circular y blanca.

El peliblanco suspiró con cansancio, recibiendo la píldora y metiéndola en su boca, tomó la taza y dio un sorbo sin medir la temperatura, quemando su boca. Cerró los ojos con fuerza, pasando el líquido por la garganta.

—Pero si te traigo un vaso de agua. —La pelirroja mordió el interior de su mejilla con intención de no reír y soportar su mal humor—. Tengo algo que decirte. —Se sentó en su lugar, colocando las manos entrelazadas por encima de la mesa.

—Pues dilo, no me digas que me tienes que decir algo. Ve directo al grano, yo no entiendo para que le dan tantas vueltas al asunto —contestó malhumorado, recargándose en la silla.

—Debes de buscar un empleo —concretó con seguridad, enderezándose.

¿Qué? ¿Qué fue lo que dijo? Lo más probable es que él escuchó mal, esa humana parecía que a veces decía puras estupideces.

—Debes de buscar un empleo —repitió, con lentitud y abriendo un poco más los labios—. Es necesario, porque estás generando gastos para esta casa, y no puedes estar durmiendo todo el día —continuó explicando con tranquilidad.

—Soy un dios, já —replicó, abriendo sus ojos de par en par.

—¿Y eso te exenta de...?

—Trabajar, mi labores son otras —cortó, dándole una media sonrisa.

—No, es necesario. El dinero que me dan mis padres es justo para mis necesidades, y tú solo comes. Así que debes de encontrar un trabajo para ayudar a pagar las cuentas mientras estés aquí. —Nicoletta se inclinó hacia delante, sacando del bolsillo de su pantalón una tarjeta de identificación con datos básicos e inventados sobre la deidad.

—¿Mirko Taddeo? —Morfeo leyó la tarjeta— ¿Y yo para qué voy a usar eso? ¿Por qué tiene mi foto?

—Es tu identificación, no te vas a ir presentando como Morfeo...

—Un dios griego, ¿por qué no? —Rodó los ojos con frustración.

Era insólito que una humana lo obligará a buscar un empleo.

—Las personas van a pensar que estás demente, y puedes terminar en una clínica. Aunque, si lo prefieres, puedes hacerlo —explicó, levantándose de la silla, y tomando la mochila—. Con ese documento te va a servir, por cierto, Pía está dormida en mi cuarto, y yo ya me tengo que ir.

Morfeo seguía estupefacto, viendo la tarjeta que sostenía en manos.

Tal vez la muerte hubiese dolido menos.

Relamió sus labios, inundándose de preguntas: ¿Cómo se supone que iba a conseguir un empleo? ¿Cómo es que esa mortal se atrevía siquiera a pedirle aquello? Si él no conseguía nada ella no sería capaz de echarlo, ¿verdad?

Un carraspeo seco atrajo su atención, así que levantó el mentón, y posando sus ojos en la parca que estaba sentada en el sillón, con una pierna sobre la rodilla de la otra.

—¿Qué es lo que haces tú aquí?

—Vine a ver si te servía la ropa que te traje ayer, ya sabes, para ayudarte.

—Sí.

—La recolecté de las personas que levanté sus almas —carcajeó, sacudiendo la cabeza.

Le gustaba desafiar a Morfeo sin saber la razón en especial ¿Quién tenía el privilegio de afirmar que había molestado a un dios? Y ¿el que desprendía odio por toda su anatomía?

—¿Qué es lo que vas a hacer? —preguntó la parca al ver cómo Morfeo se levantaba de la silla, caminando hacia la puerta de salida.

—Debo de buscar un empleo —respondió, rechinando los dientes con fuerza.

El dios fue al baño, lavando los dientes con el cepillo que Nicoletta le había proporcionado para el mal olor. Cuando estaba enjuagando con agua, por el reflejo del espejo notó como la parca se estaba recargando su hombro en la puerta.

—¿Tienes idea de qué hacer? —inquirió entre risas, cada vez le parecía más divertida la situación de Morfeo.

No, pero eso nunca lo iba a decir en voz alta.

—Por lo que veo, no. Te puedo ayudar a buscar, si es lo que quieres. Me parece que si caminamos unas diez calles, hay un centro comercial. Un adolescente promedio que está estudiando, buscan empleo ahí, como las que doblan los pantalones en una tienda de ropa, o sirven helado o algo así...



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En el texto hay: castigo, dioses, medicina

Editado: 08.10.2023

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