El rey Francisco había escrito con algunos carteles que se debían de poner en la aldea del castillo, sabía que debía de ir a cazar a la bruja que embrujó su reino sin darle un previo aviso para que se defendiera. El padre dijo que la mejor solución para salvar su trono era la hoguera, quemando cualquier ritual que realizó en el pasado, y con ello, la guerra que lo amenazaba.
—Colgad los carteles en el pueblo, necesito los hombres más fuertes para cazar a una bruja —ordenó Francisco, mirando a su caballero.
Aunque, si lo pensaba, eso crearía caos en su pueblo y los rumores se intensificaron, por lo que se llevaría a sus propios caballeros, y los hombres de la aldea estarían dispuestos a obedecer sus peticiones.
—Mejor no, no queremos causar más bulla dentro del reino. Mejor solo de la aldea que reside esta bruja, es mi deber como rey desenmascararla.
El caballero se detuvo en seco, asintiendo con la cabeza. El rey pidió su armadura de hierro que anteriormente fue bendecida con agua por el mismo padre. Estaba nervioso, jamás creyó que viviría para lidiar con una bruja.
Afrodisia veía que su hijo estaba más vivo, podía levantarse de la cama y caminar en distintas direcciones, se sentía tan culpable por no interferir, pero cuando una idea se le metía a su esposo, esta no salía hasta que la llevaba a cabo.
Sin embargo, al ver a su hijo se daba cuenta que no le importaba sacrificar a alguien con tal que él estuviera perfecto.
Apretó los ojos con fuerza al ver por la ventana que su marido salía del castillo a caballo y una extensión donde había instrumentos de hierro. Los aldeanos se hacían a un lado, inclinando la cabeza, mostrando el respeto para que su rey pasará. Aunque les parecía extraño lo que llevaba detrás de los caballos. El líder caballero que llevó a la reina a la aldea trotó hasta estar al frente, pues era quien iba a trazar la ruta. Ahora podían entrar más rápido por la velocidad de los caballos, y si tenían suerte, podían llegar en la noche.
Elvira no paraba de carcajear con las ocurrencias de Erick, quien contaba algunas aventuras acerca de Morfeo, siempre ridiculizándolo.
—¿Entonces no fue la primera vez que una serpiente lo mordió? —preguntó entre risas.
La oveja convertida en humano sacudió la cabeza, estaba sentado. Apenas había pasado un día de su transición y necesitaba acostumbrarse a las piernas que no tenían un buen equilibrio.
—Pero ¿cómo es que se curaba las heridas? —inquirió con preocupación, supondría que debería de tener cicatrices, mas su piel se encontraba perfecta.
La oveja iba a confesar que en realidad no era un problema, pues era un dios, pero mantuvo sus labios sellados.
—¿Vos tenéis mucho tiempo conociéndole? —evadió el tema.
—No tanto, aunque la conexión que tengo es como de hace años. —Sus mejillas tomaron un tono rojizo por los nervios—. De hecho, me gustaría acomodar el cuarto de ahí antes de volver. No quería hacerlo, por mi papá. Pero, sé que odiaría verme aún en la sala ¿Podéis ayudarme a llevar las sábanas al lago para lavarlas?
Erick asintió con la cabeza, podía apreciar cuán difícil era para la mortal cruzar por la puerta hacia el cuarto, donde encontró a su padre sin vida. Movió la cama en la que Elvira dormía, pues había sacado la de su papá, y con ayuda de la oveja, empezó a acomodar unas tablas de madera que con anterioridad trajo el dios, para que su humana estuviera más cómoda. Aunque en el día ella ayudaba a los aldeanos, en la noche era otra historia.
—¿Dónde queréis que ponga la cama? —preguntó Erick, soltando un suspiro y terminando de colocar la última tabla en el piso.
—En el centro, por favor. Dejadme ayudaros.
Elvira tomó la esquina de la base de madera, moviéndola hasta el centro del cuarto. Dejó caer todo su peso en la cama, dentro de su pecho se encontraba un revoltijo de sentimientos que las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos no sabían si era por su papá o por el futuro que ella quería construir a un lado de Morfeo.
—¿Estáis bien? —preguntó Erick, sentándose a un lado de ella, viendo los ojos cristalizados de la humana.
—Sí, Erick. Solo recuerdos. —Limpió sus ojos con el dorso de la mano, levantándose de la cama—. Vamos al lago, después cuelgo todo en el tendedero.
Erick sabía que ella necesitaba un poco de tiempo para respirar, por lo que siguió sus pasos en silencio. La pelirroja levantó una cesta grande, donde tenía las sábanas, caminando hacia la salida.
—Esperadme —habló Erick, caminando hacia a un lado de la humano, ayudándole a sujetar un extremo de la cesta— ¿El lago está lejos de aquí?
Elvira sacudió la cabeza como respuesta, esbozando una sonrisa temblorosa.
Caminaron a la par, llegando al lago. Elvira dejó caer el cesto, se arremangó las mangas de su vestido, sacando las sábanas del canasta.
—Se ve que es una carga pesada para el jabón —comentó Erick, sujetando la esquina, extendiéndola, remojándola en el lago—. Estoy seguro de que cuando Morfeo regrese, él va a estar muy feliz, por todo lo que estás haciendo.
—Solo una morada mejor, porque él es mi hogar.
El rey Francisco tiró de las correas del caballo, frenando, apreciando el atardecer que se veía por el horizonte. Silbó al caballero que era el líder, quien obligó al suyo a dar una media vuelta, verificando que todos estuvieran en orden.
—¿Cuánto queda para llegar a la aldea?
—Muy poco, calculo que, con paso constante, podríamos llegar en veinte minutos cuánto mucho.
—Perfecto —refutó el rey, frotando sus manos—. Vamos.
Los diez caballeros que estaban siguiendo a su rey, emprendieron su camino una vez más con una mayor velocidad. Francisco sonrió de lado al ver unas casas que tenían algunas lámparas de vela que alumbraba el lugar.
Los aldeanos se sintieron incómodos al ver una presencia con ímpetu, se preguntaron si era otra vez algo relacionado con el rey, pues hace no mucho habían ido en busca de Elvira para que sanará al príncipe. Los rumores se esparcen con velocidad.