Nicoletta bostezó, dejando caer su cabeza en la mesa. Usó sus manos como una almohada improvisada. Por más que leía los apuntes que tenía justo enfrente, no le entendía, parecía que estaba escrito en otro idioma. La mente le explotaba con la denuncia que levantó el día anterior con el maltrato de ese ser que se hace llamar detective.
Y para su suerte, llegó el jefe, quien tomó una actitud más cordial, realizando preguntas pertinentes sobre hechos y no por su forma de vestir. De igual manera, pidió al hospital las grabaciones de seguridad, aunque los hombres que la atacaron se cubrieron muy bien el rostro, lo cual se les complicaba la identificación.
El hospital le dio dos días de descanso, que se los iban a tomar como si hubiera realizado las jornadas. Así que ese día, solo asistió a la facultad, pero por más que lo intentaba, se sentía agobiada.
—Ay, mujer. Tú solo te estresas a ti, y de paso, a mí —regañó Stella al abrir la puerta y ver a su amiga en la mesa—. Es que si no puedes dormir, te la pasas estudiando.
—Pero es que no me puedo retrasar, Stella —recordó Nico, soltando un bufido, regalándole una cálida sonrisa—. Hay más cosas que tengo que estudiar que el propio tiempo, si es que quiero ser una cirujana pediatra en un futuro.
—Estoy segura de que vas a cumplir tus sueños en un futuro. Pero, ahora sólo estás desperdiciando el tiempo, porque ni una letra te entra en la cabezota tuya.
Stella dejó caer su mochila en el sillón, dio algunos pasos extra hasta estar enseguida de la pelirroja, y tomó asiento a un lado, prestando atención a los mil libros que tenía, con hojas impresas, sus cuadernos, y miles de marcadores. Nicoletta siempre había sido muy meticulosa para estudiar, pues se enfoca en un solo tema, por lo que no intentaba devorar todo al mismo tiempo.
—Sí, Stella. Pero, es que tampoco quiero retrasarme en los pendientes.
—Ya te dije que no te sirve de nada si no logras estar concentrada en realidad. Mejor veamos una película o si gustas podemos ir por un café, que no nos agobien estas cuatro paredes. —Extendió sus brazos a lo largo, se sentó a un lado de ella, y codeó sus costillas con picardía.
—En un rato, ¿sí? Seguro tú también estás cansada. Gracias por no dejarme sola. —Curvó sus labios con una sonrisa sin mostrar los dientes.
—Está bien, hagamos algo: yo me voy a acostar un rato en el cuarto y cuando despierte, vamos por un café, ¿sí?
—Sí, me parece bien.
Stella arrastró la silla hacia atrás, revolvió un poco el pelo suelto de su amiga antes de ir a su habitación, en lo que revisaba la pantalla de su celular.
En ese momento, alguien llamó a la entrada. Nicoletta echó la cabeza para atrás con frustración antes de levantarse del asiento y abrir la puerta. Del otro lado se encontraba una deidad con el cabello alborotado.
—Te voy a tener que prestar una copia de las llaves, porque a veces si molesta que uno esté haciendo sus cosas, y tenga que dejarlos a un lado para ir a abrirte —resopló, dándose la media vuelta y regresando a la mesa.
Morfeo no despegó su mirada de ella, al mismo tiempo que iba hacia el refrigerador para servirse un vaso de agua. Se sentó a un lado de ella con el vaso de cristal frío. Las gotas escurrían, por lo que se estaba sintiendo nerviosa, no se fuera a caer encima de todos los apuntes. Mordió la punta de la pluma sin ser capaz de quitar los ojos del dios.
—Por favor, quita ese vaso que estás viendo que soy un manojo de nervios —musitó, escribiendo su nombre en una esquina de la hoja—. Si se cae, me arruina todo.
—Nicoletta...
—¿Nicoletta? —inquirió la pelirroja, mordiendo el interior de su mejilla.
—Pues así te llamas, ¿qué quieres que haga yo? —Se encogió de hombros, restándole importancia.
—Creo que me gusta más "humana inmunda" —admitió de mala gana, humedeciendo su labio inferior con su lengua, el que él pronunciara su nombre con tanta naturalidad le causaba un poco de conflicto, pues nunca se imaginó que lo utilizará.
—¿Qué has dicho? —Dejó el vaso a un lado, extendiendo su brazo hasta acariciar la muñeca de la humana.
—Nada, quita tu vaso con agua que me estoy volviendo loca.
—Está bien, tranquila. —Alzó las dos manos, tomando el vaso y bebiendo hasta la última gota—. Igual se nota que no estás concentrada en lo que estás haciendo.
La deidad se estiró por encima de la mesa, recargando su cuerpo. Colocó su mano sobre los papeles que ella veía, cubriendo el texto con la palma. La pelirroja ahogó un pequeño grito, tomando la pluma a un lado, tal vez si le hacía un garabato se molestaría y la dejaría en paz.
—El trabajo es agotador —confesó el peliblanco en un puchero, recargando su cabeza sobre su brazo—. Me sigue sin agradar todos los humanos, parecen idiotas comprar un producto y luego hacer fila para poder sacarse una foto conmigo.
—No, pues tranquilo. Ahora, estaría feliz que me dejarás estudiar —pidió, meneando su mano para que él le diera su espacio.
Morfeo solo se alejó un poco, Nicoletta notó que él no se iba a marchar por cuenta propia, así que empezó a hacer una línea en su muñeca. La deidad sintió un cosquilleo por su piel, y al bajar el mentón, se percató que su humana estaba dibujando una nube esponjosa.
—¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó con confusión, acercando su cabeza a ella.
—Rayando tu brazo hasta que me dejes en paz —replicó, dibujando unas pequeñas estrellitas con el número cuatro como inicio en los trazos— ¿Por qué no te quitas? —refunfuñó, alejando la pluma de la piel.
—Pues porque... Dibuja bonito. —Esbozó una sonrisa, delineando con la yema de los dedos cada trazo.
—No seas mentiroso... ¿Por qué me quieres mentir en mi propia cara? —carcajeó, negando con la cabeza—. Ni siquiera soy capaz de dibujar una estrella bien, si te acercas, ni siquiera puedo hacer una línea recta.