El capricho de Morfeo

031 l Los bolos

Según la investigación de los detectives, esos canallas habían atacado a más mujeres, no sabían exactamente cuántas eran, debido al el mismo modo operandi: cinco hombres que vestían de negro con capuchas parecían conocer a la perfección donde se encontraban las cámaras, porque las evitaban, era extraño y parecía que querían que todo el mundo se enterará de las atrocidades, debido a que siempre buscaban lugares públicos a altas horas de la noche.

—Me dan asco esos hombres. —Infló Nicoletta las mejillas, sintiendo las náuseas en su estómago.

—¿Qué fue lo que te dijo? —cuestionó Stella, torciendo los labios en una mueca.

—Que no soy la primera, pero que están poniendo más recursos para dar con ellos, algo que no he entendido del todo. —Cubrió toda su frente con la palma de su mano, cerrando los ojos por un instante.

Stella iba a abrir sus labios otra vez, pero alguien estaba tocando la puerta, por lo que se levantó del cómodo sofá para abrirla. Del otro lado se encontraba Pía, quien había ido para entregarle unos libros a su compañera, enseguida estaban Franco y Enzo.

Nicoletta se extrañó que Enzo estuviera ahí, pues no sabía que iba a ir a visitarlas. Se sentía tan aturdida con otras cuestiones, que ni siquiera era capaz de concentrarse en los mensajes de su celular. Cuando el hombre posó sus ojos en la hermosa mujer y pelo rojo, dio dos largos pasos hasta llegar a ella.

Stella arrugó el entrecejo e intercambió una mirada fugaz con Pía, quien se encogió de hombros, ella no había avisado que iba hasta ahí. Franco era invitado de la rubia, por lo que meneó la mano y dejó caer todo el peso en el sillón.

—¿Qué es lo que vamos a hacer hoy? —preguntó Franco en general, pero prestando más atención a Stella.

—Podemos ver una película —sugirió Enzo, separándose con lentitud de su amiga—. Puedo ir a la tienda rápido para comprar unas golosinas, me lo debes, porque no me has respondido los mensajes —protestó, mordiendo el labio inferior.

—Sí, Nico. Al rato estudiamos.

—Voy a terminar por mudarme sola, porque todos ustedes son malas influencias. —Apuntó con el dedo a cada una de las personas que se encontraban ahí —. Y no les pienso pasar la nueva dirección.

En ese preciso momento, por el umbral atravesó Morfeo quien tenía las manos en los bolsillos, no le apeteció tanto la idea de ver a muchas personas en un lugar no tan grande. Rodó los ojos, pues sentía que su cabeza iba a estallar por tantos flashes.

—Hola —saludó sin ganas, pero sus ojos se desviaron hacia la humana y no pudo evitar sonreír— ¿Acaso hay una fiesta aquí y no me entere?

—Casi, yo estaba pensando que podíamos ir a ver una película o hacer algo... —inició Enzo, observando al hombre que acababa de llegar, pues nunca lo había visto en su vida—. Disculpa, ¿quién eres tú?

—Es amigo de Nico de toda la infancia y está en Milán por unos días —contestó Stella con naturalidad luego que se haya formado un incómodo silencio que se podía cortar con tijeras.

—Ah, ¿y es que te estás quedando aquí o en un hotel...? —insistió Enzo, cruzando los dedos detrás de su espalda, tratando de que la respuesta fuera la que él quería escuchar.

—No, me estoy quedando ahí. —Apuntó la habitación de Nicoletta sin inhibición.

—Y yo me estoy quedando en el cuarto de Stella, o a veces, Morfeo se queda en la sala —apresuró a aclarar las ideas la pelirroja soltando un profundo suspiro con pesadez—. Vamos, que ver una película no me hará daño.

—De hecho, yo opino que vayamos al boliche. —Levantó la mano Franco—. Soy muy bueno tirando la bola con los pinos —agregó con una sonrisa, intentando alivianar la pesada atmósfera que los rodeaba.

—Ay, sí. Yo estoy de acuerdo con eso —sucumbió Pía, también levantando la mano.

—Yo apoyo esa noción, las películas las podemos ver cualquier otro día —suplicó la rubia, agarrando su corta melena en una cola de caballo—. Yo también soy muy buena haciendo chuzas.

—Yo no —continuó Nicoletta—. Tengo un excelente don para no darle a ningún mugroso pino sin ayuda de las barras para niños —farfulló con irritación.

—Supongo que eso es un sí, pues vamos. —Morfeo tronó los huesos de sus dedos, caminando hacia la salida.

—Hay un lugar en el centro comercial para no pedir taxi ni irnos en carro, podemos caminar todos juntos —sugirió Morfeo—. Vengo de allá, precisamente.

El grupo de personas accedieron, por lo que tomaron pertenencias esenciales antes de salir del apartamento en dirección al centro comercial. Enzo se aseguró de estar a un lado de la pelirroja, parecía que estaba marcando territorio, Nicoletta ni siquiera se percató de ello, pero la deidad sí, así que se coló del otro costado y enredó su brazo con el de ella, que, al sentir el tacto, hizo una mueca.

—¿Qué estás haciendo? —Arrugó el entrecejo, señalando sus brazos unidos.

—Nada, humana. Vamos —replicó, tirando de ella para cruzar por la avenida.

Al llegar al centro comercial, subieron por el elevador hasta el piso más alto, donde al fondo se encontraba la atracción. Desde lejos se podían notar las luces centellantes, con un gran cartel de un pino que parecía estar inclinado, del otro extremo había una bola de boliche color negro. Quien estaba más entusiasmada era Pía, dio un pequeño brinco como una niña pequeña y corrió hacia la entrada, sin esperar a nadie. Stella carcajeó, aplaudiendo con las manos antes de seguirla.

Nicoletta carcajeó, inflando sus mejillas y apresurando su paso. Los chicos imitaron su acción, igual Enzo estaba más concentrado fulminando al hombre de peliblanco, no le gustaba la manera en que la tocaba con sutileza, aunque ella al percatarse del tacto, daba unos azotes con la mano. El que parecía más divertido con la situación era Franco, quien conocía a la perfección los sentimientos del chico de la bicicleta, pues se notaba desde lejos que estaba perdidamente enamorado de la pelirroja, pero no se enteró por su propia cuenta, si no por el comportamiento.



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En el texto hay: castigo, dioses, medicina

Editado: 08.10.2023

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