El capricho de Morfeo

034 l Biblioteca

El cielo estaba nocturno, adornado de estrella, las ráfagas de viento eran gélida y Morfeo metió las manos en el bolsillo de su pantalón en lo que caminaba por las veredas, con la parca a un lado que lo seguía como si fuera su sombra, escuchando atentamente a cada una de sus palabras.

—¿Entonces qué es lo que planeas hacer? —preguntó la parca, entrecerrando los ojos y girando su cabeza, apreciando el perfil exquisito de la deidad.

—Todavía no sé, pero la información es muy útil —replicó, restándole importancia.

—¿A dónde se supone que vamos? La calle está muy desolada —resopló, observando la banqueta, solo casi al fondo parece que hay una gigantesca biblioteca, que estaba al final de las escaleras de piedra.

—Voy a ir a la biblioteca, creo que es un poco obvio. —Señaló con el dedo índice.

—Sí, pero ¿para qué? Yo creía que todavía te molesta la presencia humana y con eso de tu trabajo, me imagino que terminas fastidiado.

—Y hastiado —asintió Morfeo, pasando su lengua por el labio superior.

—¿Y por qué...?

—... Eres bien curioso y entrometido. —Dio un paso más largo, apresurando su ritmo.

Subió por las amplias escaleras hasta llegar a la enorme puerta de madera con ventanas de cristal. Empujó está, en la entrada había un escritorio con una silla, donde estaba sentada una mujer de la tercera edad con unas gigantescas gafas que daban la alusión de tener unos inmensurables ojos.

—Buenas noches, joven ¿Le puedo ayudar en algo? —saludó con un hilo de voz.

—Vengo a estudiar... —mintió él con una sonrisa plasmada en los labios sin mostrar los dientes.

El señor asintió e hizo un ademán con la mano, permitiéndole la entrada. Estudió todo el establecimiento, el perímetro se encontraba lleno de estantes con diferentes libros, al fondo había libreros a lo largo y delante varias mesas de forma rectangular para los estudios. El lugar era sigiloso, escudriñó hasta que sus ojos se fijaron en la pelirroja que estaba enfocada en el libro que estaba enfrente.

Caminó despacio hasta estar detrás de su humana, se agachó a la altura y recargó su mentón sobre su hombro izquierdo, tomando desprevenida a la humana quien se estremeció al sentir su respiración chocar sobre su mejilla, ella giró su cabeza para verlo, pero sus labios se estamparon en los de él en un casto beso.

Nicoletta retiró la cabeza al instante y observó a su alrededor, esperando que nadie los hubiera visto. Soltó un suspiro con tranquilidad cuando confirmó que los pocos estudiantes estaban en sus propios mundos.

—Te dije que no era necesario que vinieras por mí —susurró, regresando su mirada a la libreta que tenía en frente.

—Y yo te he dicho que no es ninguna molestia venir por ti —refutó, dando un toque con su dedo índice—. Veo que tus ojos están cansados, mejor vamos. —Su mano se dirigió a los mechones desordenados que tenía alrededor de rostro.

—Ya casi termino, nos vamos de aquí en quince minutos, pero no me puedes estar molestando y tampoco te vas a sentar en mi mesa —advirtió ella con seriedad, levantando la pluma azul.

—Está bien, iré a ver los... Libros. —Hizo un mohín con los labios, enderezando su espalda y caminando por los estantes.

En cada librero había una pequeña nota donde se ponía el género de los libros. Leía el lomo de todos por encima, había de todos los tamaños y colores con nombres. Un montón de información existe en un solo lugar, tomó uno al azar para empezar a hojear sin prestar atención a las oraciones escritas en ella.

Cuando los quince minutos y un poco más de tiempo, regresó por el pasillo hasta recorrer una silla a un lado de la pelirroja, quien estaba terminando de guardar todas sus cosas en la mochila.

—¿Qué tal tus estudios, cerecita mía? —farfulló, acomodando la lapicera.

—Sí, Morfeo. Ya nos podemos ir, que estoy un poco cansada. —Tronó los huesos de su cuello.

Colgó la mochila en su hombro, aunque la deidad, corrió la correa, quitándosela con sutileza y cargando con ella. La pelirroja tomó unos libros que aún estaban sobre la mesa, adelantándose a pedirlos prestados a la señora del principio, que pidió unos cuantos datos.

—Muchas gracias —dijo Nicoletta con una sonrisa sus labios, y haciendo un círculo en el aire con el dedo índice, indicándole a Morfeo que se diera la media vuelta para guardar los libros.

El peliblanco obedeció sin rechinar, y juntos salieron de la biblioteca.

Alzó su mano para detener un taxi que iba pasando por ahí, Morfeo abrió la puerta, esperando a que su humana subiera. Cerró la entrada cuando subió y pronunció una dirección al conductor que tomó desprevenida a su acompañante, ya que giró su cuello de golpe, su ceño estaba fruncido y con ojos expresivos.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —inquirió ella con voz seria.

—Te voy a llevar a un lugar...

—Mañana tengo que levantarme temprano —irrumpió en seco con un semblante con curiosidad.

—Sí, pero te va a gustar.

—Con que no sea hacer algo que no sepas hacer, está bien y que tampoco nos tome mucho tiempo que mañana tendré un día muy agitado. —Relamió su labio inferior, observando por la ventana las calles de Milán, intentando deducir el destino final— ¿A dónde dices que vamos a ir?

—No seas tan nerviosa, te va a encantar, le pregunté a Stella qué te gustaba —comentó con picardía, codeando sus costillas.

—¿Y tú y ella desde cuando son mejores amigos? —resopló, fingiendo indignación.

—¿Estás celosilla, cerecita? —Agudizó la voz, extendiendo su brazo por encima de sus hombros, atrayéndola hacia él.

—No, solo estoy bromeando ¿No conoces el sentido del humor? —bufó ella, rodando los ojos.

—Supongamos que te creo —musitó él, con un toque de seriedad.

El chofer carraspeó su garganta, avisando que ya habían llegado al lugar. Nicoletta miró por la ventana y vio unos colores centelleantes, decorado con unas bolas de billar y con los tacos en forma de cruz. Morfeo sacó unos billetes de su pantalón, pagándole al conductor antes de bajarse del vehículo amarillo.



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En el texto hay: castigo, dioses, medicina

Editado: 08.10.2023

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