DOS AÑOS DESPUÉS.
BOGOTÁ, COLOMBIA.
Vivir con mis padres no era lo peor después de mi error; lo peor era tener que pedirles un favor, como el que estaba a punto de pedirle a mi madre. Me arrastraba la sensación constante de que me recordaran lo tonta que había sido. Pedir perdón no había remediado nada, pero era lo que merecía después de todo.
—Samuel, hijo, necesito que te portes bien. Te quedarás con la abuela —le dije, mientras lo miraba con una mezcla de esperanza y temor.
Su pequeña sonrisa me reconfortó momentáneamente. Caminé de un lado a otro en la habitación, tratando de reunir el valor para ir ante ella. Quería asistir a esa entrevista, pero ni siquiera eso parecía suficiente para que mi madre se compadeciera después de mis errores.
Había organizado y alimentado a Samuel. Respiré hondo, salí y me dirigí a la sala, donde mi madre estaba sentada con el café a medio beber.
—Buenos días, Madre. ¿Cómo amaneciste?… mamá, buenos días —insistí al ver que ella seguía con la vista fija en el televisor, a pesar de haberme escuchado.
—¿Qué quieres, Mariam? —respondió sin mirarme, su tono cortante me hizo sentir que perdía mi tiempo.
—Tengo una entrevista y quería saber si podrías cuidar a Samuel un par de horas.
Finalmente, levantó la mirada, me recorrió con evidente decepción, sus gestos lo dejaban claro.
—No, no puedo. Es tu hijo y no tengo por qué hacerme responsable. Busca a tu amiga la alcahueta o, mejor aún, si tuviste el coraje para hacerlo, soluciona el problema tú misma. Ya hemos hecho suficiente por ti. No soy tu niñera. Yo tenía planes para ti, Mariam. Me desvivía limpiando casas para que salieras adelante como yo no pude hacerlo, para que fueras profesional. Pero no solo te embarazaste de un extraño, te fuiste detrás de él, gastando dinero que no teníamos, echando tu futuro a la basura.
Las palabras eran como patadas en mi estómago. Miré al suelo, sintiendo cómo mi rostro se quemaba de vergüenza, al obligarme a permanecer en silencio, porque ella tenía razón.
—Solo quiero encontrar un empleo para poder ayudar más —logré decir con voz chillona—. Dices que Samuel y yo no somos responsabilidad de ustedes, que no alcanza con lo que aporto. Si tuviera un nuevo empleo, podría hacerlo.
—¿Un nuevo empleo? ¿Quién va a cuidar de él mientras trabajas? Es mi nieto, pero ya críe a mis hijos. No tuve la oportunidad de ser profesional, pero hice todo para que mis hijos lo fueran. Tú tomaste tu decisión, ahora te haces responsable.
Sus palabras solo consiguieron desmotivarme, aún así tenía un motivo para seguir, el llanto se asomó a mis ojos, pero me obligué a no dejarlo salir.
—Está bien, mamá, me llevaré a Samuel.
—Por supuesto que lo harás, es tu responsabilidad. Así aprendes a no confiar y abrir las piernas a cualquier idiota solo porque te pareció atractivo. Y no te vayas a poner a chillar como siempre lo haces. Debiste ser consciente.
Asentí, aunque mi herida dolía más con cada palabra.
Entré a la habitación, cerré la puerta con un leve clic y las lágrimas comenzaron a fluir. Abracé a Samuel con una fuerza desesperada, como si su pequeño cuerpo pudiera absorber mi tristeza. Lo amaba con todo mi ser, pero el dolor de haber creído las mentiras de su padre me pesaba enormemente. La decisión de ir o no a la entrevista me atormentaba; temía que, al verme con él, me cerrarían las puertas, como ya había sucedido antes.
Alejandra no podía ayudarme, y ya no tenía dinero para pagarle a la vecina que a veces me echaba una mano.
—Está bien, príncipe, hoy también irás con mami a una entrevista —le dije, mientras lo abrigaba con cuidado, sintiendo el peso de mi incredulidad.
Recogí sus cosas, lo tomé en brazos y salimos de la habitación.
—Hasta más tarde, mamá. ¿Necesitas algo? —pregunté, intentando no dejar traslucir mi tristeza.
Me hizo un gesto de indiferencia que solo acentuó mi culpa. No insistí, y me dirigí a la parada del TransMilenio con el corazón pesado. El trato frío de mi madre dolía profundamente. No había elegido embarazarme, fue un descuido. No había pedido ser engañada; actué por amor, y ese error parecía me costaría toda la vida.
El trayecto fue incómodo, pero la respuesta que recibí en la entrevista fue aún más desalentadora: no había lugar para una madre soltera en ese restaurante.
Decidí caminar con Samuel en brazos, buscando algún empleo adecuado. Sin embargo, la disponibilidad de tiempo siempre era un problema.
Mientras caminábamos, pensaba en cómo darle a Samuel una vida digna. No pude continuar mi carrera, y con mis padres negándome su ayuda, no tenía muchas oportunidades.
La tarde avanzó y decidí regresar a casa. Me detuve en la tienda del barrio para comprar algunas cosas. No tenía mucho dinero, pero quise llevarle a mi madre, su postre favorito, como un intento de suavizar las tensiones.
Llamé a la puerta y ella abrió, extendiendo los brazos para recibir a Samuel, como si eso le diera derecho a ignorar todo lo demás.
—Te traje tu postre favorito —dije mientras le entregaba la bolsa.
—Supongo que el niño no ha hecho más que pasar hambre —bufó, sin prestar atención a mi esfuerzo.
—No, madre, lo alimenté. No me dieron el empleo porque…
—Claro, ya lo sabía. Espero que esto te sirva de lección.
Sus palabras eran como una bofetada. Guardé el postre junto con las otras compras en el refrigerador, intentando no dejar que la tristeza se apoderara de mí.
—¿Quieres que haga algo de comer?
Me ignoró y salió de la cocina con Samuel en brazos. La seguí, llevaba casi dos años intentando mejorar nuestra relación, buscando que al menos volviera a tratarme como antes de saber que estaba embarazada. Sabía que Alejandra tenía razón al decir que no debía insistir, pero era mi madre. Había sido mi error; no la había escuchado. Aunque sus palabras eran dagas que abrían nuevas heridas cada día, mi corazón mantenía la esperanza de que cambiaría su trato. Me recibieron y habían estado conmigo desde mi tercer mes de embarazo, siempre agradecería eso.