El capricho de papá

#5

Rodeé su pequeño cuerpo con mi brazo, tratando de encontrar algo de paz en su cercanía.

«Deja de hacerte ideas, nada va a cambiar… la vida simplemente te da otra oportunidad para seguir adelante» me repetí en silencio, intentando forzarme a cerrar los ojos. Pero el sueño no llegaba. Probé con música, conté números en mi mente, cualquier cosa que distrajera los pensamientos.

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El sonido de la alarma me sacó del trance. La apagué rápido, antes de que Samuel se despertara. No recordaba en qué momento me había dormido, pero agradecí haberlo hecho. Sentía una mezcla de emoción y nervios.

Acomodé a Samuel entre las almohadas y dejé un beso suave en su sien. Después, me estiré, me lavé los dientes y me dirigí a la cocina. Tenía que preparar la comida para llevar y el desayuno para los demás.

Saqué carne del refrigerador, verduras y todo lo necesario. Estaba hirviendo agua cuando escuché un carraspeo.

—Buen día, mamá. Traté de no hacer ruido para no despertarlos. ¿Cómo estás?

—Yo estoy bien, como siempre —respondió, con un tono que ya conocía demasiado bien—. Estoy orgullosa de tus hermanos, eso me hace feliz, aunque lo estaría más, pero tú… siempre arruinando todo con tus acciones. Trato de ser paciente, Mariam, pero haces lo que quieres y luego me haces quedar como la mala. Te pedí que compraras cosas para la despensa y volviste con bolsas de ropa. ¿Cómo se supone que eso ayuda?

—Mamá, no es que no quisiera. Estaba en el centro y me vine en taxi, ya venía demasiado cargada. Necesito dinero para los pasajes, intento ahorrar. Aún tenemos comida suficiente. Laura puede ayudar—quise explicar, sabiendo que no serviría de mucho.

—Ya ha hecho demasiado por nosotros, además, ¿No ves que está embarazada?

—Eso no es asunto mío, yo también tengo un hijo… es decir, mamá, ella tiene un marido con dinero, podría…

—¡No empieces con eso! —me interrumpió, su mirada se oscureció—. No fue asunto nuestro cuando decidiste comportarte como una… cuando decidiste dejarte embarazar de un hombre casado. Aun así, te apoyamos. Todos nos sacrificamos por ti y por Samuel. Pero eso para ti no significa nada, porque siempre estás queriendo hacernos ver como los malos.

Ese argumento ya lo había escuchado antes.

—Yo no pedí nacer —respondí, más cansada que furiosa—. Siempre he intentado encajar en esta familia, aligerarte la carga. Cometí un error, pero no lo hice para rebelarme ni para causar problemas. He tratado de enmendar mis errores, de ser una buena madre, empecé a trabajar, para no depender de ustedes, como fue desde que comencé la universidad. Aún hay comida en la despensa, pensé que…

—Ya basta de excusas. Siempre te haces la víctima y me haces quedar mal. No sabes lo que yo he pasado por esta familia. Deberías aprender de tus hermanos, que siempre valoran nuestros sacrificios. Pero tú… tú siempre has sido… —se detuvo, mirándome de arriba abajo con desdén—. Olvídalo. Contigo, todo son pretextos.

Suspiré, esta vez las lágrimas no aparecieron. Estaba demasiado cansada para llorar.

—¿Por qué nada de lo que hago está bien para ti? ¿Qué te hice mamá?

Negó con la cabeza antes de alejarse sin respuesta.

—Algún día los voy a liberar de mí. No debiste tenerme, mamá. Pudiste abortar, pero decidiste seguir adelante. Ojalá nunca lo hubieras hecho —dejé la carne en el refrigerador y me dirigí a la habitación.

La escuché decir algo más, pero lo ignoré. Me senté junto a Samuel, observando su respiración tranquila.

Me prohibí llorar. Saqué mis ahorros y empecé a hacer cuentas. Los pasajes, la comida, los gastos de Samuel… no llegaría ni a mitad de mes. El dinero que había guardado para su segundo cumpleaños se vería comprometido, pero ya encontraría la manera de reponerlo.

Estaba por meterme a la ducha cuando la puerta se abrió de golpe.

—¿Qué le dijiste a mamá para que esté llorando? —Laura entró sin siquiera saludar.

—Samuel está durmiendo. No le dije nada —respondí en voz baja, tratando de mantener la calma.

—No pienso permitir que sigas haciéndole daño a mamá. Ya bastante hemos hecho por ti. Lo mejor sería que te mudaras de una vez.

—No te preocupes, Laura. Pronto descansarán de mí. Ahora, si no tienes más que decir, déjame sola. Tengo que organizarme para irme a trabajar.

—Ojalá sea cierto —dijo, saliendo y cerrando la puerta con un golpe seco.

Me senté de nuevo, esta vez haciendo una breve oración, pidiendo paciencia. No podía permitirme llorar, no en ese momento. No iba a llegar al trabajo con los ojos hinchados. Era mi primer día y necesitaba dar una buena impresión.

Salí a tibiar agua para bañar a Samuel. Preparé sus cosas, lo desperté con cuidado y le di leche tibia. Luego empaqué un sándwich y unos panecillos para el día.

Lo abrigué bien antes de salir al frío de la calle. Nadie se había levantado para desearme suerte o despedirse de Samuel. Después de pensarlo un momento, decidí tomar el bus. Me dejaría en un lugar donde el taxi sería más barato. Cualquier ahorro era bienvenido.

A pesar del ajetreo, logré llegar a las siete en punto. El portero ya estaba en su puesto y algunas empleadas llegaban, al igual que Samuel, muchos de sus hijos todavía dormían, envueltos en mantas, mientras los padres los dejaban medio adormilados en la guardería.

Seguí a las demás madres hacia la entrada. Las cuidadoras de los niños ya estaban organizando el lugar, y aunque intentaba disimularlo, me sentía algo inquieta, insegura.

—Él estará bien aquí —una voz suave me sacó de mis pensamientos—. Soy Valeria. Me encargaré de Samuel, como lo hago con los otros niños de su edad. Si quieres, anota mi número; te mantendré al tanto de cómo le va.

—Gracias, soy Mariam. Samuel es tranquilo. Le encanta pintar y jugar con carritos. Es algo tímido, pero se porta bien. Traje todas sus cosas, incluso el desayuno.




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