El capricho de papá

#7

—Déjenos aquí, por favor —indicó Alejandra, sacándome de mis pensamientos.

El taxista frenó suavemente, y el taxímetro marcó menos de lo que el profesor había pagado. Nos devolvió el cambio y le ofreció una tarjeta a Alejandra, quien apenas le prestó atención.

—No tenemos mucho que hacer, pero vamos a soñar —dijo Alejandra, entrelazando su brazo con el mío.

Ya estaba acostumbrada a eso, así que llevar a Samuel en brazos mientras ella se colgaba de mí no me incomodaba. Era más bien reconfortante. No teníamos dinero ni intención de comprar nada, pero si algo nos definía era lo soñadoras que éramos. Alejandra siempre hablaba de manifestar sus deseos, y aunque ya no lo practicara tanto, me encantaba esa parte de ella.

Entramos a varias tiendas, fantaseando con las cosas que un día tendríamos en nuestras casas. Samuel iba de los brazos de Alejandra a los míos, siempre con calma. Nos detuvimos a comer helado.

—Cuando tenga un hijo, quiero que sea tan cuidadoso como Samuel. Mira cómo evita que la galleta le caiga encima. ¿Eso es cosa del padre?

Rodé los ojos, lo cual provocó su risa. Luego, me ofreció una cucharada de su helado.

—¿Nos vamos temprano a casa y te rizo el cabello para que tengas un look diferente? —sugirió de repente.

—Sí, me gustaría. Pronto tendré que cuidármelo de nuevo, ya se me ha caído mucho.

—Ni lo digas. Ya le hablé a mamá de mudarnos juntas. Ya sabes que le da igual, aunque no tanto como a la tuya.

—No me lo recuerdes. De todos modos, estoy emocionada. Seguramente ellos lo estarán aún más. Con Laura embarazada y yo fuera de casa con Samuel, tendrán todo el espacio para ellos.

—¿Cómo es el prometido de Laura? ¿Es guapo?

Me encogí de hombros mientras le daba una cucharada de helado a Samuel.

—No lo sé. No lo conozco, pero me imagino que sí. Ya sabes cómo es Laura; no creo que estuviera con él si no lo fuera.

La conversación fluyó con naturalidad, y me di cuenta de que hacía mucho que no me reía tanto. Cuando mi hermana se fue de viaje, había tenido poco tiempo para mí misma entre el trabajo, Samuel y los deberes.

Más tarde, Laura me invitó a su casa, donde además de jugar con Samuel y ver películas, nada romántico, me rizaba el cabello. Nunca conseguía rizos duraderos, pero siempre terminaba con un ondulado profundo que me gustaba.

Me aplicó un poco de maquillaje, aunque solo iría a casa después. Entre risas y planes, se nos fueron las horas hasta que llegó su madre. Alejandra me acompañó hasta la estación y se despidió de Samuel, quien había estado despierto todo el tiempo, algo poco usual.

Caminé despacio hacia casa, deteniéndome en la tienda a comprar algunas cosas, quizá para el desayuno del día siguiente, ya que entraría más tarde al trabajo.

—Mariam, hija, ¿ya no vendes los catálogos? —me saludó la señora Blanca al entrar.

—Buenas tardes, señora Blanca. Ya no. Ahora estoy trabajando y no creo que tenga tiempo para seguir, pero si necesita algo puedo recomendarle a alguien.

—Déjalo así, hija. Por cierto, ¿tu hermana ya llegó, verdad? —Bajó la voz—. Vi que una camioneta muy lujosa recogió a tu familia anoche. Esa muchacha sí que tiene suerte. A ver si la próxima eres tú, la que encuentra un buen hombre.

—Que tenga buen día, señora Blanca.

La escuché murmurar algo sobre mi actitud, pero no le di importancia. Ya tenía suficiente con mi madre como para preocuparme por las opiniones de sus amigas.

Al llegar a casa, fue Laura quien me abrió la puerta.

—¿Trabajas los domingos? —me preguntó sorprendida, extendiendo los brazos hacia Samuel, quien se negó a ir con ella.

—No, solo estaba con Alejandra. ¿Dónde están los demás?

—Papá y mamá se fueron de compras. Mi novio les dio dinero, pero me dio pereza ir. Este embarazo me tiene harta.

—Lo entiendo.

—Deja que cargue a Samuel mientras preparas algo de comer. Quiero algo frito, aunque no sé qué.

—No soy tu empleada, Laura. Tengo que organizar la habitación y las cosas de Samuel.

—Ya no se te puede pedir un favor. Recuerda quién te hacía favores cuando estabas con tu panzota. No veo la hora de que Félix me compre el apartamento. Le haré pagar por empleadas. Quizás, si te quedas sin trabajo, yo te dé uno… —Soltó una risa burlona—. No me mires así, es broma.

—Si fuera por ti, no lo sería. Voy a mi habitación.

—Quédate aquí, pediré comida. Me aburre estar sola.

Suspiré y me dirigí a la cocina a dejar las compras. Laura me siguió, intentando jugar con Samuel, pero él no estaba interesado.

—¿De dónde es tu novio? —pregunté, sin esperar realmente una respuesta.

—No lo sé, creo que es francés, español o algo así. No sé, no me interesa —respondió despreocupada, mientras llamaba por teléfono.

—¿Cómo no vas a saber quién es el padre de tu hijo?

No podía creer la naturalidad con la que hablaba. Pidió la comida y luego salió corriendo al baño.

Al ver que no regresaba, decidí ver si estaba bien. La encontré sentada frente al televisor chateando. Justo cuando me iba a mi habitación, mis padres llegaron.

Samuel corrió hacia la puerta. Mi padre dejó lo que tenía en las manos para recibirlo, y yo me acerqué, pero mis pasos se frenaron en seco cuando mis ojos se posaron en el hombre que los acompañaba, asumí era el novio de Laura. Era un hombre que bien podría haber sido nuestro padre.

—Buenas tardes —saludé, intentando ocultar mi sorpresa. Siempre me habían atraído los hombres mayores, pero este señor superaba con creces el límite de lo que yo consideraba aceptable.

—Tú debes ser la hermana de mi mamita —dijo él con un acento difícil de identificar.

—Sí, soy Mariam. Mamá te ayudaré con las compras.

—Llámame Félix, cuñada.

Asentí, adelantándome un poco para pasar. No pude evitar dirigir una mirada a Laura mientras pasaba a su lado. Aún no cumplía 24 años y su novio parecía rozar los 50, sin siquiera molestarse en disimularlo. Me tragué el asombro. El padre de mi hijo rondaba los 33, y eso ya me había parecido mucho.




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