—¿Entonces no me conoces, Marría? —preguntó mientras se plantaba frente a mí, clavándome una mirada que intentaba parecer furiosa—. ¿Eso es lo que tienes que decir?
Levanté la cabeza, buscando confirmar lo que ya sospechaba: estaba fingiendo. Su actuación era ridícula. ¿De verdad pretendía hacerse la víctima? Aquello solo dejaba ver lo poco hombre que era.
—Es Mariam —corregí, alzando la voz, sin poder contenerme. Me impuse ante él, para poder igualarme o al menos así sentirlo. Pero se quedó en silencio, mirándome fijamente a los ojos.
—Perdón, ¿todo está bien? —intervino Cade, rompiendo el tenso silencio entre nosotros.
La rabia me invadía, su actitud descarada y sin sentido me molestaba a un grado difícil de controlar. ¿Cómo se atrevía a tratarme como la culpable? ¡Si había sido él quien me traicionó!
—No, no interrumpes nada —dijo Dietrich en un tono seguro—. La señorita tiene razón, me confundí. Evidentemente, no la conozco… nunca lo hice.
Ajustó su camisa con calma, manteniendo su compostura, y se dirigió al lado opuesto del escritorio. Se acomodó con la mirada fija en mí. Me sentía cada vez más confundida, sin entender su ridícula actuación. Pero lo conocía y sabía que fingía, que al igual que me había mentido y usado, buscaba salirse con las suyas.
—En vista de que ya se conocen, no hace falta presentaciones. Dietrich, mientras estés al frente, Marria será tu secretaria —comentó Cade, intentando retomar el control de la situación.
—¿Es tu hijo? —preguntó Dietrich, ignorando por completo lo que Cade decía—. ¿El pequeño de cabello rojizo, es tu hijo?
Ambos lo miramos sorprendidos.
—Lo supuse —dijo con un tono gélido—. Puedes continuar, por favor, Cade.
Cade asintió, me miró como si buscara una respuesta afirmativa para poder seguir. Me encogí de hombros. Cade continuó, algo inseguro, y ambos asintieron cuando pregunté si podía retirarme.
—No sé qué haya pasado entre ustedes, pero espero que puedan trabajar juntos. Dietrich, mañana tienes la reunión para presentarte al resto del equipo —añadió Cade.
—Me iré a mi puesto —dije abruptamente, sin poder soportar más la tensión.
—Claro, Marria, ve a tu lugar. Dietrich te avisará si necesita algo —respondió Cade, con tono formal.
Lo miré una última vez antes de salir. Sentía molestia por todo lo que no se dijo, aunque no pretendía dar pasos en falso, revelar información que le hiciera entender que era el padre de Samuel. Al llegar a mi escritorio, me dejé caer, se me escapó un profundo suspiro, mientras analizaba la situación, tratando de ordenar mis pensamientos. Mandé un mensaje a Valeria para preguntar por Samuel y otro a Alejandra para contarle lo sucedido. Valeria respondió casi de inmediato, pero Alejandra, como de costumbre, guardó silencio.
Encendí el ordenador y me dispuse a trabajar, intentando ignorar el hecho de que Dietrich estaba tan cerca. Aunque sabía que pronto tendría que enfrentarlo, la idea me hacía sentir inquieta. Había deducido que Samuel era mi hijo. No me arriesgaría a perderlo, diciéndole la verdad sin saber más sobre lo ocurrido. No podía permitirle ventajas.
El interfono sonó, sacándome de mis pensamientos.
—¿Diga? —respondí.
—A mi oficina —su voz era grave y autoritaria.
Colgó antes de que pudiera decir algo. Me quedé unos segundos indecisa, pero finalmente me levanté y caminé hacia su despacho. Al abrir la puerta, ambos nos quedamos quietos, observándonos.
—En otra ocasión te habría cargado y sentado sobre mi escritorio por el simple hecho de que estás muy hermosa —dijo con un tono serio—. Pero supongo que ya tienes quien lo haga, dime, ¿el niño fue la razón por la que me dejaste sin darme la cara? ¿Quién es su padre?
Mi furia se encendió de inmediato. ¿Cómo podía ser tan descarado?
—¿Dejarte? —espeté, sintiendo cómo el desprecio se acumulaba en mi garganta.
—Me traicionaste y desapareciste. Ahora entiendo por qué. Eres una mentirosa… —continuó, sin dejarme terminar.
—Perdón por interrumpir —dijo Cade al entrar—. Ambos vengan conmigo, por favor. Dietrich, hay unos inversionistas. ¿Podrías atenderlos? Haremos un recorrido mientras les explicas nuestra oferta.
—¿Tiene que ser ahora? —respondió Dietrich, lanzándome una mirada de irritación.
—Sí, Marria y yo te apoyaremos —confirmó Cade, ignorando su tono.
Dietrich recogió sus papeles, caminó junto a mí sin decir nada, y salimos. Los seguí en silencio, aún confusa por todo lo que estaba pasando.
Cuando llegamos al grupo de inversionistas, Cade se encargó de las presentaciones. Durante el recorrido, Dietrich comenzó a explicar, y aunque intentaba concentrarme en lo que decía, podía sentir su mirada sobre mí todo el tiempo. Aproveché un momento en que nos distanciamos de los demás para hablar.
—Me alegro de que su hijo se haya recuperado —dije intentando averiguar más.
—No, el niño sigue mal. Es por eso que Dietrich está aquí —respondió Cade, con un tono más serio.
Fruncí el ceño, incapaz de ocultar mi desconcierto.
—No entiendo… Si su hijo está enfermo, ¿no debería estar apoyando a su esposa?
Cade soltó una risa amarga.
—Estás confundida, y lo entiendo. El dueño de la empresa es Dmitry Blackfrost, el hermano menor de Dietrich. Su hijo está enfermo, y Dietrich ha venido a reemplazarlo contra su voluntad. Hace más o menos dos años vendió todo y juró no volver a Colombia, aunque nadie sabe las razones.
Me detuve en seco, sin saber qué decir.
—¿No está casado? Pero… pero si hace más de dos años se casó, es lo que tengo entendido.
—No, no fue él, su hermano fue quien se casó con la mejor amiga de este. Fue una boda inesperada, estuve allí. Todo fue por el embarazo de Yelitza —respondió Cade, con tranquilidad, pero mi mente no lograba procesarlo.
—¿No… no está casado? —dije tan fuerte que incluso él se giró para mirarme con el ceño fruncido.