El capricho de papá

#10

—Yo… yo tengo que cuidar a mi hijo —respondí después de observarlo detenidamente.

—No pretendo quitarte mucho tiempo, Marría.

—Es Mariam.

—¿Puedes hablar Alemán, Marríam?

Negué, comprendiendo su referencia.

—Muy bien, sigue con lo tuyo. Nos vemos en tu hora de almuerzo.

Asentí levemente. Se acomodó la camisa y se marchó por el pasillo. Lo observé hasta que desapareció de mi vista, suspiré, y decidí acercarme al escritorio, ya que mi hijo estaba durmiendo.

Intenté concentrarme en el trabajo, pero no lograba hacerlo. Las preguntas sin respuesta me abrumaban, y aceptar que había malinterpretado todo dolía más de lo que imaginaba. No era solo el hecho de que mi relación con mi familia se había roto, aunque nunca fue buena. Siempre había algo en mi contra, algún reproche. Pero no podía evitar sentir que todo esto era injusto. Por no haber hablado en su momento, ahora estaba pagando el precio.

«No puedes justificar su cobardía. Cade dijo que no era un hombre de compromisos. Quizás incluso sabiendo eso, nada hubiera cambiado. No habría respondido por Samuel.»

Revisé los mensajes. Alejandra seguía sin responder. Decidí dejar el teléfono a un lado y dedicarme a ordenar la agenda y responder correos pendientes.

Un par de horas después, Dietrich pasó a mi lado sin mirarme, como si no existiera. Entró a su oficina y allí permaneció hasta que llegó la hora del almuerzo. Me apresuré a recoger mis cosas para ir a ver a Samuel, pero justo cuando me disponía a irme, la puerta de su oficina se abrió.

—Ven a la oficina, por favor.

—Pero…

—No te quitaré mucho tiempo.

Resignada, asentí. Terminé de organizar unas cosas en el escritorio y caminé nerviosa hacia la puerta. La abrí lentamente y suspiré al verlo concentrado en unos documentos.

—Estoy aquí.

—Siéntate —me indicó, señalando una silla frente a él.

—Prefiero quedarme de pie. Tengo que ir con mi hijo.

Su expresión se tensó, lo noté en el fruncimiento de su ceño.

—Como quieras, Marría. Sé que necesitas el trabajo, según lo que dice Cade. Por eso quiero informarte algo. En adelante trabajarás con Loren, en su oficina. Haremos un intercambio, su secretaria vendrá a trabajar conmigo. Tendrás el mismo salario y horario. Eso es todo. Puedes irte.

—¿Por qué haces esto? —pregunté sin poder evitarlo.

Me miró fijamente y luego intentó dibujar una sonrisa en su rostro.

—Porque, a diferencia de ti, no rehíce mi vida. No quiero comportarme como un idiota contigo, pero verte me resulta incómodo, y prefiero no olvidarme de ser un caballero, siempre he sabido ser un buen perdedor.

—¿De qué me acusas?

Su mirada me estremeció.

—Finges mejor de lo que mientes, Marría.

—Nunca te mentí —fue lo único que se me ocurrió decir. No pretendía revelarle que había viajado ni darle pistas que lo llevaran a descubrir que Samuel era su hijo. No podía arriesgarme hasta estar segura de que no me lo quitaría.

—No esperaba otra cosa de ti. Debí suponerlo… alguien como tú solo se interesaría en mi dinero.

—Idiota. Me enamoré de ti. Tu dinero o quién eras nunca me importó.

Una mezcla de burla y rabia cruzó su rostro, pero finalmente sonrió.

—Parece que necesitas que te refresque la memoria, Marría. Para tu desgracia, aún guardo los recuerdos de haber descubierto quién eras en realidad. Esto es para evitarme caer con alguien como tú nuevamente.

—¿Recuerdos? —mi confusión debió ser evidente. Se levantó con su móvil en mano.

—Ten el descaro de negármelo ahora, como no lo tuviste hace dos años, cuando desapareciste sin darme una explicación.

Nos sostuvimos la mirada por unos segundos antes de que él me mostrara la pantalla de su móvil.

Me sorprendió ver que Alejandra le decía que había hecho mi vida y que no lo necesitaba. Pero me dolió más ver el otro chat, desde el perfil de mi hermana, ella se hacía pasar por mí, le aseguraba que solo lo había usado. No solo eso, le pedía dinero haciéndose pasar por mí. Le había dado esperanzas de que era para viajar a su país y luego solo lo bloqueó y restringió su cuenta después de haberle robado, en mi nombre, una cantidad de dinero que jamás había visto y de la cual no tenía idea.

—¿Lo recuerdas ahora? ¿Vas a seguir negándolo? Te busqué como un idiota. Hasta cuando comprobé lo que decías, ibas a darle un hijo a otro y por eso me dejaste, para formar tu familia. Entonces me juré nunca volver a tu país y sus mujeres falsas.

Con más rabia que antes, se guardó el móvil y se dirigió al otro lado del escritorio, desabrochándose los dos primeros botones de la camisa en un intento de calmarse.

—No debería hacer esta pregunta, pero quisiera saber por qué estás trabajando aquí si, según tus mensajes, me dejaste por alguien mejor.

Suspiré, frustrada. La respuesta era evidente, pero no tenía fuerzas para explicárselo. No en ese momento. No hasta poder aclarar las cosas, asegurarme de que no corría riesgo de perder a mi hijo. No tenía caso decirle nada, defenderme en ese momento, al menos no hasta poder decirle que Samuel era su hijo. Hasta hablar con Laura y Alejandra.

—Por tu silencio me imagino que no tienes argumentos, que tengo la razón, que te he refrescado la memoria. Bien, Marría, ya sabes por qué prefiero que no seas mi secretaria. Verte me genera sentimientos negativos que no puedo controlar, y no mereces ser lastimada por haber querido buscar tu felicidad, aunque podrías haberlo hecho de una mejor manera.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuve. Salí de su oficina antes de que pudieran rodar por mis mejillas. Caminé despacio hacia mi escritorio, incapaz de creer lo que acababa de descubrir. Mi propia hermana me había traicionado. Sabía la verdad y, aun así, me dejó sufrir.

No esperaba aquello de Alejandra. No me lo creía, pero tenía la esperanza de que tuviera una explicación sensata. No podía perder a mi familia y a mi única y mejor amiga a la vez. Me acerqué finalmente al escritorio y busqué mi móvil.




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