Todos han ignorado el moretón, que ha empezado a desvanecerse, y lo agradezco de todo corazón. Solo lo observan por pocos segundos y hacen como que no existe.
«Hombres rudos, acostumbrados a las palizas y las marcas de semanas», me recuerdo sin dejar de restregar la madera del suelo del corral para los ovillos que son atendidos por el veterinario.
Los ovillos que se escaparon acaban de ser revisador por él y, según sus palabras enérgicas, están más que sanos, sin heridas, solo con deseos de explorar de más las tierras.
Ivo, que está a pocos pasos hablando con él, solo me saludó con un asentimiento en cuanto me acerqué para terminar mi jornada laboral con esta limpieza, aún vestida con el mono y calzando las botas de goma, con los guantes ya húmedos y el cabello pegado a la nuca y la frente.
Me enderezo al oírlo llamarme, suelto el cepillo en la cubeta y me pongo en pie cuando se acerca.
—¿Señor…?
—Te llevaré a tu casa. Ya puedes dejar esto por hoy.
Abro la boca, asombrada.
—Pero el señor Pedro…
—Ahora está ocupado —me interrumpe, y me mira fijamente a los ojos, como si quisiera robarse mis iris verde esmeralda y hacerlos suyos—. Ve a cambiarte. Nos veremos frente a las caballerizas. Y no te preocupes, ya tu bicicleta está montada en la camioneta.
Presiono los labios y asiento.
Me devuelve el asentimiento y se gira para encaminarse hacia donde me comentó.
Con la cabeza ladeada, recojo todo y me adentro en la parte trasera del comedor para colgar el mono y dejar las botas en su lugar. Me limpio el rostro con los antebrazos y me deshago de los guantes, que doblo y vuelvo a guardar en los bolsillos traseros.
Y sí, me extraña que mi propio jefe esté dispuesto a llevarme al apartamento.
«Seguramente es así de servicial con todos sus empleados», me aseguro para no revolcarme en las dudas, porque, es obvio, dudo que haya descubierto que soy mujer.
Es decir, en estas pintas, con el cabello tan corto y cero maquillaje, parezco un jovencito.
«Espabila, tonta».
Respiro profundo y me dirijo a las caballerizas.
Ivo ya está montado en la camioneta, sin haberse despojado del abrigo negro y la bufanda del mismo color, la cual utiliza para cubrirse la parte inferior del rostro.
Lo saludo con un gesto rápido y me siento a su lado, de copiloto.
Me examina con una mirada rápida y enciende el motor.
—¿Dónde vives? ¿La misma dirección de tu currículo?
—Sí, y gracias.
Afirma con la cabeza, y me pongo el cinturón, titubeante.
—Has hecho un buen trabajo —dice al cruzar el portón, y lo miro.
Su perfil es… bello, sombrío, como todo él.
—Me alegra que a Pedro le haya gustado mi desempeño —respondo sonriente, y regreso la mirada a la ventanilla.
«Dios, ¿es que hace más calor aquí o cómo? ¿Por qué me siento tan… sofocada?».
—Acatas rápidamente y das buenos resultados. Ha sido una buena decisión aceptarte. —Me observa por unos segundos, con el atisbo de una sonrisa de labios cerrados—. Mañana podrás ver cómo adiestra a los caballos jóvenes. Espero que tomes nota para que dentro de poco puedas replicarlo.
—Esa es la idea, señ… Ivo —me corrijo al instante, y reprimo la necesidad de pellizcarme las orejas calientes—. Si no es mucha molestia, ¿también podré aprender del veterinario? Es un conocimiento importante. En caso de que no pueda venir a tiempo, yo…
—Por supuesto que podrás aprender de él —me interrumpe, y esta vez esboza una sonrisa que me permite ver sus dientes superiores.
Me deslumbra.
Pestañeo para salir del embrujo y asiento entusiasmada.
—Muchas gracias, Ivo.
Suelta un sonido de aceptación y se enfoca por completo en la carretera.
Suspiro por lo bajo y contemplo los campos verdes que se extienden en el horizonte, coronados por montañas altas y nevadas, siendo pastoreados por vaqueros que arrean a las vacas o bien supervisan los terrenos. Y me imagino allí con ellos, encima de Pastor, con un sombrero vaquero, las botas típicas y las chaparreras de cuero, mientras sonrío y me burlo de los otros.
Cierro los ojos y me permito que esa imaginación se extienda un poco más.
No solo seré una vaquera, sino también la ayudante del veterinario. Atenderé a los ovillos, les pondré vacunas… No solo eso. Obtendré conocimientos para herrar y así ayudar más a Pedro.
—Llegamos —me anuncia Ivo, y separo los párpados de inmediato.
No me da tiempo a responderle con un agradecimiento porque se baja, rodea la camioneta y deja en el suelo mi bicicleta.
Con rapidez, me deshago del cinturón y me bajo para recibirle la bicicleta, que él pretendía llevar incluso hasta el interior del apartamento.
Titubeo, pero a lo último le esbozo una sonrisa de oreja a oreja.
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Editado: 01.09.2025