El capricho del vaquero

Capítulo 7: Madison

Devoro la frijolada que preparó Pedro y le doy buenos sorbos a la lata de Coca-Cola, que para este calor corporal viene bien, y eso que la sensación térmica ha bajado, así que hace un frío que da gusto.

—Pero come más despacio, que te vas a empachar —me regaña.

Suelto un gemido gustoso con el último sorbo al refresco y me sobo la panza.

—Creo que ya me empaché. —Sí, ya me sé muchos mexicanismos, si es que lo son.

«O pueden ser una mezcla de latinismos, ¿no?», razono.

Pedro me alborota el cabello y se ríe a mi lado.

Como no estoy acostumbrada al frío, visto un abrigo forrado.

Ya sabía que en Wyoming predomina el frío, pero como estamos en verano pensé que habría más días calurosos.

«Craso error».

Me sobo los antebrazos para darme calidez en cuanto la ventisca helada se intensifica y me pongo en pie para ayudar a Pedro a recoger los táperes. Me ofrezco a lavarlos, y me da una negativa con una sacudida firme de su cabeza. Hago una mueca, me rasco la coronilla y me giro hacia la arena de doma, donde se halla Ivo.

Ya terminamos la jornada laboral y, curiosamente, me siento bastante activa.

Me llenos los pulmones hasta el tope, me acerco y me siento en la cima de la valla de acero.

Ivo me mira por el rabillo del ojo y ladea la cabeza.

Me permito observarlo por unos segundos. Esta vez viste una camisa negra, arremangada hasta los codos y con los primeros botones desabrochados, pantalones del mismo color y botas, enlodadas en las puntas. Debe estar tan «informal» por la agitación que puede provocarle el caballo ruano negro que compró hace unos días. Y sí, ya ha transcurrido una semana y poco más.

Se recuesta a mi lado, se quita el sombrero y libera su cabello, que le cae sobre los hombros y le cubre el rostro.

Reprimo una sonrisa.

Es como si escapara de mi escrutinio.

—¿Ya lo bautizaste? —me aventuro a preguntar, y veo al caballo resoplar, escapando de Wyatt, quien, para mi sorpresa el día que me lo dijeron, es un buen adiestrador, aparte del mismo Pedro.

—Aún no. Por el momento solo le decimos «el salvaje».

Frunzo los labios, pensativa.

—¿Qué tal Torrente? Mirale el pelaje, le sale.

Busco sus ojos cuando los segundos pasan sin una respuesta de su parte y lo descubro mirándome. Enmudezco y me quedo quieta. Entrecierra un poco la mirada y la posa en el caballo.

—Sí, le queda bien —responde en voz baja, e inclina la cabeza en mi dirección.

Sus ojos oscuros vuelven a situarse en mi rostro, y hago lo posible para sostenerle la mirada.

Trago como puedo y, sin ánimos de perder la batalla, cuadro los hombros.

E Ivo sonríe.

Sonríe de verdad.

—Soy buen… —Aprieto los labios al darme cuenta de que casi dejé escapar «buena». Me recompongo y digo rápido—: Soy bueno con los nombres. El suyo pertenece a un caballo con cuernos de un videojuego.

Enarca las cejas, sin detener su interés sobre mi cara.

—¿Te gustan?

Me muerdo el interior de la mejilla.

«Por favor, ya deja de mirarme así».

—He descubierto cierto gusto en los gameplays que me salen en TikTok. Me he unido incluso a canales que hacen directos, y son muy interesantes.

Se gira por completo hacia mí, y el entorno enmudece.

Ya no existen Torrente, Wyatt y los vaqueros que se mueven cerca o a la distancia.

Y siento cómo la punta de mis orejas se calientan, así como mi nariz, pero, dejándome ganar por la obstinación, no aparto los ojos de los suyos en una lucha del verde esmeralda contra el castaño muy oscuro, casi negro.

—Entonces, tienes mucho tiempo libre —susurra, y una brisa se reúne con nosotros, haciéndole bailar el cabello.

—Se puede decir que sí. —Sin darle mucha importancia, actuando por puro instinto, atrapo un mechón y lo enredo entre mis dedos—. Es muy… suave —comento, y cierro la boca casi al instante.

Suelto el mechón y aprieto las manos juntas sobre mi regazo al mismo tiempo que mi vista pierde la batalla y busca enfocarse en Torrente, que eleva las patas delanteras y amenaza con ellas a Wyatt, quien se ríe de sus intentos.

Y el mundo vuelve a su ruido habitual, invadido por vaqueros y las reses que empiezan a llegar.

—¿Muy suave el juego? —se burla, y se impulsa para alejarse de la valla.

Poso el interés en su espalda.

—Sí, demasiado suave —miento cuando la realidad es que se nota complicado, pero sé que buscó esa excusa para despojarme de la vergüenza.

Asiente y se pone el sombrero.

—Procuraré no recogerlo más a menudo —me dice sobre el hombro antes de unirse a Wyatt para aplacar a Torrente.

El sonrojo súbito regresa a mis mejillas.




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