Con Madison pegada a mi costado, abrazada a mi brazo como si fuéramos una pareja feliz y amorosa, paseo por el pueblo mientras busco en mi mente alguna forma de despegarla de mí, pero no se me ocurre nada debido a su obstinación, la cual sabrá hallar una solución. De igual manera, me sirve este paseo para distraerme un poco y, ¿por qué no?, darme algunos gustos con ciertas compras, sin cargarme de bolsas, porque pido diligentemente que me lleven todo al apartamento, con cuidado de que Madison no conozca la dirección.
Entretanto, la escucho e interrumpo cuando es necesario.
—Ivo prometió darme un tour, pero, sabiendo que mantiene ocupado, decidí mejor hacer el recorrido contigo.
Muevo la cabeza en una afirmación y agradezco que se aleja de mi brazo para correr hacia el nuevo local de ropa que la atrae. Leo el letrero y tomo nota de sus artículos. Observa con ojo crítico el maniquí detrás del ventanal y chasquea la lengua.
—Para la próxima —musita para sí, y regresa conmigo.
Mi pobre brazo es enjaulado otra vez por los suyos.
Ahora nos adentramos en un bar, donde los vaqueros que han finalizado su jornada beben cerveza, ríen y se burlan de los otros. Los que están en la primera mesa cesan su charla y le lanzan una mirada apreciativa a Madison, que solo se limita a ignorarlos. Después su atención recae en mí y las burlas regresan. No les hago caso y me dejo conducir por la castaña hasta la quinta mesa, donde hay un poco de intimidad.
Me siento en el mullido asiento y la veo dirigirse a la barra.
Enderezo la cabeza y alzo el mentón, sin importarme lo que oigo, porque ahora están dispuestos a divertirse con mi aspecto.
Como me dijo Wyatt una vez: «Solo actúa si se burlan de tu dama. Tú no importas».
Consejos de vaqueros que no me pasarán desapercibidos, aunque sé que no tengo la constitución suficiente para enfrentarme a uno, mucho menos a esos que me lanzan sus pullas.
Trago saliva y le sonrío a Madison cuando regresa con dos botellas de cerveza.
Me tiende una, y se la recibo con una sonrisa taimada.
—Uuuf, está deliciosa —exclama al darle un sorbo a su botella, y se desliza en su asiento.
Los piropos regresan.
Los ignoro y pruebo la cerveza.
«Nop, no me gusta en absoluto», pienso por el sabor amargo.
Es la primera vez que la saborea y la última, por lo visto.
Madison se burla de mi mueca.
—Bueno —carraspeo—, creo…
—Hey, bombón —me interrumpe el hombre que se nos acerca—, ¿me permites invitarte otra cerveza?
Madison frunce el entrecejo y le dirige la mirada con la nariz arrugada. Lo escanea de arriba abajo.
—No me gustan los barbudos y los que parecen machos en celo —le espeta, y lo despacha con un ademán—. Lárgate.
Ambos quedamos perplejos con su nueva actitud, pero el contrario no desiste, antes se carcajea y se apoya en la mesa.
Los ojos de Madison enfurecen, mientras que los míos se mantienen atentos a los gestos de mi «rival».
—Seré mejor compañía, cariño. —Me observa con una mueca burlona y sube las cejas—. No te dará la talla.
Rizo los labios porque en vez de golpearme en el ego me divierte, y él lo nota.
Se tambalea al erguirse y me contempla con los labios presionados.
—¿Qué? —espeta, y sus amigos se silencian, interesados en nosotros.
Madison golpea la mesa con el puño, mientras que él y yo no dejamos de mirarnos.
—No necesito golpearme el pecho para que una mujer se fije en mí —le contesto sin inmutarme—, aparte de que el aroma a borracho espanta hasta a las ancianas, ¿no te parece?
—Este hijo de…
—¡Suficiente! —chilla Madison, y hace chirrear la silla al ponerse en pie.
Dejo de anclarme a la mesa, lista para recibir el golpe de este tonto, y me quedo quieta, al igual que él.
—Lárgate si no quieres tener problemas con mi primo, Ivo Jensen.
El bar se silencia por completo.
El vaquero borracho boquea y me observa por unos segundos.
—¿Jensen? —titubea, y se reajusta el cinturón.
Me fijo en la hebilla llamativa.
Es un trabajador del rancho MacKington.
«Oh, no…».
—Sí, y te pateará ese culo ensuciado de cerveza si sigues molestándonos —le contesta Madison con el mentón en alto.
Palidezco al ver a los compañeros de este borracho ponerse en pie y acercarse.
—Madison —le susurro, y tengo cuidado al levantarme—, será mejor que nos vayamos.
—Cállate, rata de rancho —me espeta el más alto del grupo, que ahora está muy cerca—. ¿Has dicho Jensen, dulzura?
Madison no vacila y se pone más firme.
—Sí, ¿o es que tienes mucha cera en esas orejas?
#1554 en Novela contemporánea
#7965 en Novela romántica
ranchos y vaqueros, drama amor tragedia, mujer empoderada y liberada
Editado: 01.09.2025