El capricho del vaquero

Capítulo 13: Problemática

Con una cortadura en mi labio inferior y dos moretones más a la colección, presencio cómo Ivo regaña a Madison, que se retrae en sí misma, mientras que Wyatt se atiende las heridas en el rostro y los nudillos.

Le tiendo una nueva gasa y recuerdo cómo obtuve mis dos nuevos golpes.

«Bueno, no fue una buena idea intentar respaldar a Ivo, porque no lo necesitaba».

Suspiro y le ayudo a desenroscar la tapa del peróxido de hidrógeno.

—Sí que es buena para atraer problemas —masculla, y me agradece con un asentimiento.

Empapa la gasa con yodopovidona y le da golpecitos a sus nudillos en carne viva con ella.

—Ellos empezaron —la justifico, y me siento a su lado en mi sofá.

Sí, a lo último tocó venir a mi apartamento.

La ráfaga negra que me cubrió en ese momento fue el mismo Ivo, vestido con su típica gabardina y con el cabello suelto. Arribaron al pueblo para hacer unas compras justo cuando corríamos lejos del bar.

—Aun así, no debió actuar de ese modo —espeta, y me recibe otra gasa limpia.

Sacudo la cabeza, exhalo y hago una mueca.

—En eso te doy la razón.

—Siempre ha sido buena para atraer problemas, más con los MacKington. De hecho, tuvo un amorío con el hermano menor del dueño. —Chasquea la lengua y se venda los nudillos—. Por eso y más nuestros roces con los MacKington aumentaron.

Lo escucho con atención y desvío la mirada por un momento hacia la espalda de Ivo, que le señala la salida a Madison. Ella me observa, suplicante, pero no tengo velas en ese entierro, así que solo me limito a bajar los ojos y fijarlos en mi mano lastimada. Golpeé mal y me herí los nudillos.

Wyatt se percata de mi mueca.

—Pásala. —No me da tiempo a reaccionar y sujeta mi mano para examinarla—. No tienes ningún nudillo quebrado, y eso es bueno. —Limpia las heridas con el peróxido, y contengo un quejido—. Cuando golpeas las primeras veces, siempre resultarás herido, pero con el tiempo agarrarás experiencia y sabrás golpear —ríe—. Tu primera pelea ha dado un buen resultado. —Ahora me aplica yodopovidona.

Bufo y sacudo la cabeza.

—Fui impulsivo —reconozco en voz baja, y le agradezco con una sonrisa cuando termina su trabajo.

Enarca una ceja y deja todo en la mesita ratonera.

—Ya te estás volviendo todo un vaquero, Abel, porque los vaqueros somos impulsivos. —Me revuelve el cabello antes de ponerse en pie y dirigirse a Ivo.

Empaco todo en la caja de primeros auxilios y me levanto para dejarla en su lugar.

Al regresar, me doy cuenta de que Ivo no se ha ido, así que me quedo en el umbral de la puerta de mi habitación, vacilante.

Me entrecierra sus oscuros ojos y exhala.

Es allí cuando noto la cortadura en su labio inferior y la rojez que empieza a crecer en el lateral de su mandíbula. Ceñuda, me acerco a él, lo sostengo de la mano y lo obligo a sentarse donde antes se acomodaba Wyatt.

—Hay que tratar esa herida —le digo en tono imperativo, y me vuelvo para sumergirme una vez más en la habitación, pero él me detiene al asirme de la muñeca.

Enmudezco y me tenso.

—No hace falta —susurra, y alivia la presión en mi muñeca, pero no la suelta.

Me vuelvo y lo contemplo, preocupada.

—Pero…

Su risa me interrumpe y su pulgar haciendo círculos en el hueso de la muñeca me pone más rígida, y él se percata de esto.

Carraspea y me libera.

—Yo… —Me relamo los labios y me golpeo mentalmente, porque entre más marco distancia más se acerca, como si se burlara de mí—. Revisátela en el rancho entonces —concluyo, y titubeo con la sonrisa cortés.

Me señala con el mentón el asiento delante de él.

—Por favor, siéntate.

«¿En qué instante se volvió el amo y señor de mi apartamento?».

Con una mueca bien reprimida, aunque Ivo no pierde el detalle, acato y junto las manos en mi regazo.

—No fue necesario que intervinieras —comienza con la voz grave, y le quita aspereza con una nuevo carraspeo—. Mírate, herido de nuevo.

Presiono los labios, sin importarme el escozor en el inferior.

—Pensé que te haría daño —replico al rememorar a ese gordinflón que apareció de la nada y lo empujó para lanzarlo al suelo y allí ponerse sobre él. Actué por puro instinto y de repente me vi sobre su espalda, golpeándolo con los puños cerrados.

En ese intervalo, me gané el primer moretón.

Y luego todo se volvió un borrón, no sé si por la agitación o por cómo reaccionó Ivo.

«Parecía una fiera».

—Y quien resultó lastimado fuiste tú —objeta, y resopla—. Ya comprobaste que Madison no es una buena compañía. —Sacude la cabeza—. En fin, espero que algo como esto no ocurra de nuevo. Y gracias por prestarnos tu apartamento para lamernos las heridas.

Lo miro con cuidado, a la espera de que se ponga en pie, pero decide quedarse más tiempo, y me pongo nerviosa, porque su sola presencia hace que mis sentidos se maximicen y mi mirada no lo deje en ningún segundo. Lo observo de más, hasta que sus ojos negros copian mis acciones y se dedican a pasearse por mis rasgos. El corazón me salta y se torna enérgico.




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