El capricho del vaquero

Capítulo 14: Plan diabólico

Pedro solo me lanzó una sonrisa divertida al verme con mi nueva colección de moretones y mandó a vigilar a Pastor, que ahora pasta en el padre al noroccidente del rancho, donde se aprecian mejor las montañas, y este espacio en soledad me permite respirar con calma, no pensar en los malos ratos del pasado y enfocarme en el ahora, con este caballo coqueto lanzándome resoplidos y de vez en cuando viniendo a mí para rozarme el lateral del rostro con el hocico, como si quisiera aliviarme un poco el dolor mudo en las heridas.

En su tercer regreso, lo abrazo del cuello y permanecemos así por unos buenos minutos, hasta que me pide soltarlo con un golpe de sus patas delanteras. Obedezco y lo veo correr hacia la valla, donde hay buen pasto que arrancar. Sonrío para mí y oculto las manos en los bolsillos laterales de mi chaqueta.

Pienso una vez más en lo ocurrido ayer y el sonrojo se burla mí.

¿Cómo permití que se acercara de esa manera? ¿Cómo dejé que lo viera como un avance? Porque a lo mejor piensa que he caído en sus redes, y es un hecho, pero ¡se morirá de enfado cuando se entere de que soy mujer!

«Si es que le gustan los muchachitos», razona mi consciencia.

Resuello y miro al cielo.

Por más que doy un paso atrás, él se mueve dos en mi dirección a cambio.

Me paso la mano por la cara y respiro en mi palma.

—¿Deberé decírselo directamente? ¿Que lo rechazo? —reflexiono en voz baja.

—¿Rechazar a quién, mi dulce Abel?

Me giro al instante hacia Madison, que se ríe de mi expresión y se acerca con una sonrisa extraña.

—¿Alguien más te corteja?

—Oh, no. —Pongo la mano en mi nuca y desvío mis ojos de los suyos—. Los vaqueros me invitaron a beber esta noche y, bueno, no creo que sea lo ideal. —No es una mentira al fin y al cabo, pero es la excusa suficiente para que su atención se enfoque en otra cosa.

Hace un puchero.

—Te divertirás. Y estaré allí. —Me guiña un ojo.

«Flota mucho en mariposas, la verdad».

—No me gusta el alcohol.

—Habrá refrescos.

—Estoy cansado —rebato.

«Por favor, ya».

—Podrás descansar mientras nos haces compañía —replica sonriente.

«¡Por Dios, entiende de una vez que no me interesas!».

—Sí, pero…

Engancha mi brazo con el suyo y me tira a su lado.

—La pasarás genial. Fin de la discusión.

—Madison… —Sacudo la cabeza.

—Pedro preparará su famosa receta de enchiladas.

«Sí, ya su anzuelo acaba de atraparme».

—Bien, ahí estaré —contesto resignada, y me dejo guiar hasta Pastor.

Su pelaje bayo resplandece con el sol.

Presiono los labios y me dejo guiar por los pensamientos de nuevo mientras nos apoyamos en la valla, al lado de Pastor, que, con su coquetería habitual hacia las mujeres, le mueve el hocico a Madison. Entrecierro la mirada y profundizo en mi cabeza, a la que pronto le faltarán muchos tornillos.

Y suelto la mayor estupidez de mi vida:

—¿A Ivo le gustan los hombres?

Pastor alza la cabeza y se queda quieto, como si tuviera miedo de un cazador con el rifle en alto, apuntándole en medio de los ojos.

Madison contiene el aliento.

El prado se silencia.

Y yo enrojezco de pies a cabeza.

—Bueno —destruye el agónico silencio, y lo agradezco mientras batallo con mis emociones encendidas, reflejadas en mi piel enrojecida—, hasta el momento no lo he visto de la mano de una hermosa mujer. —Se calla para contemplar mejor sus respuestas y hace una mueca, que noto por el rabillo del ojo—. Puede ser que sí le gusten los hombres al fin y al cabo —musita, y asiente para sí misma—. Es la mejor conclusión. —Busca mi mirada y arquea las cejas—. Qué observador eres, Abel.

«De verdad a quien le faltan y sobran tornillos es a ti, Madison, porque concluyes con la primera pista que te dan sin ser muy objetiva —me planteo con los labios apretados en una fina línea—. Pero ¡esto me salva el pellejo!».

—¿Y por qué piensas que le gustan los hombres? —me cuchichea, y se acerca hasta golpearme el hombro con el suyo—. ¿Acaso lo has visto muy cerquita de uno?

Le presto atención a Pastor antes de contestar.

El animal me mira fijamente, como si evaluara mi próxima respuesta en base a la verdad que él bien conoce, pero al mismo tiempo habito en la confusión respecto a los gustos de Ivo, así que no está mal sincerarme un poco, ¿verdad?

—No, no lo he visto en ese plan. —Respiro profundo y le echo una ojeada al prado—. Solo es… muy atento con los jóvenes de mi edad —miento allí, porque solo ha sido atento en exceso conmigo. A los demás, quienes empiezan su carrera de vaqueros, los ignora como si fueran un lastre, fácil de desechar, insignificante y carente de atractivo.

Así es Ivo Jensen, aparentemente desinteresado y demasiado sombrío.




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