Fiel a su plan maquiavélico, Madison nos hace sentarnos juntos en el sofá de la cabaña —¿qué digo cabaña si parece una casona?— de los vaqueros. La mayoría ya están entonados y otros apenas empiezan a caer en el embrujo del alcohol.
Madison parlotea con Wyatt, que le asiente como un poseso de lo perdido que está en la cerveza, mientras que Ivo y yo solo nos repelemos como mosquitos contra el repelente asesino.
Sostiene su botella de cerveza y le da un trago largo, con la mirada fija en la discusión bromista de los vaqueros delante de nosotros, quienes disfrutan de las enchiladas de Pedro, el cual ahora duerme como un zombi en la parte baja de su litera, que está a la izquierda de todos.
Me palmeo el vientre, con el estómago lleno, y suspiro.
Ivo me escucha, deja la botella en la mesa y se inclina hacia mí, con el codo apoyado en su rodilla.
Y también fiel a su palabra, conmigo presente se desata el cabello.
Mis manos pican por enterrar los dedos en sus hebras.
Le cae sobre los hombros y le resalta el rostro de expresión demasiado seria, con ojos negros y brillantes, piel pálida, casi traslúcida, porque si miras bien se le marcan las venas, nariz recta, labios besables…
—Me alegro de que estés aquí compartiendo con todos.
Pestañeo para regresar al presente y asiento mientras alargo la mano para dar con mi lata de Coca-Cola, a la que le doy un sorbo que trago sin saborear.
—No pude resistirme a las enchiladas de Pedro —me sincero, y él sonríe.
Sí, suele sonreír más a menudo conmigo.
«Solo contigo».
Bebo de mi Coca-Cola una vez más y mis ojos saltan hacia Madison, que no deja de observarnos cada vez que tiene oportunidad. Me lanza un beso y un guiño antes de seguir su verborragia con Wyatt, a quien ya perdimos en el reino de las maravillas de la cerveza.
—Fortalecer la amistad con los vaqueros te hará más parte del rancho, Abel —continúa, y ese nombre en su lengua me sabe a gloria. Se moja la garganta con otro trago y se encorva más—. Wyatt prometió enseñarte a ensillar correctamente, ¿verdad?
Dejo la lata en la mesa y me giro hacia él por completo.
«Vamos, sé valiente, como todo un hombre cavernícola».
—Antes les tenía miedo. A los caballos, quiero decir —me apresuro a aclarar al verlo entrecerrar los ojos—. Dicen que la mordida de uno duele como los mil demonios, y por eso les temía —me río, y me encorvo también para estar a su altura. Así me sentiré en igualdad de condiciones con esta conversación—. Comprobé que son unos animales muy intuitivos e inteligentes. Saben con quién llevarse bien y a quién patear para que no les acerquen. He comprobado también su lealtad. —Recuerdo a Torrente y esbozo una sonrisa soñadora—. Las veces que he limpiado su recinto Torrente solo se ha acercado a mí para olisquearme y seguirme, como si le agradara.
Ladea la cabeza y su sonrisa se ensancha.
«Oh, no, mi corazón…».
—Parece que sabe elegir muy bien. —Abre las piernas para extender sus brazos entre ellas. Al parecer, le es una posición cómoda—. Pastor también te intuyó como un buen limpiador y próximamente adiestrador, espero.
Mi sonrisa desvela mis dientes superiores.
—Pastor y Torrente me aman.
Se reacomoda y ahora apoya el mentón en su palma. El codo ha vuelto a descansar sobre la rodilla.
—Pastor y Torrente tienen… sus mañas —susurra, y se arrima solo un poco, hasta que nuestras rodillas se rozan—. Saben mucho.
El corazón me trepa hasta la garganta.
—Sí, sí, muchísimo —suelto, y aprieto las manos juntas—. Son los caballos más intuitivos del rancho.
Su mirada entrecerrada no deja mis ojos.
—Sé tanto como ellos, Abel.
Palidezco y se me desencaja la mandíbula, pero logro cerrarla a tiempo.
Mi mente va a mil y sola se acorrala en un rincón: ¿sabrá del apellido Blessington?
Ya no puedo tragar saliva porque la siento pesada y solo oscilo entre su mirada y la de Madison, que derrite su expresión divertida y la suplanta por una preocupada.
«Blessington… Los Blessington también tienen su reputación aquí».
—Y por eso sé que eres un excelente trabajador. —Me palmea el hombro, y lo miro con los ojos abiertos de par en par. La saliva se me aliviana, el corazón regresa a su lugar y los pensamientos se desaceleran—. Saben elegir a sus cuidadores —resume, y presiona un poco de más mi hombro, como si quisiera asegurarse de mi estado, aunque sé que tiene una razón oculta.
Asiento y me pongo en pie para escapar de esta situación.
Ivo me lo permite con una sonrisa de medio lado.
Huyo hasta la cocina y apoyo las manos en el mesón, intranquila, perturbada por los temores.
Me doblo en mí misma y junto los párpados con fuerza.
La familia Blessington se destaca por sus cabelleras castaño rojizo y sus miradas verde esmeralda. Mi madre, una rubia de aspecto imponente, no logró imponerme también sus rasgos. Mi padre reinó sobre ellos. Nací con la genética Blessington bien puesta, y no tuve esto en cuenta. A lo mejor Ivo me relacionó con este apellido que me pesa una tonelada desde que me conoció, me investigó y conoció lo más importante: que solo hay un heredero, y es mujer.
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Editado: 01.09.2025