El Ceo cree que soy su esposa

Capítulo 1: Me jefe me odia, pero el sentimiento es mutuo

—Tres minutos, señorita Collins.

Ni cuatro. Ni cinco. Tres.

La voz de Logan Reed cortó el aire de la oficina como una cuchilla.

Su reloj de oro brillaba bajo las luces frías del piso veinte, y su mirada, esa mezcla de juicio y desprecio, me perforaba el alma mientras me sentaba en mi modesto cubículo.

Me quedé quieta, respirando por la nariz. Tres minutos. Tres malditos minutos.

—Lo siento, señor Reed —dije con la sonrisa más profesional que pude fingir—. El tráfico estaba imposible.

—Curioso —replicó, cruzando los brazos—. Tu colega, Martins, también viene del mismo distrito y llegó quince minutos antes. ¿Debo asumir que su vehículo viaja en otra dimensión?

—Mi carcocha no se compara con el Audi de Martins—respondí sin pensar.

Un murmullo escapó del equipo, que fingía trabajar mientras nos observaba por el rabillo del ojo.

Logan alzó una ceja, tan despacio que casi pude oír el crujido de su paciencia.

—Le recuerdo que su sarcasmo no figura en la descripción del puesto, señorita Collins.

—Y yo le recuerdo que mi contrato no incluye ser su saco de boxeo antes del primer café, señor Reed.

Silencio.

Un silencio tan tenso que hasta la máquina de café pareció contener el aliento.

—Mi saco de boxeo no llegaría tarde —murmuró finalmente, volviendo a su oficina.

Apreté los puños. Si no fuera madre, probablemente estaría en prisión por homicidio laboral.

Llevaba seis meses trabajando como asistente ejecutiva de Logan Reed.

Seis y ya casi me volvía loca.

Ciento ochenta días de tortura emocional, comentarios pasivo-agresivos y reuniones donde su tono de voz me hacía replantearme todas mis decisiones vitales.

Pero claro, el salario era bueno.

Y con un niño de casi cinco años, pagar la escuela, el alquiler y la terapia para superar a mi ex no salía barato.

—No lo mates —me dijo Emma, la recepcionista, cuando pasé frente a su escritorio.

—No prometo nada —bufé, ajustándome la falda.

Me encerré en mi cubículo e intenté concentrarme en el informe trimestral y coordinar reuniones de mi queridísimo jefe.

Era realmente un hombre ocupado.

Pero la voz de Logan resonaba desde su oficina: grave, autoritaria, arrogante. Esa voz que hacía que todos obedecieran al instante, menos yo.

A veces me preguntaba si me odiaba de verdad o si solo disfrutaba ver hasta dónde podía romperme antes de que renunciara.

Porque ese parecía su objetivo: que yo renunciara a este puesto.

Por eso, solía hacerme la vida imposible, como ahora.

—Señorita Collins, en mi oficina. Ahora.

Respiré hondo, conté hasta tres y entré.

—¿Necesita algo, señor Reed?

Él no levantó la vista del portátil. Sus dedos tecleaban con precisión.

Se podría considerar un workaholic.

Solo después de unos segundos dijo.

—Mañana es la gala internacional de empresarios. Necesito que me acompañe.

Lo miré, incrédula.

—¿Perdón?

—La invitación es doble. —Levantó la vista, impasible—. Necesito una acompañante.

—¿Y por qué yo? ¿No suele acompañarlo Martins a este tipo de eventos?

Daisy lo acompañaba a cuestiones que no fueran tan protocolares, porque a palabras de Reed, todavía no daba la talla.

—Él también vendrá, pero necesita tu apoyo para que alegres la vista de los posibles socios.

—Oh, encantador. Qué cumplido —repliqué, cruzándome de brazos—. Lamento informarle, pero esta noche no puedo.

Él dejó caer el bolígrafo.

—¿Cómo dice?

—Es el cumpleaños de mi... —me detuve. Error fatal—. De un familiar. Muy importante.

—¿Qué familiar? —inquirió con ese tono inquisidor que me daban ganas de lanzarle la grapadora.

—Mi primo —mentí.

—Tiene muchos primos últimamente.

—Vengo de una familia grande.

—Collins, no estoy pidiendo permiso. Estoy dándole una orden.

Me reí sin humor.

—¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Cancelar una celebración familiar para ir a un evento fuera del horario de trabajo y acompañarlo?

—Exactamente eso.

—¡Usted está loco!

—Estoy siendo práctico. La gala de esa noche no es cualquier evento, es una reunión internacional con inversionistas europeos. Si no estoy presente la reputación se verá perjudicada.

—Rumores como "el señor Reed no tiene vida social porque trabaja veinticuatro horas al día".

Él se sorprendió por mi sinceridad excesiva.

"Ups, parece que me pasé".

A veces olvidaba que, detrás de ese carácter infernal, había un hombre que cargaba con una reputación gigante. Y una empresa entera dependiendo de su perfección.

Pero eso no lo volvía menos insoportable.

—Rumores como "la señorita Collins será despedida pronto" correrán la voz si no se apersona mañana y si sigue con esa actitud.

Sus palabras me dejaron sin aire.

Debería cerrar mi bocota.

—De verdad no puedo, señor Reed. Es el cumpleaños de Luke —dije al fin, sin pensarlo.

Su ceja se arqueó.

—¿Luke?

Rayos.

—Mi... perro.

"Perdóname, hijito. Recuerda que eres el amor de mi vida".

—¿No era su primo?

—¡Sí! ¡No! Es Luke—dudó finalmente.

—Su perro tiene cumpleaños.

—Claro. Los perros también merecen pastel.

Su mirada fue un poema de incredulidad.

Yo tampoco me creería. Había actuado estúpidamente solo para que él no se enterara.

En realidad, él no sabía que tenía un hijo y no quería que lo supiera. Con esa mente suya orientada a las épocas de cavernícolas, me miraría con muchos prejuicios.

Luego se inclinó hacia mí, con esa calma peligrosa que siempre precedía a sus frases más letales.

—Collins, si no asiste mañana en la noche, no se moleste en venir mañana.

Sentí un golpe en el estómago.

—¿Está despidiéndome por no ir a una fiesta?

—Estoy despidiéndola por no entender prioridades.

—¡Mis prioridades son humanas!




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