Nunca me había sentido tan fuera de lugar.
Ni siquiera el día que me presenté al trabajo con la blusa al revés.
Esto era peor. Mucho peor.
El salón del hotel Imperial relucía como si hubieran intentado recrear el cielo con luces LED, copas de cristal y sonrisas falsas.
Trajes de diseñador, risas ensayadas, conversaciones sobre cifras y acciones.
Y yo ahí. Daisy Collins. Secretaria, madre soltera y candidata al colapso nervioso.
Yo no servía para estas cosas. Me sentía tan extraña en este ambiente que prefería estar al lado del señor Reed todo este tiempo.
La única cara conocida.
Me había prometido a mí misma mantener la calma: sonreír, fingir elegancia y sobrevivir a la noche sin matar a mi jefe.
Pero Logan Reed tenía una habilidad especial para ponerme al borde del homicidio.
—No se quede parada, Collins —murmuró sin mirarme, mientras saludaba a un empresario italiano—. Sonría. Está representando a la empresa.
—Oh, créame, estoy sonriendo por dentro —susurré entre dientes.
—Intente que se note por fuera.
—Claro, señor Reed. ¿Desea que también baile para entretener a los inversionistas?
Él me lanzó una mirada que decía: “No tiente mi paciencia.”
Y por alguna razón, eso me provocó una media sonrisa.
Quizás porque su ceño fruncido era su expresión natural, y verlo así, entre trajes caros y copas de champán, me parecía tan fuera de lugar.
Aun con su rostro pétreo, Logan era el centro de atención.
Todos lo miraban, lo saludaban, lo medían.
Su reputación era casi legendaria: el joven CEO que había levantado Reed Holdings tras la muerte de su padre, el hombre que nunca daba entrevistas, que jamás aparecía con pareja, que vivía por y para el trabajo.
Frío, inaccesible y hermético.
—¿Por qué tengo la sensación de que este evento es más una exhibición de poder que una gala? —pregunté mientras fingía interés en las flores del centro de mesa.
—Porque lo es —contestó sin emoción—. Aquí no se celebra nada, se mide quién tiene más control.
—Genial. Es súper importante. Me siento halagada de acompañarlo—dije en un tono sarcástico.
Por un segundo, juraría que la comisura de sus labios se movió. ¿Una sonrisa? No, imposible.
—Me alegro que lo note, señorita Collins.
Dos horas después, yo ya había agotado todas mis reservas de paciencia.
Había servido de traductora improvisada, de mensajera y de muro emocional para soportar las miradas interesadas de las socialités que intentaban captar la atención de Logan.
"¿Quién es ella?" "¿Su novia?" "¿Su amante?" "¿Reed finalmente tiene pareja?"
¡Solo soy su secretaria!
—Te están prestando mucha atención—murmuró Martins, la mano derecha de Reed.
—Voy a buscar algo de aire —murmuré.
—No se aleje mucho —dijo él, sin apartar la vista de un empresario coreano que le hablaba de exportaciones.
“Claro", pensé, y me escabullí hacia una terraza lateral.
El aire fresco me golpeó el rostro.
Saqué el celular. Seis llamadas perdidas.
Era la nana de Luke.
El corazón se me aceleró.
Contesté al instante.
—¿Hola? ¿Qué pasó?
—Daisy, no te asustes, ¿ok? —su tono me puso los pelos de punta—. Luke está bien, pero… lloraba mucho. Dijo que quería verte, que era su cumpleaños y que tú no habías venido.
Sentí el estómago caer.
¿Qué hora era?
Dios. Era muy tarde.
—Oh, no…
—Intenté calmarlo, pero se escapó un segundo. Y, bueno, no quería entrar si no lo llevaba al hotel Imperial. Dice que sabe que trabajas aquí porque vio el logo en tu agenda.
—¿Qué? ¿Está aquí?
—Sí, conmigo. Lo traje porque no paraba de llorar, y pensé que al menos si te veía un ratito se tranquilizaría. Estamos en el vestíbulo.
Me apoyé en la baranda, mareada.
—No lo dejes solo. Bajo enseguida.
Corté y regresé al salón corriendo, intentando mantener la compostura.
En realidad, solo me quedaban ganas de llorar. Realmente era una mala madre. ¿Cómo pude priorizar este evento y perdérmelo?
Mi culpa. Es mi culpa.
Las lágrimas se derramaron en mis mejillas.
—Señorita Collins —la voz de Logan me detuvo en seco—. ¿Dónde demonios estaba?
Me giré. Él estaba justo detrás, copa en mano, con esa mirada desafiante y cuestionadora.
—Necesito salir un momento. Es urgente—, dije, tratando de bajar la mirada para que no notara mi expresión.
—Nada es más urgente que mantener la imagen profesional de esta empresa.
—Créame, señor Reed, esto lo es —dije, y salí antes de que pudiera detenerme.
Encontré a la nana en la entrada, con Luke aferrado a su mano y los ojos aún hinchados de llorar.
Mi corazón se apretó al verlo con su pequeña corbata torcida y su cara triste.
—Mami… —susurró.
—Amor, ¿qué haces aquí?
—Quería verte. Dijiste que estarías un ratito y ya pasó todo mi pastel.
Me arrodillé y lo abracé con fuerza.
—Lo siento, amor. Lo siento mucho. Te prometo que mañana haremos otra fiesta, solo tú y yo.
Luke asintió, pero su carita seguía triste.
Ella me miró con culpa.
—No quería traerlo, de verdad, pero estaba desesperado.
—No pasa nada. Gracias por traerlo. Solo déjame pensar cómo…
—Collins.
Esa voz. Otra vez.
Me enderecé despacio.
Martins me había seguido y tenía la mirada fija en Luke.
—¿Puedo saber qué significa esto?
Tragué saliva.
—Nada. Es… un asunto familiar.
—¿Un niño en la gala internacional de inversión europea le parece “nada”? Voy a informarle al señor Reed.
Luke se escondió detrás de mi falda.
—Solo vino un momento. Ya nos vamos.
De pronto, mientras discutía, unos gritos se alzaron de la nada.
— ¡Oh, Dios mío! ¡Se cayó!
Nos giramos. Un grupo de gente corría hacia una parte del salón.
Y allí, entre copas rotas y murmullos, vi a Logan desplomarse.