Para más colmo, Logan recordaba todo, absolutamente todo lo demás, pero había inventado una familia que creía con mucha vehemencia. Luego Martins me dijo en privado que era uno de las secuelas creadas por el golpe.
Yo abrí la boca para decir algo, pero Martins me lanzó una mirada afilada.
—Daisy… —me interrumpió suavemente, con esa sonrisa diplomática que usaba cuando iba a mentir de forma elegante—, el doctor dice que debe descansar.
—Martins… —murmuré, advirtiéndole con los ojos.
Pero él ya estaba al lado de la cama, dándole una palmada en el hombro a Logan como si fuera su hermano de toda la vida.
—No te preocupes, Logan, tu esposa y tu hijo están aquí. Todo saldrá bien.
Mi mandíbula cayó.
¿“Tu esposa y tu hijo”?
¿En serio, Martins?
—¿Ves? —dijo Logan, girándose hacia mí con una sonrisa satisfecha—. Incluso Martins lo confirma.
—Él está tan confundido como tú —gruñí, fulminando a Martins.
El muy traidor se encogió de hombros.
—Estamos en plena crisis de reputación, Daisy —susurró entre dientes, para que el doctor no escuchara—. No lo contradigas. Todavía hay prensa afuera.
Yo cerré los ojos y conté hasta cinco. Muy lentamente.
Uno. Dos. Tres. No lo mates, Daisy. Cuatro. Cinco.
—Está bien —cedí, con voz baja—. Pero solo hasta que recupere la memoria.
—Perfecto —respondió Martins, dándome una sonrisa victoriosa—. Y mientras tanto, la prensa cree que la familia Reed está unida y fuerte. Voy a arreglar tus papeles.
Fantástico. Ahora tenía apellido y familia inventada.
—Voy a querer una gran compensación luego—murmuré por lo bajo.
—Después hablaremos tú y yo—dijo Martins.
—Conste que fue idea tuya. Su enojo te lo debes comer tú, no yo—bufé.
Logan me observó unos segundos, ladeando la cabeza.
—¿Por qué sigues diciendo que no eres mi esposa?
—Porque no lo soy.
—Entonces explícame por qué te vi en el evento, corriendo hacia mí, preocupada, con nuestro hijo gritando “papá” frente a todos.
Me quedé en silencio.
Ay Luke.
No porque no tuviera respuesta, sino porque cualquier cosa que dijera sonaba mal.
—Fue… una coincidencia —dije al fin.
—Una coincidencia muy conveniente —replicó él, con esa expresión que usaba cuando desarmaba a los clientes en reuniones.
Martins carraspeó.
—Bueno, si me disculpan, tengo que atender unas llamadas de prensa —dijo, antes de salir del cuarto con la misma velocidad con la que un cobarde huye de una guerra.
Genial. Me dejó sola con el amnésico más egocéntrico de Nueva York.
Logan se acomodó en la cama, aún mirándome fijamente.
—¿Sabes? —murmuró, con voz ronca—. Aunque no recuerde mucho, algo dentro de mí dice que estás mintiendo.
—Sí, claro —bufé—. Tu instinto CEO.
Él sonrió levemente.
—Exacto. Mi instinto nunca falla.
—Pues ahora sí. —Le crucé los brazos—. No soy tu esposa, señor Reed. Soy tu secretaria. La mujer que trabaja contigo hace seis meses y que probablemente ya esté despedida por todo este desastre.
Sus cejas se arquearon.
—¿Secretaria? —repitió, con incredulidad—. ¿Tú?
—¿Qué pasa? ¿Tan difícil es imaginarme trabajando?
—No, es solo que… —me miró de arriba abajo, con cierta lentitud—. Me cuesta creer que haya contratado a alguien que me mire con tanta intensidad.
Lo fulminé.
—Créeme, tú me entrenaste bien para eso.
Él rio suavemente.
—Supongo que mi esposa tiene carácter —dijo, con tono burlón—. Los días deben ser divertidos a tu lado, y más que trabajas junto a mí.
—Supón lo que quieras —respondí, girando hacia la puerta—. Lo único que quiero es que recuperes la memoria y todo esto termine.
—Y si no la recupero —preguntó, de pronto.
Me detuve.
—¿Qué?
—Si no la recupero —repitió, más serio—, ¿vas a seguir negando que eres mi esposa?
Lo miré.
Su voz sonaba distinta. No arrogante, sino… confundida. Vulnerable.
Y eso, en Logan Reed, era casi imposible.
—Sí —le respondí, firme—. Porque no lo soy.
El silencio cayó entre los dos.
Solo se escuchaba el pitido constante del monitor cardiaco y la respiración suave de Luke, dormido en el sofá.
Logan miró hacia él.
—Es un niño encantador —dijo, con una sonrisa cansada—. Se parece mucho a ti.
Tragué saliva.
—Porque es mi hijo.
—Y mío —insistió él, como si fuera un hecho irrefutable.
Puse los ojos en blanco.
—Dios mío, dame paciencia… —murmuré.
Pero antes de que pudiera responderle, el doctor volvió a entrar con una enfermera.
—Señor Reed, su esposa debe acompañarlo a firmar los documentos de internamiento —dijo, mirándome a mí.
Mi esposa. Otra vez.
Ya estaba por corregirlo cuando Logan me tomó la mano con suavidad.
—Gracias por quedarte —susurró, lo suficientemente bajo para que solo yo lo escuchara.
No supe qué responder.
Era la primera vez que me agradecía de corazón.
No era el Logan que conocía. No el jefe sarcástico, sino un hombre confundido, herido y humano.
Y eso, por alguna razón, me descolocó más que cualquier grito suyo.