El Ceo cree que soy su esposa

Capítulo 8: Mi jefe me abrazó toda la noche

Desperté con una presión firme alrededor de mi cintura.

Al principio no entendí qué pasaba.

Mi cuerpo estaba cálido, demasiado cálido, y mi mejilla reposaba sobre algo que subía y bajaba lentamente.

Respiración.

Abrí los ojos.

Peor error del día.

Estaba sobre el pecho de Logan Reed.

Encima.

Su brazo me rodeaba con naturalidad, como si yo hubiera pertenecido ahí toda la noche, como si no fuera su secretaria, como si no lo odiara con cada fibra consciente de mi ser.

Me quedé inmóvil.

No por miedo, por incredulidad.

—No —susurré, apenas.

Intenté moverme con cuidado, deslizarme fuera de su agarre sin despertarlo, pero el movimiento fue suficiente para que su brazo se tensara.

Me sostuvo con más fuerza.

—No… —murmuró él, dormido—. Quédate.

Cerré los ojos.

Por supuesto.

Claro que tenía que decir eso.

Empujé un poco más, apoyando la mano en su pecho para separarme. El contacto me incomodó más de lo que debería admitir. Estaba caliente. Vivo. Real.

—Suéltame —susurré entre dientes.

Nada.

Su agarre se volvió casi inconsciente, protector.

Forcejeé.

Con cuidado al inicio. Luego, con más decisión.

—Logan —dije en voz baja, tensa—. Suéltame.

Él se movió apenas, frunciendo el ceño, pero no despertó. Su mano bajó un poco, como si buscara asegurarme mejor contra él.

Eso fue suficiente.

Con un movimiento rápido, me escabullí de su abrazo, deslizándome fuera de la cama antes de que pudiera reaccionar. Mis pies tocaron el suelo frío y sentí el corazón golpeándome las costillas.

Lo miré.

Seguía dormido.

El ceño relajado y la respiración profunda, como si no acabara de abrazar a la mujer que más despreciaba en la oficina.

Me pasé una mano por el rostro.

—Esto fue un error —murmuré.

El cuarto estaba en penumbra. Las cortinas dejaban pasar apenas la luz de la mañana. El monitor marcaba constantes estables. Todo estaba en calma.

Demasiada calma.

Miré hacia el sillón.

Luke dormía ahí, hecho un ovillo, abrazando uno de sus dinosaurios. La corbatita del día anterior colgaba torcida de su cuello, recuerdo cruel de un cumpleaños que jamás olvidaré.

Me acerqué despacio.

—Luke… —susurré, acariciándole el cabello—. Amor, despierta.

Se movió, frotándose los ojos.

—¿Mami…?

—Sí, soy yo —sonreí—. Vamos a casa.

Sus ojos se iluminaron apenas.

—¿Y papá?

Sentí un nudo en el estómago.

—El señor Reed está dormido —respondí, cuidando cada palabra—. Martins se encargará de todo.

Luke frunció el ceño.

—Pero yo quiero ir con él.

—No hoy —dije suavemente—. Hoy vamos tú y yo.

Miró hacia la cama.

Logan seguía ahí, con su gran venda en la cabeza defectuosa.

—Despiértalo —pidió—. Quiero despedirme.

Negué con la cabeza.

—No, cariño. Está enfermo. Necesita descansar.

Luke dudó, pero finalmente asintió.

Mientras lo ayudaba a ponerse la chaqueta, sentí la urgencia clavarse en mi pecho. Teníamos que irnos ya. Antes de que despertara y antes de que esto se complicara más.

Una cosa era involucrarme a mí en esta farsa, pero Luke no podía estar más tiempo confundido.

Antes de este gran acto, debía explicarle a solas y dejara de aferrarse a una mentira que no podía sostener.

Tomé nuestras cosas en silencio. Cada paso parecía demasiado ruidoso.

Miré una última vez a Logan.

Dormía tranquilo, como si su mundo no estuviera a punto de romperse.

Ni siquiera parecía gruñón.

Salimos de la habitación sin hacer ruido.

El pasillo estaba casi vacío a esa hora. El hospital aún despertaba. Martins no estaba por ningún lado, lo cual agradecí. No tenía energía para explicaciones, ni para estrategias, ni para contratos.

Solo quería irme, dormir bien en mi cama y que él se hiciera cargo del resto.

Mañana.

Hoy ya tenía suficiente.

—Mami —dijo Luke mientras caminábamos—. ¿Papá va a venir luego a casa?

Me detuve.

Me agaché frente a él, sosteniéndole las manos.

—Luke —dije con cuidado—. Logan no es tu papá.

Su expresión cambió.

—Sí lo es.

—No, amor —respiré hondo—. Él es… alguien importante, pero no es tu papá.

—Me cuidó —respondió—. Dijo que soy su hijo.

El pecho me dolió.

—Eso no significa que sea tu papá.

Luke negó con la cabeza, con una convicción que me asustó.

—Tú dijiste que sí.

Tragué saliva.

—Dije muchas cosas ayer porque fue un día difícil —admití—. Me equivoqué.

Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

—No te equivocaste.

—Luke…

—Él es mi papá —repitió, la voz quebrada—. Yo lo sé.

Me levanté, tomando su mano con firmeza.

—Vámonos.

—No —dijo, deteniéndose en seco—. No quiero irme.

Las lágrimas comenzaron a caer.

—Luke, por favor…

—¡No! —alzó la voz—. ¡No quiero irme sin mi papá!

Algunas personas voltearon a mirarnos.

Me agaché de nuevo, desesperada.

—Escúchame —susurré—. Él no es tu papá. Tu papá no está aquí.

Luke me miró, dolido.

—Sí está —respondió—. Está ahí adentro. Él vino por mi cumpleaños.

Señaló hacia la habitación.

—Y tú estás mintiendo.

Sentí que algo se rompía.

—No estoy mintiendo —dije, aunque ya no estaba segura—. Estoy intentando protegerte.

—No quiero que me protejas —sollozó—. Quiero a mi papá.

Me quedé sin palabras.

Porque en su mente, ya lo había elegido.

Y yo acababa de perder.

—Él no es tu papá —repetí, más suave—. Él es el jefe de mami.

Luke me soltó la mano.

—Sí lo es —dijo con una certeza que me heló—. Él es mi papá.

Y ahí, en medio del pasillo del hospital, entendí algo terrible.

Esto no era solo una farsa corporativa.

No era solo una mentira para la prensa.

Era una verdad que mi hijo ya había aceptado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.