El Ceo necesita una esposa

Capitulo 39

La noticia se expandió como pólvora encendida. La imagen de Aníbal Suárez en la portada de todos los diarios, con el titular que lo acusaba de haber negado un hijo ilegítimo, corría de boca en boca. En la mansión reinaba un caos silencioso, donde cada mirada cargaba sospechas y cada respiración parecía más pesada.

En el departamento de Juana, Greicy acababa de llegar, con el rostro descompuesto. Había salido huyendo de la mansión en cuanto supo del escándalo, buscando refugio en la única persona en la que confiaba: su madre.

—¡Mamá! —exclamó entrando de golpe—. Dime que no es cierto lo que están diciendo de papá.

Juana, que aún tenía el rostro cansado por la larga conversación con Aníbal, se quedó unos segundos en silencio. Finalmente, suspiró y la hizo sentarse.

—Greeicy, escúchame bien. Tu padre no sabía nada. Antes de casarse con Amalia… él amó a otra mujer, una mujer humilde, noble, con la que pensó tener un futuro. Esa mujer desapareció de pronto, y él nunca volvió a saber de ella. Ahora, teme que de esa relación haya nacido un hijo… y que sea Elías.

Los ojos de Greicy se abrieron, llenos de sorpresa y dolor.

—¿Su hijo? —murmuró, como si las palabras le pesaran en la lengua.

Juana asintió despacio.

—Sí. Y tu padre está destrozado porque no lo supo. Porque, de ser cierto, ese muchacho es sangre de su sangre.

Greeicy se levantó de golpe, caminando de un lado a otro. El tic-tac del reloj sobre la pared parecía marcar el ritmo de sus pensamientos.

—Entonces no voy a quedarme quieta. Si Elías tiene algo que reclamar, que lo haga de frente, no escondiéndose detrás de la prensa. —Alzó la mirada con determinación—. Voy a buscarlo.

Juana intentó detenerla, tomando su mano.

—Hija, prométeme que serás prudente. Esto no es un juego.

Greicy apretó la mano de su madre, con lágrimas contenidas.

—Lo prometo, mamá. Pero necesito escuchar la verdad.

Horas más tarde, en una cafetería discreta del centro, Greeicy se reunió con Dylan. El lugar olía a café recién molido y pan caliente. Ella no probaba bocado, apenas removía con ansiedad la taza. Dylan la observaba en silencio, hasta que ella rompió el aire con su voz firme.

—Necesito pruebas. Actas, documentos, lo que sea. Si Elías es hijo de mi padre, quiero confirmarlo por mí misma.

Él arqueó una ceja, inclinándose hacia ella.

—Sabes que pedir eso es meterte en terreno peligroso. Pero… —sonrió con un dejo de complicidad— no te voy a dejar sola.

Greeicy respiró hondo.

—Gracias, Amor. Si descubro que es verdad, no pienso dejar que lo convierta en un circo.

Durante las siguientes horas, Dylan se movió como un enjambre de pequeñas certidumbres. Visitó la parroquia: la sacristana recordó a una mujer de abrigo raído y ojos cansados, que venía a rezar sin acompañantes. Rebuscó en los archivos del hospital municipal: allí, entre hojas amarillentas, encontró una hoja de admisión con el nombre de Roberta Ramírez; no había rendimiento de paternidad porque la mujer ingresó sola, una noche cerrada, con fiebre y fatiga —palabras que en alguien más fríen la sangre. Habló con un vecino viejo de la manzana, un señor que plantaba geranios y recordaba la risa de una muchacha que vendía pan en la esquina. Todo eran piezas pequeñas pero todas apuntaban en la misma dirección.

Mientras tanto, Greeicy no dormía; cada sonido la arrancaba de su letargo. Su teléfono vibraba sin cesar con mensajes anónimos y llamadas con preguntas que no hacía falta contestar. A cada paso, la ciudad parecía una red de murmullos.

Bastaron horas para que Dylan logrará todo lo que Greeicy quería. Dejó caer la carpeta sobre la mesa del despacho como quien coloca una pieza sobre un tablero final.

—Tengo algo —dijo—. La sacristana me prestó una vieja hoja de bautismo: Roberta trajo al niño a bautizar en una capilla pequeña fuera de la ciudad. Puse a alguien a llamar a esa capilla; la monja que está ahí tiene memoria de elefante. Se acordó de Roberta, de su voz, y de que un hombre vino una vez, vestido de traje, pero nunca firmó nada. Me dio el nombre de la calle donde la vieron un mes antes de desaparecer.

Greeicy lloró sin preámbulos; las lágrimas eran una mezcla de alivio y horror.

—Entonces no estamos inventando nada —susurró—. Tenemos línea temporal. Tenemos testigos. ¿Qué sigue?

Dylan tomó su mano con firmeza.

—Hay que hablar con Elías, cara a cara. Pero no lo haremos hasta tener algo más concreto para ofrecerle. Si lo abordamos sin preparación, todo explotará y perderemos el control. Primero, confirmaremos el lugar donde Roberta vivió sus últimos meses y hablaremos con alguien que la haya visto en los días previos a su desaparición. Si encontramos a esa persona, quizá tengamos la primera pista sobre qué pasó: si se fue voluntariamente, si la retuvieron, si hubo discusiones, si alguien la siguió. Cualquier detalle será vital.

Greeicy asintió, la desesperación transmutándose en un frío cálculo.

—Y si la pista apunta a Amalia… —murmuró con la voz apagada.

Dylan la miró como si supiese lo que le costaba pronunciar ese nombre.

—Entonces la seguiremos hasta donde lleve. Y lo haremos con pruebas. No acusaremos sin documentos, ni rostros ni órdenes. No quiero que te pase algo por meterte en esto. Greeicy.

Dylan se acercó y la abrazó, besando su frente.

—Roberta… era la mujer que papá amó antes de casarse con Amalia. —Su voz se quebró—. Entonces, es cierto. Elías es su hijo y Amalia puede estar involucrada.

—¿Qué vas a hacer ahora?

Ella levantó la mirada, firme.

—Buscarlo. Y enfrentarlo.

Dylan la abrazó y besó sus labios, un beso corto y cargado de apoyo total.

^^^^^^

Horas después. Dylan ya tenía una cita de Elías, parq eu Greeicy hablara con él, estaba de pie, con las manos en los bolsillos y la mirada oscura, como si ya supiera que ella aparecería.

—Así que la hija de la amante vino a defender a su padre. —dijo con voz fría.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.