El chico de la biblioteca

Capítulo II. Pequeña obsesión

"¿Estás hablando en serio? ¿Cómo puede gustarte ese idiota? Realmente no logro entenderte."

Eran los reproches molestos de una joven de delgada figura que recostada en la cama con el ceño fruncido miraba fijo a su amiga, quien de pie frente a ella se notaba contrariada con un ligero pero notorio rubor que se teñían en sus palidecidas mejillas. Y es que esta era una de esas charlas habituales entre buenas amigas pero casi siempre se sentía como una primera vez para alguien que era ligeramente tímida, jugueteando entre sus dedos con uno de los largos rizos de su cabello castaño claro como tratando de evadir el tema.

No acertaba a dirigirle la mirada después de haberle confesado de ese alguien que en su clase había llamado su atención de forma especial, apenada por la manera en que su amiga reaccionó solo la hacia sentirse estúpida por albergar este leve sentimiento por el mencionado chico idiota.

Y es que el hablar sobre los chicos, de esas vibrantes alteraciones que ellos provocaban en sus mentes y corazones, y viceversa, era el tema usual en la mayoría de las jovenes "normales" en esta edad, para coincidir en el pensamiento de que esta dinámica de la atracción que aparentaba ser sencilla, no lo era en realidad. Por mucho era más complicada si se lo tomaba con seriedad por eso había que evitar que cada ilusión se tornara significativa para convertirla en algo más profundo como el amor.

Si embargo si a esta edad se cuenta con la madurez suficiente para estar consciente de que la mayoria de estas relaciones juveniles solo se conducen al fracaso inevitable, en la gran mayoría, se estaba en el camino correcto para sufrir menos. Porque así mismo como duraban podría ser proporcional el dolor como consecuencia de que no resultara, con cabeza fría algunos pueden decir que si bien al principio se sufre después se reconforta con otra ilusión venidera, aunque este detalle pudiera sonar con absoluta frialdad era la triste realidad de algunos sin saber a veces el daño emocional que se provocan a si mismos y a otros.

 Lo mágico en las primeras ilusiones de nuestra juventud radicaba justamente en lo efímero de ellas.  

—Dana, ya sé que el es un poco callado pero lindo... ¿No crees? —Apenas murmuraba entre dientes la apenada joven tratando de cambiar ese ambiente silencioso e incómodo que se había formado entre ambas.

—Ya te dije lo que pienso de él, me parece un idiota simplón que solo quiere dar la impresión de que es el señor misterioso y todo ese asunto para que tontas como tú lo encuentren fascinante. —Le respondía con amarga sinceridad— Pero en todo caso habría de felicitarlo porque contigo lo consiguió. Tonta...

—Su rareza lo hace destacarse entre todos los demás chicos que son tan comunes.

—Los chicos comunes, como tú les dices, son más lindos e interesantes eso era lo que pensabas hace unos días. ¿Qué te hizo cambiar de parecer? 

—Es que la mayoria de los chicos me aburren a los pocos días por no decir a las pocas horas, todos parecieran ser iguales sin mucho que destacar cuando ya los conoces. —Descargaba sus amargos pensamientos en medio de un gesto malhumorado— Hablan de las mismas peliculas, juegos, deportes hasta de lo que comen como si fuera un código secreto de conquista entre ellos que a  nosotras suponen nos cautiva, ciertamente no podrían estar más equivocados.

Su amiga escuchaba atenta sus quejas contra ellos se contenía de expresar en palabras lo que por su mente divagaba. "Tú también eres tan común y aburrida como yo, como todos a nuestro alrededor". Ese pensamiento lo disimulaba con una fingida sonrisa porque no había nada más aburrido que pasar la tarde del sábado oyendo los análisis de alguien que podía ser tan odiosa en ocasiones como los chicos comunes que tanto ella juzgaba. A pesar de ser su mejor amiga algunas veces le fastidiaba su actitud de aparente madurez que solo la hacian ver un poco arrogante a pesar de ello le guardaba un gran afecto, y es que la amistad te obliga a aceptar los defectos de otros con cariño.

—Pareciera que odiaras a los hombres, no me vas a salir ahora con que eres lesbiana o algo así. —Se le burlaba.

—Si eso es una insinuación, debo advertirte que no estás entre mis perspectivas para que seas mi pareja, como amiga hago bien soportarte como algo más lo dudo realmente. —Con mejor ánimo con una risilla le hablaba a la vez que se recostaba en la cama, aunque pareciera no era que los odiara solo se se sentía un poco desilusionada.

Y es que después de unas pocas decepciones amorosas empezaba a entender a los hombres y pensaba amargamente en que a veces es mejor no comprender algunas cosas para ser feliz. Entonces en el reproductor de música una canción aleatoria con letra romántica resonaba en la habitación, esa suave melodia evocaba en su mente a este chico "raro", ese que tanto le intrigaba ¿Podría ser este la diferencia que tanto anhelaba?

—Quizás tu querido Nathan sea aún más aburrido de lo que crees ya que ni siquiera lo conoces tan bien apenas si han cruzado palabra ¿O vas a negarlo?  —Replicaba con una insidiosa sonrisa para fastidiarla en medio de esa música— ¿Y sabes que sería lo más triste? Es que tal vez para él ni existes, que el rarito te ignore sería muy lamentable. ¿No crees?

La otra chica le escuchaba aunque trataba de ignorar a sus tontos cuestionamientos la hacían reflexionar en silencio.

—¿Has notado como pareciera vivir en su propio mundo? siempre con sus audifonos puestos pretendiendo que no le interesa nada, ni nadie, es todo un "rarito" con ciertos aires de grandeza. —Su amiga parecía querer provocarla al hablar mal del joven en cuestión pero ella no se dejaría opacar así nomas. 

—Quizás solo ame la música y le molesta que el mundo bullicioso interrumpa su idilio, eso no tiene nada de malo .

—Creo que de verdad te gusta, tanto para que digas semejante estupidez. ¡Si llegas a tener algo serio con él olvidate de mi amistad!




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