El chico de la biblioteca

Capítulo XI. ¿Efímera felicidad?

"Estando a tu lado todo mi ser haya alivio, me reconforta tu amor... Tu mirada enamorada me da un destello de esperanza que ilumina mi camino mientras divago entre las sombras de mi incertidumbre y soledad"

 

—Ahora tú te pusiste sentimental —Se le burlaba Nathan al percatarse de lo pensativo que el otro estaba, sus ojos tenían una especie de brillo que le conmovía preguntándose internamente que pensamientos divagaban en su mente. Tal vez era solo una tonta idea suya pero sospechaba que algo ocultaba pero ¿Todos tenemos algún secreto que esconder? ¿Verdad?

—Solo pienso que tanta felicidad no puede ser real. ¿Eres una ilusión, eres un sueño? 

Al escuchar esa respuesta le miraba extrañado sobre todo por la expresión en su rostro, no podía explicar la sensación que transmitía pero le asustaba un poco, era como si Michael se mostraba como en un estado de shock con la mirada fija y confundida que se clavaba en sus ojos, si se trataba de una broma no le parecía graciosa. 

—Claro que soy real... ¿Qué te pasa? —Le pellizcaba las mejillas para despertarlo de su ensoñación y si era una broma se la cobraba por adelantado, se las apretaba con un poco de fuerza. 

Michael esbozaba una sonrisa de repente apartando sus manos de esa brusca y dolorosa caricia se acariciaba las mejillas en medio de un gesto exagerado de dolor.

—Eso duele. ¿Sabes? —Sus labios susurraron.

—Es que te pusiste todo raro. —Le regañaba el más joven con molestia— ¿Qué te pasó? No me digas que actúas raro después de las ocho.

—Si soy un ser extraño de la noche, un vampiro chupa sangre. —Hablaba animado abrazándolo de nuevo entre las desarregladas sábanas en que sus cuerpos rozaban, a la vez que besaba su cuello con firmeza— Y te voy a comer.

En ese jugueteo olvidaron el tema a discutir de antes, Nathan miraba el reloj de la pared de su habitación un poco preocupado por la hora que este marcaba pero el estremecimiento que las manos y labios de su impetuoso amante provocaban al rozarlo en medio de sus juegos le dificultaba el resistirse. 

—Ya debemos irnos no sea que mi mamá por cualquier motivo regrese antes, si ve que no hemos comido estando la comida ya servida y fría en la mesa va a comenzar a sospechar. 

En un murmullo serio advertía tratando de controlarse y no caer en sus encantos.

—Pues yo le diré... —Aclaraba la garganta— Querida Sara usted tiene la culpa por decir que comiéramos lo que quisiéramos y yo quise comerme a su hijo. 

—No seas payaso. 

Bufaba malhumorado Nathan sentándose al filo de la cama arreglaba sus ropas sintiendo como el otro no dejaba de tocarlo para fastidiarlo parecía encaprichado en no dejarlo ir y notaba como este no tenía ánimo alguno para levantarse de la cama. Michael al percibir su mirada seria comenzaba también a arreglarse, no dejando de sonreir por el placentero momento juntos en esa cama minutos antes. 

—¿Qué me ocultas? 

Era la pregunta que escuchaba Michael que ahora arreglaba las sabanas, sorprendido un poco por lo inesperada de esta, no acertaba que responderle pero ya se le ocurriría alguna idiotez para desviar el tema. 

—Yo no te oculto nada... No nada muy relevante que yo sepa. —Con aire pensativo respondía aunque sin inmutarse un poco— ¿Sabes que soy homosexual? ¿No?

—Si... Lo sé muy bien. —Suspiraba resignado, ahí estaba de nuevo desviando el tema— Lo que me ocultes no tienes que contármelo ahora cuando estés listo ten la confianza de decirlo. ¿Si? 

El otro le oía notando que lo decía con sinceridad sin un rastro de reproche alguno para hacerlo sentir mal, entonces se convencía de cuanto lo amaba, pensaba en como muchos en la inmadurez de sus cortas edades no comprendían la seriedad que significaba el conllevar una relación no solo eso sino también como fortalecerla en el amor mutuo. Se enorgullecía al verlo crecer de esa manera no dudaba que se convirtiera en un buen hombre estuviera con él o no en un futuro. Nathan entendía su silencio pero extrañamente no le enojaba porque era como Michael dijo antes " El que ama sabe comprender" palabras que se grabaron en su mente y pondría en práctica con alguien un poco complicado como él. 

—Muero de hambre... Gasté todas mis energías en esa cama contigo. —Insinuaba el joven con una sonrisa perversa notando como Nathan se apenaba y lo hacia callar con un regaño severo por ser tan indiscreto al decir tales cosas.

Ambos bajaban con prisa las escaleras para ir al comedor al mirar de nuevo la hora, antes de sentarse recalentaban su cena fría en el microondas, a la mesa se deleitaban del delicioso sabor de la carne y sus guarniciones que preparó Sara con mucho cariño preparó para ellos, en medio de una informal conversación cenaban, la primera de muchas cenas así pensaban para si mismos mientras se miraban.

—Hagamos un brindis... —Proponía Michael levantando frente suyo su vaso con gaseosa fría.

—¿Con gaseosa? 

—No te burles, es lo que hay —Le respondía con una muy fingida seriedad— Ya habrá tiempo después para embriagarnos como se debe, nuestra primera borrachera debe ser juntos.

—¿Vas a decir que nunca te has embriagado? —Dudoso cuestionaba Nathan.

—No, en serio... Claro que he probado una que otra bebida pero no he tenido la necesidad de excederme en eso, me basta el vicio que tengo ahora. —Respondía con aparente seriedad sin dejar de verlo.

—¿Cual? 

—Tú... Soy adicto a ti... ¿No lo habías notado? 

Al oírlo sonreía un poco apenado, no sabía como lograba con simples palabras no solo endulzar sus oídos sino su corazón, novio más galante y coqueto no podía haber tenido la fortuna de hallar. 

—Brindo por todo lo que haremos por primera vez juntos porque contigo todo tiene un principio nuevo y perfecto.

Ante ese romántico pensamiento expresado en palabras por parte de Michael, acercaban sus vasos de gaseosa haciendo ese brindis al chocarlos entre si mientras sus labios sutiles se rozaban con profundo afecto. A los pocos minutos después de cenar, arreglar la cocina veían una pelicula acomodados en el sofá de la sala, aún haciendo actividades rutinarias hacían de ese viernes una noche especial, algo que recordarían por la sensacion grata de una primera vez. Cerca de las diez las luces de un auto alertaban que la mujer llegaba.




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