El Chico De La Mesa 4

CAPÍTULO NUEVE.

 

 

(Muchas gracias a todos por el apoyo que le están dando a esta historia, y muchas gracias personita que la condecoró, es mi primera condecoración, y estoy muy agradecida por ello. Los amo. Ahora sí, a leer) 

 

 

 

 

IX. Una madre y una hija

 

 

Abril Martinelli

 

 

— Gracias por traerme — murmuro mientras abro la puerta del auto

 

— Tranquila. ¿Estarás bien?

 

— Sí... Seguramente ni se darán cuenta que llegué. Estaré bien. Creo... — murmuro mirando mi casa

 

— Bien. Rezaré por qué no te vean entrar ebria...

 

— Te lo agradecería. Mi madre se moriría si me viera ebria... su única hija y no cumple con sus expectativas

 

— Te aseguro que inclusive hasta las superas — habla provocando que me sonroje un poco

 

— Me voy. Adiós y gracias por todo.

 

— Adiós Bril...

 

Después de eso. Me di cuenta de que no se fue hasta que yo entre sana y salva a mi casa. Subí con muchísimo cuidado las escaleras, pero me detuve secamente cuando todas las luces de la casa se encendieron

 

 

Hermano cayó la ley, está rodeada tú casa

 

 

Si, gracias conciencia. No sabes cuanto te amo

 

— ¿Por qué llegas hasta esta hora? — escucho la voz molesta de mi madre

 

¿Dios? Ya no quiero ser de tus mejores guerreras

 

— ¡Mamá! — exclame dándome la vuelta lentamente, trataba de que mi voz no sonara tan mal, pero creo que me equivoque — ¿Qué haces despierta a esta hora? — preguntó, pero su cara de molestia no se iba

 

— Más te vale que me contestes Abril Martinelli

 

Oh, oh. Ya me llamo por mi nombre, esto va en serio...

 

—Eh... yo... eh... e-estaba con Andrea — miento descaradamente

 

— ¿Con Andrea? — escucho la voz confundida de Tomás.

 

¿Él también estaba despierto? ¡Claro! ¡No sería capaz de perderse este gran espectáculo!

 

— Pero ella nos llamó para preguntar por ti... — habla esta vez papá

 

— ¿Dónde estabas? — pregunta nuevamente mamá. Solté un largo suspiró y me dirigí hacia la sala, para después dejarme caer

 

— Fui a un bar con Leandro, Dayana y Nala — murmuro, sabía lo que me esperaba. Lo sabía perfectamente...

 

— ¡¿A un bar?! — exclama dramáticamente, mi madre — ¡¿Cómo se te ocurre ir a ese lugar con quien sabe quién?!

 

— Fui con mis compañeros de trabajo, mamá. Los conoces perfectamente

 

— ¿Y qué? En un descuido, podrías hacer cualquier tontería... Y eso... — se detuvo secamente.

 

Cerró sus ojos fuertemente, antes de tomar algo de aire.

 

— Pero eso ya no es importante — murmura, algo molesta, pero más consigo misma que conmigo —. ¿Por qué no contestabas los mensajes? Estábamos muy preocupados por ti

 

— Lo apagué... Lo siento — susurro, algo confundida

 

¿Quién es esa señora y que le hizo a mí mamá?

 

Bien, les daré contexto de la situación. Verán, mi madre es de esas madres muy tradicionales. Y cuando me refiero muy tradicionales, es que es MUUYY tradicional. Tal vez no en muchas cosas, pero en las que es tradicional, no hay nada que la haga cambiar de opinión.

 

Un ejemplo, es que nunca me dejaba salir sola o de fiesta; según ella eso no era de "señoritas decentes". A veces, cuando llegaba a salir. Me preguntaba si le había avisado a Dylan que salía... Pero, ahora no es así...

 

 

¿Y sí...

 

 

— ¿Pero estás segura de que estás bien? — pregunta dejando ver su preocupación. Cosa, que, por algún motivo, me extraño por completo.

 

— Sí mamá. Estoy bien

 

— ¿Quién era el chico que te trajo? — pregunta mi padre. Mi vista inmediatamente se fijó en la mirada curiosa de Tomás, quien no tardó ni cinco segundos en hablar

 

— ¿Es mi nuevo cuñado? — canturrea felizmente, ganándose una mirada de advertencia por parte de mi madre

 

— ¿Qué? No. Claro que no

 

 

Ya quisiéramos

 

 

Si... 

 

¡Espera! ¡No por supuesto que no!

 

 

Si, claro. Lo que tu digas, querida...

 

 

— ¿Y bien? — pregunta mi padre nuevamente

 

— Es un amigo. Lo conocí en la cafetería. Se ofreció a traerme y acepte... ¿Me puedo ir a descansar? Por favor — murmuro. Mis padres asienten, antes de darme un beso en la frente y subir las escaleras dirigiéndose a su habitación

 

 

¿Qué no éramos nosotras las cansadas?

 

 

Cosas de padres que nunca entenderé, querida conciencia

 

— ¿Peleaste con Andrea? — pregunta Tomás, cuando ambos nos quedamos solos en la sala

 

— ¿Por qué preguntas? 

 

— Andrea me llamó cientos de veces. Cuando le conteste, se escuchaba realmente preocupada. Preguntó si estabas con nosotros. Si sabíamos algo de ti... Diego estaba igual.... Él vino a la casa. Preguntó por ti, parecía algo ¿desesperado? — intenta encontrar la palabra adecuada. Pero al darse cuenta de que no había palabra que lo describiera, se dio por vencido —. ¿Está todo bien con ellos?

 




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