XXXIII. Un corazón roto
Abril Martinelli
— Abril — sentí como alguien movía ligeramente mi hombro. — Bril, despierta. Hoy tienes tu exámen, no puedes llegar tarde — la voz de mi novio me despertó, antes de sentir sus labios sobre los míos
— Buenos días, ricitos — susurre, con una sonrisa
— Buenos días. Es hora de que te levantes
— Ahora voy.
— Bien, que el desayuno ya esta listo — yo le sonreí, antes de ponerme de pie y dirigirme al baño
Salí ya lista de la habitación y desayunamos entre risas y pláticas. Una vez que ambos terminamos, yo tomé mis cosas y me dirigí hacia el para darle un beso en los labios
— Me voy. Nos vemos en la noche. Te amo
— Hasta en la noche. Yo también te amo — me susurra. Me dirigí a la puerta, y tal vez nunca debí de haberla abierto, y me hubiera quedado esa mañana ahí, con mi novio..., o el que había sido mi novio
En un abrir y cerrar de ojos, sentí las lágrimas inundar mi rostro y las palabras de ella comenzaron a llegar a mi. Volví a sentir arder mi garganta, volví a sentir como los gritos salían de mi. Como el intentaba que lo escuchara. Como me decía quienes lo sabían pero no me lo habían dicho. Como todo había sido una mentira que él creo. Como todo había sido un farsa...
— Abril, calmate — vi su rostro en mi mente, y luche, luche para que se fuera, para que desapareciera de mi mente — Abril, abre los ojos. Mírame — y fue lo que hice, abrí los ojos de golpe, y aquel rostro que pensaba era el de Alejandro, se convirtió en el de mi mejor amigo
— Diego — susurre, aferrandome a él
Él me rodeo con sus brazos, intentando que me calmara. Y cuando estuve más cerca de la tranquilidad, se separó de mi, y me miró a los ojos
— Es hora de ir a la universidad — yo negué
— No puedo ir..., no soy capaz de ir ahí...
— Él nunca estuvo ahí contigo...
— Pero la veré a ella. A Andrea. Y no quiero hacerlo — él puso sus labios en una dura línea
— No te puedes quedar estancada en un lugar por personas que no supieron valorarte...
— No es tan sencillo — susurro, bajando mi mirada, al mismo tiempo que sentía mis ojos picar
— Yo lo sé. Pero ¿de verdad piensas gastar tu tiempo lamentandote por esas personas que te lastimaron? — yo mire hacia abajo, antes de limpiar la solitaria lagrima que había caído por mi mejilla —. Hagamos algo, vamos a la universidad, y si pasa algo que no te guste, si el te va a buscar, o lo que sea, yo mismo te llevaré a tu casa, o a donde quieras. Aún este en clases, me puedes ir a buscar, y no pasará nada
— ¿Y no tendrás problemas con tus profesores? ¿Qué tal si tienes un exámen?
— De eso no te preocupes, ninguno me reprobara. No quieren que el capitán del equipo de fútbol tenga que irse del equipo — me guiño el ojo, ocasionando que yo sonreirá un poco
Finalmente accedí y con todo el pesar del mundo, me levante de la cama. Me metí al baño y cuando mi vi rostro en el espejo, pude sentir lástima por mí.
Tenía los ojos muy hinchados y unas ojeras muy pronunciadas. Sentí nuevamente el nudo comenzar a formarse, e intente evitar llorar metiéndome a la ducha, pero fue imposible no llorar. Las gotas del agua fría caían sobre mi cuerpo. El agua que caí en mi rostro se mezclaba con mis lágrimas.
Hacia mi mayor esfuerzo para poder terminar ese baño. Había vuelto al mismo punto del que hace unos meses había salido. Todo había regresado a como era antes. Parecía como si ese fuera su lugar. Como si mi lugar fuera estar en un pozo oscuro. Lleno de oscuridad y de hoyos más y más profundos. Era como si cada segundo, cada minuto, y cada hora que pasaba solamente significaba caer más bajo de lo que antes estaba
Cerré mis ojos, y lo mire. Volví a mirar cada recuerdo que teníamos. Cada vez que me hizo reír. Cada beso que me robo. Las veces que me decía lo mucho que me amaba. Cada detalle que me hacía. Cada abrazo que me dio. Cada vez que limpiaba las lágrimas que caían de mis ojos. Llegaron a mi mente todas la veces que me daba las fuerzas para seguir adelante. Pero todo se quedó en eso, recuerdos. Solamente fue un momento cada cosa que pasamos. Algo que debió de terminar
No puedo decir que fue una tormenta inesperada la que destruyó todo nuestro paraíso, porque fue de todo menos inesperada. Desde que el decidió iniciar con esa farsa, esa tormenta se veía venir. No se si pensó que los daños serían mínimos, no se si pensó que aún faltaba para que llegará. Nunca sabre porque no la detuvo. Porque no nos cuido a ambos. Porque no advirtió a mi corazón lo que podría pasar.
Su sonrisa apareció, esos hermosos hoyuelos que cientos de veces aparecieron cuando yo estuve frente a él. Como sus ojos azules se achicaban con cada sonrisa que me regalaba. Recordé el sonido de su risa. Lo recorde a él. Y me dolió. Me dolió cada vez más porque sentía que me moría por dentro, porque este dolor que sentía, era como si el hubiera muerto, como si el ya no estuviera aquí, y no porque me hubiera engañado y por esa razón yo lo había terminado.
Sali de la ducha y comencé a vestirme. Una vez afuera, Diego intentó que yo comiera algo, pero le fue imposible convencerme, ye entonces sus palabras llegaron a mi mente
— De ahora en adelante, me encargaré de que comas como se debe
Sacudi mi cabeza intentando que ese pensamiento desapareciera. Los tres subimos al auto y yo recargue mi cabeza en la ventinilla de la parte de atrás. Y entonces me di cuenta..., el mundo no se detuvo a pesar de mi dolor..., el mundo siguió girando. Las personas siguieron con sus vidas. Centradas en sus cosas. Concentrados en sus problemas