Lo miré, cruzamos miradas. Él posee los ojos más expresivos y vivaces que jamás vi en mi vida. Hay un juego divertido entre mi mirada verde bosque y sus ojos grises como la plata. Sonrío pero él no lo hace. Dudo si realmente su mirada está dirigida a mí.
¿Es a mí a quién realmente está observando? Giro mi cabeza y me doy cuenta. No, no hay nadie más. En este espacio que nos rodea, solo estamos él y yo. Desconozco su nombre, solo sé la mirada con que me lo dice.
Inmediatamente lo compruebo, su mirada grisácea es únicamente para mí. Esos ojos como dos lunas nuevas, me miran de manera detenida. Verlos es como hacer un viaje a un mundo inexplorado y sublime. Dudas surgen en mi mente ¿Acaso es una mirada de simpatía o de interés?
Mis ojos felices y felinos no se cansan de mirar. Me acerco hasta él, a su rostro, para averiguar lo que esos dos pozos profundos que tiene como globos oculares, gritan. La cercanía me regala destellos de diferentes tonalidades de un gris cálido. Brillan como si dentro de ellos hay un farol encendido por una llama de fuego ardiente y abrasante.
Mi táctica es mirarlo cautelosa. Miro el reloj, anuncia las seis pero el tiempo se detuvo, hace más de media hora que la tarde ha caído. Su mirada ha desaparecido el tedio de mi mala jornada. Me di cuenta en ese momento que en ella, habita un especie de lenguaje propio, es como si su boca no tuviese la autorización para decir lo que guardan y expresan sus ojos.
Agudizo la mirada y atravieso la suya con el par de con el par de bosques que conservo como ojos. El reflejo que me da los espejos de su mirada, llega a ser a intimidante a tal punto que me incita a averiguar los secretos que su miramiento guarda. Entonces decido que quiero mirar todo de lejos pero con él.