El Club De Los Pelirrojos

KATY SIMMONS

1

 

WASHINGTON, ESTADOS UNIDOS.

Katherine Simmons acababa de cumplir 16 años el pasado 25 de noviembre, tuvo una pequeña reunión con sus amigas más cercanas, entre ellas sus dos mejores amigas Lila y Matilda con las que ella solía pasar casi todo el día. Aunque ese 3 de diciembre Lila había faltado a clases por un resfriado y Matilda decidió ir a casa en compañía de Aarón, el chico del que estaba enamorada, así que Katy no se opuso a ello y caminó sola hasta su casa, no era un trayecto tan largo.

Apenas había transitado dos cuadras desde la escuela cuando empezó a escuchar a esas estúpidas personas insultándola y burlándose de su aspecto, 《bruja, cabeza de calabaza》《 ¡tírate delante de un auto y veremos si te duele! 》, le gritaban desde el otro lado de la calle. Y aunque las cosas habían empeorado desde ese maldito video de Gina Morgan, Katy estaba acostumbrada; había sufrido acoso durante toda su vida, así que solo siguió caminando.

En su camino se topó con un gran ventanal que reflejaba su imagen en él, no pudo evitar mirarse, tampoco pudo evitar sentirse mal por lo que veía; porque a pesar de que en muchas oportunidades se había sentido hermosa al ver su imagen en el espejo, evidentemente no lo era. Se sentía rara, diferente y debía de serlo; no encontraba otro motivo para que todos esos imbéciles estuvieran hostigándola incansablemente, todos los días. Katy era una niña delgada, estatura promedio, ojos de un azul muy intenso, la piel Blanca, casi transparente cubierta de pecas, muchas pecas y como gran símbolo de distinción una larga y rizada cabellera de un color naranja furioso. Era preciosa, pero no se sentía así. Así que se bajó más el gorro que traía puesto, dado que el día era frío, pero también el abrigo le ayudaba a camuflarse.

Caminó unos pocos metros más y pudo escuchar las risas a sus espaldas, era ese grupo de imbéciles que venían siguiendo sus pasos. Reían y hacían comentarios ofensivos hacia ella, simulando que no podía escuchar sus burlas. Segundos después pudo sentir una pequeñísima roca del tamaño de un frijol pasar cerca de sus pies y golpear el suelo a su lado, luego otra y otra, la cuarta impactó justo atrás de su rodilla izquierda era un poco más grande, así que sintió un leve dolor y se tocó la zona del impacto. Los bravucones lanzaron una carcajada al notarlo. Por supuesto ellos no estaban buscando lastimarla allí, a la vista de todos; querían hacerla sentir inferior, avergonzarla, intimidarla. Finalmente lo lograron, Katy caminó más a prisa unos 100 metros, asustada y a pesar de que sabía que no debía mirar atrás, lo hizo, para su sorpresa los matones ya no estaban allí. Quizás habían entrado en la tienda que había pasado hace 50 metros o quizás desistieron de molestarla cansados de que ella no les respondiera. En fin, no le importó la razón, solo le importó que ellos ya no estuvieran allí. Decidió ser prevenida y optó por cortar camino por el bosque, su casa estaba unas dos cuadras después del final del sendero. Su madre no la dejaba tomar ese camino y ya la había regañado antes cuando ella y sus amigas tomaban ese atajo. Pero bueno, no era un momento propicio para titubear entre hacerle caso a mamá o librarse de esos infelices que seguramente volverían a aparecer; y después de todo,  su madre no tenía por qué saberlo.

 

 

2

 

Era un día de mucho viento, viento que desprendía las pocas hojas que quedaban en los árboles y levantaba en remolinos las que estaban secas en el suelo, el invierno estaba cerca y eso hacía sentir muy bien a Katy. La ropa abrigada la ocultaba del mundo y las hojas en tonos cálidos al secarse en el bosque la hacían sentir como en familia, le daba tranquilidad mimetizarse con el ambiente y poder estar allí sentada como invisible. El verano era duro, siempre tenía que estar ocultándose del sol cubierta de infinitas capas de protector solar, incómoda con la vista de algún curioso sobre sus hombros descubiertos intentando contar sus pecas. En fin, faltaba mucho para eso, así que mientras tanto disfrutaba de ese colchón de hojas secas en el que estaba recostada. Su teléfono sonó, y ella se sentó, era un mensaje de Matilda, había llegado a su casa, la caminata con Aarón había sido muy divertida y al parecer tendrían una cita el fin de semana. La pelirroja se alegró mucho por su amiga y se sorprendió por todo el tiempo que llevaba en el bosque sin darse cuenta. Respondió el mensaje: 《Estoy tan feliz por ti. Ustedes se ven muy bien juntos. Te llamaré luego de darme una ducha, tengo hojas en el cabello. Te quiero ❤》.

Decidió que era hora de seguir camino, iba a ponerse de pie cuando al levantar la vista se encontró con ese grupo de imbéciles que la había estado siguiendo, las dos chicas estaban frente a ella y los dos muchachos estaban sobre el sendero fumando.

—¿Qué haces aquí, niña rara? —preguntó una de las chicas. Mientras la pelirroja la observaba temerosa, en silencio. Las muchachas eran casi de la altura de Katy, una era Morena de ojos color miel, la otra era rubia de ojos azules. Eran del último año, todos ellos. Aunque siempre estaban afuera de la escuela, buscando problemas— ¡Te hice una pregunta, pequeña bruja! —dijo en un tono poco amigable la morena.

—Déjenme en paz—dijo Katy intentando ponerse de pie. La chica no se lo permitió y la empujó para volver a sentarla—¡¡déjame tranquila, quiero irme!!—gritó la pelirroja, nerviosa.

—Haré lo que me plazca—dijo la de ojos color miel.

—¿Por qué tienes que ser tan arrogante, bruja? ¿Te crees mejor que nosotros? — preguntó la rubia, apuntando a Katy con su dedo.

—No sé de qué estás hablando—se defendió la señorita Simmons.

—¡Oh, claro! ¡Ahora no sabe de lo que estoy hablando! — dijo irónicamente la rubia—. ¿acaso crees que somos idiotas? — dijo mientras se inclinaba a la altura de Katy y le daba un golpe en el hombro izquierdo—. Estuvimos hablándote hace rato y tú solo nos ignoraste ¿te crees gran cosa verdad, cabeza de calabaza?




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