El Color Perfecto

Capítulo 10. Una ducha es...

Quiero perder la conciencia y no tener que darme cuenta de lo que pasa a mi alrededor. Quiero hacer lo que nunca he hecho. No, no puedo. Tengo cosas que hacer y deberes que cumplir. Mis hijos me necesitan, solo ellos me inspiran y me motivan, todo en mi vida gira en torno a ellos. No tendría nada si ellos no están conmigo, creo que yo los necesito más a ellos que ellos a mí.

Los pensamientos de Paulina eran confusos, hace una semana todo era perfecto, ahora se siente como si se estuviera traicionando a sí misma. Carlos Alberto parece un buen hombre y aunque ella no tiene claro lo que siente por él, sabe que no le es indiferente. Él la hace vibrar, hace que vea las cosas en tonos distintos, ya no se siente como un tibio gris, se siente vibrando en un color diferente. No puede definirse a sí misma, pero se siente diferente.

Carlos Alberto le propone conocerse, ver que puede pasar. Al despedirse está noche solo le dio un beso tierno en la frente y le prometió llamarla para verse de nuevo.

- Te llamaré, ¿está bien? Nos veremos el próximo fin de semana.

Esas palabras no salen de su cabeza. Se cambia de ropa, retira el maquillaje y se queda pensando mucho tiempo en su cama.

Él se ve tan diferente: su piel, su cabello, sus facciones, ¡Dios! hasta la ropa que usa. Todo en él grita dinero y eso la asusta. ¿Qué puede buscar un hombre como él en una mujer tan sencilla como yo? Él es tan atractivo y parece tener su vida resuelta, yo en cambio... No sé. No me quiero ilusionar. Ese restaurante es costoso, yo nunca podría pagarlo, seguro debe ganar bien o solo quiso impresionarme. Ahora debo dormir. Quiero trotar mañana.

La mañana de sábado llega, la frescura típica de esta época del año hace que opte por una camiseta mangas largas y un pantalón de sudadera. Esta vez no puede trotar, corre y corre, es como si corriendo de esa forma evitara pensar. Esta vez solo se detuvo frente al aeropuerto para ver las garzas blancas que se alimentaban de pequeños peces a la orilla del mar.

– Parece que hay buena pesca, – murmuró recordando que eso dicen los pescadores de la zona, habla en voz alta como si le comentara a su invisible acompañante – hermosas, me encanta el blanco perfecto de sus plumas. - Se devuelve caminando a un ritmo que parece marchista y trata de mirar solo el mar. Quiere y desea que sus pensamientos se pierdan con cada ola.

- ¡Paulina!

Al escuchar su nombre y esa voz queda petrificada. Es imposible que Carlos Alberto esté aquí, él no puede... Se da vuelta y lo descubre sonriendo. Lleva ropa deportiva en negro y gris, se ve mejor que la noche anterior. Ella no es capaz de articular palabra alguna, sus labios estaban rígidos y la sorpresa la deja sin aliento.

– Buenos días preciosa. Veo que no me equivoqué. – Expresa acercándose a ella, con una sonrisa hechizante, como siempre.

- B-buenos días. No me digas que eres... un acosador. – hay un dejé de temor en su voz y una sonrisa nerviosa, no entiende porqué él está aquí, o qué pretende, la noche anterior le dijo que se verían el próximo fin de semana – ¿Cómo sabías donde encontrarme? – un poco más controlada y segura continua – Solo dímelo y salgo corriendo.

– Ya vi cuan veloz eres. Y también vi que estabas muy concentrada en el paisaje. – Él habla con tranquilidad, la mira con interés, pero al mismo tiempo con ternura.

– Ya tengo miedo. ¿Hace cuánto estás aquí? – mira en todas direcciones trabado de encontrar el carro de la noche anterior.

– Solo el suficiente. – Sonríe guiñándole un ojo de manera muy seductora – Quería acompañarte, también me gusta hacer ejercicio.

- ¿Cómo llegaste, no veo tu carro? - definitivamente no puede ubicar el Mazda 3 negro de la noche anterior.

– Traje algo más ligero, - señala una hermosa moto negra con líneas onduladas amarillas que se encontraba a varios metros del sitio donde están conversando y a millas se nota que no es cualquier moto – a esta hora me gusta sentir la brisa.

– Está bien. – Un poco más relajada, pero con algo de desconfianza aún, lo mira intentando descifrarlo – Quiero terminar mi recorrido ¿me acompañas? – le señala la playa con un gesto de su barbilla y le tiende la mano con una sonrisa un poco nerviosa – ven aún me quedan cerca de tres kilómetros más.

Él se le acerca, le toma la mano y la retiene solo para tocarle la nariz, sale corriendo y ella intenta alcanzarlo, pero él la esquiva y da vueltas al rededor suyo. Unos metros más tarde ella huye de él, la alcanza y la carga llevándola hasta el mar. Ella grita y en el agua caen los dos eufóricos. La sensación de desconfianza se ha desvanecido por completo, es como si lo conociera de mucho tiempo atrás. Mojados y cansados se van al apartamento de Paulina. Al llegar ella le pide que se quite los zapatos si quiere entrar. Él muy obediente lo hace de inmediato, sacando también sus medias que están completamente empapadas. Pasa hasta la sala sintiendo el frio piso en sus pies. Observa todo y se detiene en las fotos que están sobre la mesa pequeña de la esquina.

– ¿Son tus hijos? Están grandes. En esta se ven felices. – se refiere a una foto en la que aparecen los tres con las cabezas Unidas, acostados en algún jardín, la sostiene con su mano izquierda, mientras la derecha señala otro marco.

– Así es. Fue un buen día. ¿Quieres bañarte? – Dice bromeando con una sonrisa en los labios.

– Solo si es contigo. – responde con una sonrisa igual a la de ella, su mente se debate entre el deseo de tenerla de esa manera y su conocimiento de ella, de sus miedos y sus deseos y por eso intuye su respuesta, solo quiere escucharlo de ella.

La reacción en el rostro de Paulina no se hace esperar, sus mejillas se ruborizan aún más, su mirada cambia y su sonrisa se desvanece, toda su expresión cambia. Tonta, tonta, ¿Como se te ocurre hacer un comentario como ese?




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