Carlos Alberto dejó su carro parqueado a unas cuadras, así que la corta caminata está siendo, sin duda, muy agradable. El lugar es muy bonito, un restaurante del centro histórico de la ciudad, Paulina había cruzado muchas veces frente a él, pero nunca, jamás había imaginado que entraría a cenar allí.
Cartagena nocturna es muy diferente a esa que se puede apreciar en el día, es tan romántica, tan acogedora, se siente con un color muy diferente. Es casi como si se viera con unos ojos diferentes.
La comida es exquisita, pero lo mejor de la velada es la compañía. Carlos Alberto es un hombre muy gentil, galante, siempre atento al más mínimo detalle. Paulina se siente como en un sueño, nunca alguien la había tratado de esa manera.
Carlos Alberto se siente fascinado, cada detalle que va conociendo de ella le da más motivos para insistir, siente que esta mujer es casi transparente, aunque se nota que en su vida no hay abundancia, también es palpable el hecho de que ella no se deja impresionar por los lujos, de cierta forma pareciera estar acostumbrada, aunque su entorno dice otra cosa.
– Veo que te gustó la comida. Espero estés igualmente dispuesta para el postre. – Habla con su seductora voz, captando toda su atención.
– ¿En serio? Estoy llenísima. No sé si pueda... – El rostro de él la deja sin palabras, así que prefiere dejar el comentario hasta allí.
El vino que seleccionó Carlos fue muy bueno, él quiere hacer que se sienta bien. Paulina con la segunda copa se siente algo achispada por lo que le dijo que no quiere más y no es porque se sienta mal, es porque le da miedo perder el control de su propio cuerpo.
El postre llega y es consumido con tanta sensualidad que parece afrodisíaco. Paulina siente algo que hacía mucho no sentía: deseo. Desea besar nuevamente los labios de Carlos, esos labios dulces, suaves, firmes, sexis y sensuales. Sus pensamientos parecen evidentes durante un instante, Carlos la mira casi con el mismo deseo que ella está sintiendo.
Desea sentir de nuevo los brazos de él al rededor suyo, transmitiéndole calidez y paz. Esta manera de desear la asusta, no quiere desear imposibles, no quiere nuevamente un corazón roto o la sensación de pérdida. no quiere sentirse decepcionada o abandonada, burlada o engañada, definitivamente no es bueno desear.
– Quiero irme a casa. – Dice de repente y sin aparente justificación. Su rostro muestra algo de angustia o miedo, o tal vez los dos juntos.
– ¿Hice algo mal? No entiendo. Es muy temprano aún. – La mira con cara de desconcierto y escudriñando su rostro para ver si hay una pista de lo que pasa por su mente.
– Nada. Solo necesito irme. No debería estar aquí. Esto no es para mí. – Dice en un tono de voz casi inaudible. Tratando de tomar su cartera, mientras mira sus temblorosas manos.
Su respiración es un tanto acelerada y superficial. Parece que verse en este instante y suponer que puede pasar si sigue con ese juego le hace perder el norte, no quiere que su vida cambie y sobre todo no quiere sentirse herida, decepcionada o abandonada.
Definitivamente tiene miedo.
Carlos Alberto se levanta de la silla y la ayuda a ponerse de pie. Se da cuenta que ella está algo mareada y la sostiene por la cintura. Caminan juntos hasta la entrada. Le pide que la espere mientras cancela la cuenta. No tarda mucho y salen juntos de aquel hermoso y acogedor lugar. Pasan frente al hotel Santa Clara y buscan el carro. No dicen palabra alguna durante el recorrido. El silencio es tan incómodo que él tiene la sensación de que va a perderla antes de siquiera iniciar algo con ella y le aterra la idea de no poder intentarlo, a pesar de tantas cosas él ve a Paulina, la valiosa mujer que está escondida detrás del vestido de madre soltera.
Ya en el interior del vehículo, él le ayuda a colocarse el cinturón de seguridad, sus manos se ocupan de manera hábil de hacerlo y sin tocarla de forma significativa termina la tarea.
– Lo siento. No debería estar aquí. – Dice sin mirarlo – No creo que pueda darte lo que tú esperas.
– ¿Qué espero? – con tono de preocupación y tan dulcemente que ella se incomoda.
– No lo sé. – Ella sabe o cree saber, pero es incapaz de decirlo en voz alta, se sentiría grosera si lo hiciera, él ha sido un caballero con ella.
– Entonces deberías quedarte y esperar, así los dos, juntos, podríamos decidir si puedes o no, darme lo que espero. – el tono tranquilo en que lo dice la calma a ella también y le da valor para intentar explicarse, sin que diga cosas que puedan incomodarlo.
– Yo nunca...
– Nunca...
Traga saliva y toma un momento para responder, respira profundo y se gira en la silla del copiloto para mirarlo, entonces, en tono calmado y triste le dice lo que piensa.
– Después de Heriberto, he conocido a algunos hombres, hombres que parecen querer solo una cosa. Es tan evidente. Por eso siempre estoy sola. Una mujer separada es como un panal repleto de miel. Tras unos años de separada mis amigas y hermanas me presentaron a algunos hombres, ellos creen que separada es igual que disponible para tener sexo sin compromiso. Yo no quiero una pareja sexual, si se da sería maravilloso, pero en realidad lo que yo quiero es una persona con la cual pueda compartir tiempo de calidad, mis alegrías, mis triunfos, mis sueños, mis tristezas y preocupaciones y las de él de la misma manera. Quiero ser feliz con alguien y pelear con él cuando no esté de acuerdo. Quiero un brazo donde apoyarme, un hombro donde llorar, un pecho donde dormir. - Respira profundo, haciendo una corta pausa - Se que soy muy exigente, creo que nadie me puede dar tanto, pero es lo que quiero. No quiero ser usada, ni abandonada, ni maltratada o burlada. Es cierto, después de Heriberto nunca he tenido sexo con nadie y tal vez pase mucho para eso, pero prefiero eso a no sentirme bien conmigo misma.
Un suspiro después de este pequeño monólogo y un silencio abrumador que hizo casi imposible respirar. Carlos no quitaba la vista del rostro entristecido de Paulina. Su boca no decía nada, pero sus ojos gritaban con desesperación y con ternura que quería abrazarla. Se armó de valor y se bajó del carro, lo rodeo y abrió la puerta donde estaba sentada Paulina, con rapidez le quitó el cinturón de seguridad y le tendió la mano. Desconcertada aceptó y salió del auto. La abrazó con mucha ternura, ella se dejó abrazar, él besó su frente, ella cerró sus ojos. Allí estuvieron media eternidad, sin decir palabra, sin soltarse. Sintiendo su calor y disfrutando la fragancia del otro.