l domingo se pasó volando, salió a la playa en la mañana, ya no tan temprano como de costumbre, solo hizo medio recorrido, no le gusta asolearse demasiado, sus pecas se hacen más visibles cuando lo hace, aunque use bloqueador solar, pero tampoco quería perder la oportunidad de hacer algo que tanto le gustaba y sobe todo que no le costaba nada. Tuvo que lavar nuevamente su cabello, del trabajo del día anterior no quedó nada después de tanto bailar.
Su amiga está tan feliz de que ella tenga una ilusión, la ha visto triste tantas veces que no podría decir cuántas han sido. No conoce a Carlos Alberto, sin embargo, siente que va a ser bueno para ella. Cuando el reloj marca las cinco de la tarde recibe una llamada, es Carlos Alberto. No sabe por qué la llama. Por su cabeza pasa la idea de que tal vez él quiere cancelar la cita de hoy, este fin de semana ya han salido dos veces, de seguro tiene más cosas que hacer.
– Buenas tardes caballero. – dice en tono neutro y con un halo de timidez, recordando los besos de la noche anterior, besos que prometen más para la próxima.
– Buenas tardes mi hermosa dama. Anoche olvidé decirte algo – en ese instante Paulina sonríe - por favor ponte tenis y ropa cómoda. Te dejo un beso... En la mano.
Cuelga inmediatamente, no espera ninguna respuesta y Paulina se queda con más preguntas que respuestas de esa llamada. Pero con esas pocas palabras desarmó todos los planes de vestido, tacones y maquillaje. Ahora solo piensa en lo que le puede esperar. Se pone los tradicionales jeans y una camiseta que compró esa misma semana, aprovechando la bonanza de fin de año. Aún no la estrena y piensa que es perfecta para la ocasión. Se recoge la melena en un moño alto, como cola de caballo se decide unos aretes muy pequeños.
A las 6:00 p.m. suena el celular y ambas brincan de emoción. En esta oportunidad Davi se arregla un poco para poder conocer al adorado tormento de su amiga. Al saludar a través del teléfono escucha esa voz que la ha hecho mojar más de una braga.
– Hola preciosa ¿Estás lista? – es todo el saludo que recibe y eso le extraña, desde que lo conoció siempre ha sido muy atento y amable, por lo que hace una inevitable cara de sorpresa.
– Si. Pero no sé a dónde vamos. – Habla haciendo un puchero que él no puede ver.
– Estoy abajo, ya subo por ti. – El silencio en la línea hace que mire el aparato casi juntando sus ojos.
Otra vez colgó sin esperar respuesta. Paulina y Daviani están muy nerviosas, se paran junto a la puerta y abren antes que él toque. Esa sonrisa, esa sonrisa igual a la de la primera vez en el baño, suspira en su interior, pues al verlo el aire se niega a transitar y con un pequeño empujón de Daviani en la espalda que la hace reaccionar es capaz de soltar un saludo.
– Bienvenido, pasa por favor. Te presento a mi amiga Daviani, ella es la amiga de la que te hablé anoche. – Se hace a un lado para que él entre y se ubique a su lado.
– Mucho gusto, es un placer conocer a tus amigos. – Dice mirando primero a Daviani y luego a Paulina.
– Que bueno, ya quería conocerte. Pau-Pau me ha hablado mucho de ti estos días. – Traidora, la mira con los ojos a medio cerrar y disimula con una pequeña sonrisa.
– Ah ¿sí? Espero que solo sean cosas buenas. – Esas palabras ayudan a aligerar el ambiente y le sacan una genuina sonrisa a ambas mujeres.
– ¿Es que acaso has hecho algo malo? – Repone Daviani con picardía. No ha hecho nada, ese es el problema, piensa para sí.
– Nada. – Confirma con una sonrisa el atractivo hombre.
– Creo que debemos irnos ya. Vamos a llegar tarde.– Interrumpe Paulina para cortar el rumbo de esa conversación.
– OK, OK, OK. Váyanse de una, creo que interrumpo más de lo debido.
Daviani cierra la puerta y la pareja baja las escaleras en medio de risas y miradas. La dueña de la casa, quien vive en la planta baja, la saluda con mucha discreción al momento de entrar. Suben al automóvil y en el camino ella se distrae mirando unos documentos que alcanzaban a asomarse en la guantera de vehículo. Parecían ser cartas con sellos de recibido. Deben ser cosas de trabajo. No les da mucha importancia y busca otro lugar donde fijar su mirada, lo menos que quiere es parecer una niña de cinco años o chismosa, en el peor de los casos.
– ¿Cómo estuvo tu día? – le pregunta ella, rompiendo el silencio.
– Bien, mucho trabajo, pero al final de la jornada el balance es positivo.
– ¿Un jefe difícil? – pregunta mirando su perfil, uno muy diferente al de ella y que parece haber memorizado desde el primer día.
– Mmm... Algo así. – Dice con una pausa y un ritmo poco usual en él.
– Todos los jefes son difíciles, pero les toca serlo, si no es así algunos trabajadores no caminan. He visto muchos casos. – Se acomoda mejor en su lugar y lo mira completamente de frente, aun cuando él mantiene su mirada fija en la calle y en breves instantes la mira sonriendo siempre.
– Creo que tienes razón. Aunque algunos jefes son amables. – La mira y luego al semáforo y continúa hablando - Mejor no hablar de mi trabajo, el tuyo si que es temible, no podría ser profesor ni siquiera por un día, creo que ni por una hora.
- Eso lo dices porque no es tu vocación y seguro no tienes en mente ningún truco, pero es el mejor empleo del mundo.
– Guao. Ojalá todos pensaran como tú. Aunque si tengo pensado un par de trucos, solo que no para unos muchachos sino para ti. – Esa última frase la dice en un tono excesivamente sensual, que despierta algo al interior de ella.
– ¿Cómo cuáles? – Dice con valentía Paulina, haciendo honor a su apellido.
– Estoy seguro que no surtirán el mismo efecto si te los digo. – Toma su mano y la besa.
– Ya veo. – Retira la mano con suavidad, no se siente tan valiente ahora para avanzar tan rápido, por lo menos en este momento, necesita conocer más de él – ¿A dónde vamos?