El Color Perfecto

Capítulo 12. Ahora tienes dueño

– Tengo muchísima hambre. Tantas emociones... – Cuando lo dice, siente algo de vergüenza, él no está obligado a alimentarla, así que...

– Lo sé, yo estoy igual. Pero era muy peligroso comer antes.

Ambos ríen y salen caminando del parque de atracciones. Llegan hasta donde habían dejado el vehículo de Carlos Alberto varias horas antes, en este momento solo quedan unos pocos automotores más.

Al Llegar a un lugar de comidas rápidas del sector de Manga, donde preparan unas excelentes hamburguesas, las devoran con impaciencia, casi con desespero. Era casi media noche y desde el almuerzo no habían probado nada sólido, cada mordisco les supo a gloria, así que las hamburguesas cumplieron con su cometido: saciar el hambre. Al terminar suben al auto y a una velocidad muy baja desandan el camino a casa de Paulina.

– ¿A dónde quieres ir? - Pregunta él en un tono casi inexpresivo. Paulina no puede intuir lo que él piensa en ese momento, lo que si piensa es en que no quiere que la noche termine, han pasado tan bien que ir a su casa a dormir se siente como un desperdicio de tiempo, anhela poder hacer eterna esta noche.

– ¿A dónde quieres que vayamos? – Su tono había sido muy insinuante, esto provoca que Carlos Alberto baje la velocidad y lleve el carro a una orilla de la calle. Su mente no quiere hacerle caso a su corazón, el tono de voz que ella ha empleado es insinuante, pero ella no es así, a pesar de lo conversadora que es, también es tímida, él ha notado lo que le cuesta expresar lo que siente y quiere.

– No me hagas esto. No te imaginas cómo he tenido que controlarme para no besarte como debe ser en toda la noche. Si me lo dices en ese tono no voy a poder controlarme más. – Voy a hacer lo que he estado soñando hasta despierto desde la semana pasada, grita su interior.

– No lo hagas. Yo no quiero hacerlo. - La voz de Paulina era baja y estaba llena de temor, pero también de deseo. Si en este momento le preguntaran por lo que está haciendo, ni ella misma podría asegurar nada, solo se está dejando llevar por primera vez en muchos años. De cierta forma se pregunta que es lo que la ha poseído, pero ignora esa parte de su conciencia y la molesta voz que sigue gritándole que no avance, que ese camino no es seguro.

El auto sube al segundo piso del parqueadero de un edificio en Castillo Grande, un elegante edificio que tiene una hermosa vista. En el ascensor a penas se miran. Paulina esta tan nerviosa por la anticipación que siente que no es capaz de mantener su mirada. Él, él realmente siente que el ascensor debe estar dañado, porque se está tardando más que de costumbre en llegar a su piso.

– ¿Vives aquí? – Dice abrumada por lo imponente del lugar.

– Podría decir que así es. – Responde un tanto esquivo, mientras fija su mirada en el tablero para colocar la llave de acceso.

– ¿En qué trabajas? Aún no me has dicho. – Le cuestiona tratando de encajar lo que ve con la información que tiene de él.

– Ya lo sabes, soy ingeniero industrial y trabajo en una empresa ubicada en la zona franca. No es la gran cosa. – Comparte con ella, usando un tono más distante de lo normal.

– Mmm OK. Eres tan elocuente. – Éstas respuesta desconciertan un poco a Paulina, el siempre ha sido más comunicativo que eso. – Algo te molestó. – Dice en un susurro que es más para ella que porque quiera compartirlo con él.

Las puertas del ascensor se abren en el último piso y dan directamente al interior de un grandísimo Pent House. Paulina puede notar que solo la sala es unas cuatro veces el tamaño de todo el suyo. Está decorado de forma elegante y moderna. Hay plantas hermosas en un balcón y unas pinturas bien dispuestas en algunas paredes. En una amplia sala está un sillón en cuero negro y frente a este un gran acuario con muchos peces de colores. Son peces marinos en tonos azul, verde, amarillo y naranja. Hay un pequeño arrecife allí. Hermoso.

– Este es mi lugar favorito. - Dice él cuando está justo detrás de ella.

– Creo que el mío también. – Decreta ella también. Trae en sus manos un par de copas con vino blanco, que le comparte para luego guiarla hasta el balcón desde donde se puede ver una hermosa vista de la ciudad iluminada.

Se miran a los ojos mientras consumen la fría bebida, de pie, observando la bella vista y apoyados en el barandal de vidrio del balcón. No hay palabras, ninguno puede pronunciar lo que están pensando y sintiendo en ese momento. Sin haber terminado el contenido, él coloca las copas vacías en la elegante mesa dispuesta en ese espacio.

Las manos de Carlos Alberto están sudando y Paulina no pueden moverse del lugar. La toma por la cintura y gira su cuerpo, unen sus labios en un beso delicado pero urgido, en ese momento, de frente pueden decir con sus cuerpos lo que jamás podrían decir con palabras. El ritmo de sus caricias es para nada constante y con sus ojos pueden expresar lo que aún no se han dicho, no pueden seguir allí, en solo movimiento la levanta haciendo que ella le rodee la cintura con sus piernas y camina hasta su habitación.

Desnudar a esta mujer está siendo lo más maravilloso que haya hecho en mucho tiempo, cada centímetro de su bronceada piel ofrece mil sensaciones, cada beso en cada sitio de su cuerpo la estremece como nunca antes, Paulina no sabe si es por él o por el tiempo que ha transcurrido desde su última vez, pero las sensaciones en este instante la están haciendo perder la conciencia y en este nuevo mundo solo existen las inexploradas sensaciones que ahora se desbordan.

Quitarse cada prenda es una tarea que llevan cabo con rapidez y gran habilidad, en el camino acarician sus cuerpos, generando miles de sensaciones, algunas olvidadas otras recién descubiertas. La noche a penas inicia en la habitación y sus labios han explorado sus cuerpos de muchas formas. Hay mucha ternura, mucha pasión, mucho erotismo, mucho fuego y sobre todo muchísimo deseo. La habitación se tiñe de mil colores y uno a uno van provocando nuevas sensaciones en los nuevos amantes.




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