El Color Perfecto

Capítulo 24. ¿Trajes de baño?

Las primeras luces de la mañana hacen su aparición llenando el cielo de hermosos colores, el perfil de Paulina se hace muy visible ante los ojos de Carlos Alberto, su mirada cálida, es acaparada en su plenitud por el rostro de esa mujer que lo vuelve loco. No se mueve. Observa con deseo el cuerpo de la mujer que se haya a su lado. La notable excitación de la mañana es un tanto incómoda. El movimiento de ella buscando su cuerpo lo hace estremecerse, despertar con ella es lo mejor que le puede pasar, pero al mismo tiempo es una increíble tortura dadas las condiciones.

El reloj marca las 5:30 a.m. y comienza un estruendoso sonido que después de unos segundos se vuelve insoportable. Paulina agarra su celular y lo hace silenciar, de inmediato recuerda todo lo ocurrido la noche anterior y se vuelve consciente de la presencia de Carlos Alberto en su cama.

– Buenos días ¡Estás aquí! – Dice con la voz enronquecida.

– Buenos días, mi hermosa dama. Es hermoso amanecer contigo. – Aunque un poco doloroso, piensa sintiendo cierta parte de su cuerpo endurecida y ansiosa por jugar con ella.

Ella se sienta y de inmediato se levanta quedando muy cerca de la puerta. Su cara de sorpresa, nerviosismo y vergüenza juntas le dan un verdadero motivo para reír a Carlos Alberto.

– Los niños, mi hermana, no quiero que piense algo incorrecto. – Exclama en un tono bajo, casi como si fuera un secreto.

– ¿Qué podrían pensar? ¿Qué hicimos el amor y luego dormimos juntos en tu cama? – Juega un poco él. Su sonrisa se hace presente para darle el toque ideal a su comentario.

– No bromees con eso, eso no pasó y no quiero que lo piensen. – dice alterada y con las mejillas enrojecidas.

– No aquí, no anoche, pero pasó – Sonríe con un poco de picardía y la mira con ternura, estira su mano y la invita a sentarse en la cama de nuevo. – Paulina, no quiero alejarme de ti, eres lo mejor que me ha pasado. – Cambia su tono por uno un poco más vivaz – Ahora debo irme, debo solucionar un par de cosas, pero más tarde quiero que nos veamos, que vallamos con los niños a otro lugar para cambiar de ambiente. No quiero verte triste. Te llamo más tarde. – Dice una vez están sentados lado a lado y le sostiene el rostro con ambas manos.

– No lo sé. ¿Y si hay más gente... con cámaras? – Dice en un pequeño puchero.

– Necesito usar tu baño, ¿puedo? – se levanta y sin éxito intenta ocultar el enorme bulto en su pantalón, ella sonríe un poco apenada por la situación, pero señala con la mano en dirección al baño – Estaremos en un lugar donde nadie puede tener acceso a nosotros.

– ¿Cómo así? No entiendo. – Dice mirando su pantalón con una pequeña sonrisa nerviosa.

– No te preocupes. Yo me voy a encargar de todo. – Cierra la puerta y después de haber dejado su vejiga vacía, abre el gabinete que está sobre el lavamanos y observa dos cepillos medianos en rosa y azul, uno en un estuche de viajero y un cuarto en colores blanco y lila, lo toma y comenta con una sonrisa – Asumo que este es tu cepillo, debe ser, no hay otra opción. – coloca pasta de dientes sobre las suaves cerdas y acaricia sus dientes en suaves movimientos circulares, al terminar se enjuaga la boca y sonríe.

Paulina espera a que termine y hace lo mismo que él con el mismo cepillo, sonríe y rueda los ojos mientras lo usa. Cuando ha terminado toma una delicada toalla y seca su cara y la pasa a Carlos Alberto. Un tierno beso y sus cómplices sonrisas los acompañan hasta la entrada. Ya en la puerta, Paulina observa como un hombre trigueño sube al puesto de copiloto de la camioneta negra de la noche anterior.

– El cepillo de dientes es algo tan... íntimo – Su mirada se mueve en dirección a los dos hombres en la camioneta y hace cara de pesar– ellos están allí, que pesar por ellos, toda la noche afuera.

– Ellos están bien. – dirige su mirada en la misma dirección y luego la mira con picardía – Y hay cosas más íntimas que hemos compartido tu y yo.

El rubor en las mejillas de Paulina es casi inmediato. Ya se pueden observar a algunas personas transitando las calles, muchos son trabajadores de la playa que llevan sillas, carpas y otros enseres para recibir a los turistas del día. Es domingo, falta un día para Navidad y el clima es maravilloso, es el ambiente ideal para ir a disfrutar de un día frente al mar.

Carlos Alberto le da un sofocante beso que hace que el calor no se sienta solo en las mejillas de Paulina, sino en todo su cuerpo. El besó termina, pero sus frentes quedan Unidas y su abrazo dura un par de minutos más, él no quiere irse, ella no quiere que se vaya, pero hay cosas por hacer.

Aún no son las seis de la mañana y Paulina se cambia de ropa y sale a trotar a la playa, disfruta la brisa y el paisaje, estar al aire libre le ayuda a despejarse, no quiere seguir pensando en lo mismo.

Sudada sube las escaleras y escucha voces en el interior de su apartamento. Es la voz de Cecilia, habla con Karina y por algún motivo se escucha hasta en la China.

– Madre, buenos días. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan... alterada? Se escucha desde la playa.

– Alterada no es nada, estoy furiosa. Sales en las noticias y no por descubrir una nueva vacuna, sales en una foto, una foto con ese hombre... Y no solo eso, ahora se queda a dormir aquí, ¿Qué ejemplo le estás dando a tus hijos? Si Heriberto se entera...

– Espera mami, espera, todo lo que has dicho tiene mucho de cierto, pero no voy a permitir que me amenaces con Heriberto, él no tiene autoridad moral para señalarme, yo soy una mujer libre gracias a él. Recuerda lo que pasó. – Le reprocha a su madre sus últimas palabras, con relación a lo demás no tiene argumentos en ese momento.

Cecilia se da cuenta que su hija ya no es la joven inmadura de hace unos años y que sabe muy bien como están las cosas. Escucha de boca de su hija la versión de lo sucedido y se calma, tratando de poner en orden las ideas que había formado gracias a los chismes de las noticias y al hecho de no haber dejado terminar a Karina.




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