El Color Perfecto

Capítulo 38. ¡Que espere!

¿Quién golpea la puerta?

Dejando atrás el sueño, su estado de alerta está al máximo, parece que ha dormido mucho y no entiende quién o porqué llama a su puerta y mucho menos de esa forma tan desaforada.

Llaves en mano se desplaza dirigiéndose a la entrada de su residencia, deteniéndose justo a tiempo para preguntar, con más valentía en su voz de la que siente en ese momento.

– ¿Quién es?

– Soy yo, mi hermosa dama. Necesito...

– Vete. – Es interrumpido de inmediato. – Sabes qué hora es, estaba durmiendo.

El corazón de Paulina late frenéticamente, una sonrisa sale sin previo aviso, es como si deseara que esto pase. De cierta forma esperaba algo así o ¿lo deseaba?

– Perdóname. No puedo estar sin ti. Creí que podría ser paciente, pero ahora entiendo que no, tantos días sin ti me están matando. – su antebrazo apoyado en la puerta a la altura de su cabeza sirve de apoyo a la misma – necesito que hablemos.

– Estamos hablando. – el tono de su propia voz la sorprende, es más dura de lo que pretende, en realidad sólo quiere alargar el momento – creo que podrías esperar hasta mañana...

– No. Quiero que podamos vernos a los ojos y decirnos lo que sentimos, – Inhala profundo y dice en tono más calmado, más suave – no estoy dispuesto a irme.

Silencio.

El tintineo de las llaves en sus manos anuncia el tan esperado acto. Carlos Alberto apoya ambas manos a los lados del marco que dará acceso al interior del lugar que anhela. El temblor en sus manos retrasa el acto, que bajo otras circunstancias no le llevaría más que un par de segundos, y ahora parece que llevara horas haciéndolo.

Al abrir la hoja de madera que los separa se encuentra con la figura que le roba el aliento. No sabe qué hacer ni decir, aun así levanta la mirada, tratando de verse segura, serena, cosa que no se asemeja al torbellino que crece dentro de ella y que en cualquier momento puede explotar.

La situación no cambia por algún tiempo, no se podría precisar si fueron minutos o solo unos pocos segundos, lo cierto es que sus miradas están enlazadas a cada instante.

Culpa, miedo, dolor, tristeza, anhelo, vacío. Sensaciones que simple y llanamente llenaron los espacios en blanco. Sin avanzar el uno hacia el otro se mantuvieron frente a frente, soportando la mirada acusatoria del otro.

Lágrimas. Saladas gotas de tristeza abandonan las oscuras retinas de Paulina, mostrando su real estado.

Vulnerable, así se encuentra desde el accidente, el maldito accidente que le quitó la posibilidad de ser feliz junto a ese hombre que supo romper las barreras autoimpuestas a lo largo de los últimos años. Vulnerable, porque él, lejos de ella, es menos que nada, porque cada vez que se da cuenta que solo con ella puede ser feliz.

La oscuridad que rodea el rostro de Carlos Alberto evita que se pueda observar plenamente su expresión, tampoco se puede ver ese molesto tic de su mentón y mucho menos las rebosantes y silenciosas gotas que salen del amargo mar que lo inunda desde hace muchos días a través sus ojos.

Solo la luz del alumbrado público a espaldas del hombre que anhela con fervor deshacerse del dolor y de la soledad que lo ha acorralado desde que despertó en aquella sala de hospital. El dolor de no poder estar con quién ama, con quién en poco tiempo se convirtió en el centro de su mundo, en su todo, en esa persona que nunca quisiera dejar ir.

Al tiempo, sin mediar palabra, bajo en insensato instinto del deseo o del mutuo consuelo se juntan en un abrazo impregnado de genuino regocijo, descansando sus cuerpos, dejando atrás tantos días de indiferencia mal fingida, de amargura censurada para mantener apariencias y de inconmensurables deseos de llorar. En sus cuerpos no cabe ahora rabia u odio, rencor o desamor, solo el deseo de acompañarse el uno al otro, de llorar juntos y de consolarse mutuamente.

Levantarla levemente para sentarse con ella en uno de los sillones de la sala, la deja sobre sus piernas de forma tan sutil que ella solo se percata cuando se halla en su regazo.

– Lo siento tanto, – Ahoga un sollozo dejando más caricias en el cabello de Paulina, dejando que muchas más lágrimas bajen por su rostro y que ahora ella si puede ver y sentir – hubiese preferido que fuera yo en lugar de nuestro hijo.

– No, no lo digas... – Las lágrimas y los sollozos acompañan esas pocas palabras y frenan sus palabras.

– Me siento... miserable, te lastimé tanto...

– Ya no se puede cambiar el pasado, – Se separa un poco, solo un poco de su anatomía para mirarlo en la penumbra y tratar de hallar su mirada – toca abrirse al futuro, no hay otra opción Carlos Alberto.

– Futuro... Quiero pensar que aún tenemos futuro, que tú odio no es más grande que mi amor...

– Yo... no te odio... – acuna las mejillas afelpadas por la incipiente barba en sus manos – He querido odiarte todo este tiempo y no lo he conseguido...

– Luka... – Menciona con duda el nombre de su rival.

– Luka lo sabe, él sabe lo que siento. – La voz de Paulina es rasposa por los deseos de llorar contenidos.




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