El Color Perfecto

Capítulo 39. ¡Te acompaño!

– ¡Te acompaño! – Le avisa con una sonrisa seductora.

– ¿Qué? No, tú debes irte, además, el colegio está cerca. Aún debo bañarme y comer algo... – Balbucea ella.

– Está bien... Tú te bañas y yo te preparo algo para que desayunes.

Solo decir esas palabras Paulina se introduce en el baño, al cerrar la puerta, expresa en silencio su emoción por tenerlo allí, es como si sus deseos secretos se hubieran cumplido, se mira en el espejo y nota como sus ojos brillan, su sonrisa resplandece en su pecoso rostro. Pone en orden su cabello y se mete bajo el suave chorro de agua que cae y moja cada rincón de su cuerpo.

Tan ensimismada se encuentra que solo nota la presencia del desnudo cuerpo de Carlos Alberto cuando la acaricia en la espalda. No percibió cuando la puerta se abrió y luego se cerró y parece haber ignorado el leve movimiento de la floreada cortina que separa la ducha del resto del cuarto de baño.

Sus manos la tomaron desprevenida y tuvo que tragar un grito por la sorpresa recibida. Las suaves caricias llenas de espuma que recorrían la totalidad de su espalda provocan que todo su cuerpo tiemble, con una mano apoyada en la fría pared adquiere el equilibrio que la candente fisionomía de su acompañante le resta. No se gira, solo disfruta del perturbador roce que la hace ver una gran nube a su alrededor. No existe afán, solo el de disfrutar cada suave y enloquecedor toque. No existe tiempo, únicamente el presente, el estar juntos justo ahora.

Los suaves círculos en la espalda se convierten en caminos recorridos hacia otras partes de su cuerpo en los que la sensibilidad es mucho mayor.

Una explosión de mutuas caricias, de dar y recibir sin medida, de explorar para reconocer los recordados y anhelados rincones del cuerpo del otro. Del redescubrir la anatomía como si de una inexplorada selva se tratara, con cautela, pero con deseo, curiosidad, necesidad.

Sin consumar el acto como tal se aferran a sus sensaciones y a las respuestas de sus cuerpos para saciar sus deseos y conseguir infinitos y deliciosos orgasmos. El sublime éxtasis de dejarse llevar hasta el borde del paraíso.

– Si seguimos así... – entre jadeos y gemidos, continúa el íntimo beso y cierra la ducha – no puedo garantizar... que mi cuerpo... no pida más... y no lleguemos... a la próxima... semana

– Si seguimos así... no puedo garantizar... que mi cuerpo... no te dé más... y por ningún... absurdo motivo... lleguemos... a la... próxima semana...

Haciendo agarre de lo que les sobra de sentido común y de fuerza de voluntad, secan sus cuerpos con la única toalla dispuesta al interior del recinto, en turnos cepillan sus dientes como en los viejos tiempos, y ríen cómplices de recordar aquellos momentos y poder revivirlos.

Otro beso, esta vez con sabor a menta, para salir del baño e introducirse en el dormitorio que habían ocupado la noche anterior. Abrazándola por la espalda, cual adolescentes, caminan hasta el borde de la cama donde Paulina se sienta envuelta por la algodonosa toalla que ambos usaron como un fetiche unos momentos atrás. Él, desnudo y con su camisa en la mano, dispuesto a vestirse nuevamente se inclina y la besa con ternura en los labios.

– Voy a preparar ese desayuno que te había prometido. – toma el resto de su ropa, da media vuelta deslizando la camisa por sus brazos y cubre su torso para desaparecer por el pasillo.

Con esa sonrisa que no se ha quitado desde que se reunieron la noche anterior, se levanta, busca ropa decente en su clóset, nada de camisetas o tenis, se decanta por un vestido semi ceñido a rayas negras y blancas, unas sandalias de tacón bajo, aplica cada uno de los menjunjes, como ella le llama a las cremas, desodorante, perfumes y maquillajes, que aplica cada mañana en su rutina para ir a trabajar. Aunque es algo tarde realiza cada acción como si de una caricia se tratara, se toma su tiempo y arregla su cabello con pequeñas pinzas a los lados para dejarlo cayendo en cascadas rojizas que brillan como fuego bajo los rayos del sol.

No entiende cómo, pero al salir la mesa del comedor se muestra con un impresionante despliegue de alimentos que está segura no todos estaban en su nevera o alacena.

– ¿Cómo hiciste todo esto? – Ríe sentándose en la silla señalada por el chef del día.

– Es un secreto que no estoy dispuesto a revelar... Por ahora. – Hace una graciosa reverencia y se sienta a su lado

– Y si tuviera más tiempo te presionaría hasta saberlo, pero es tardísimo, hace cinco minutos inició mi jornada. – Toma el tenedor y comienza a comer de las frutas servidas en un plato mediano frente a ella.

– No te afanes tanto, hoy no tienes estudiantes y no creo que inicien sino hasta las 8:00 – guiña un ojo para ella y la imita en el consumo de los alimentos.

– ¿Cómo sabes eso? – toma un sorbo de café – Justo como me gusta – parece que en serio has estado espiándome. – Más café y un poco de pan integral untado con mermelada de mora.

– No tienes idea de lo que un hombre enamorado puede hacer y más si ese hombre soy yo. – come huevos, pan y un largo sorbo de café. – Tenemos el mismo gusto de café, ¿lo recuerdas?

Como lo iba a olvidar, si cada mañana desde el accidente, cuando tomaba café solo podía pensar en que ese detalle era uno de los muchos que tenían en común.




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