– Mi hermosa dama...
Casi sin aliento, esas tres simples, pero enardecedoras palabras, provocan en Paulina la más eufórica de las reacciones. La más calurosa y sensacional bienvenida que jamás haya tenido Carlos Alberto en su vida. No se lo esperaba. Hace sólo unas horas que se había ido, dejándola en su lugar de trabajo y ahora está de nuevo junto a ella.
Con bolsas repletas de comida de ese restaurante peruano que tanto le gusta a Paulina se sientan en la mesa a compartir lo dispuesto sobre ella y dos copas de exquisito y frio vino blanco acompañándolos, comparten entre sí cada bocado, él le da ella unos camarones y ella a él un poco de esos vegetales que conforman la jugosa ensalada. De esa manera devoran todo, colocan los vacíos recipientes de papel en la cesta de basura y van hasta la habitación.
Cada poro de sus cuerpos transpira felicidad, esa felicidad de estar juntos, de saberse correspondidos, de poder entregar amor sin condiciones y donde el recibirlo es realmente placentero. Las palabras sobran, solo sus cuerpos muestran y demuestran sus reales sentimientos. Abrazados como si nada más en el mundo existiese pasan gran parte de la tarde. Labios unidos una y otra vez dejando espacio entre ellos solo para pronunciar cortas palabras que resumen sus sentimientos.
Casi dormidos en la cama de Paulina y observando a través de la ventana el cielo cambiar de color se mantienen en esa misma posición hasta que un estridente sonido los despabila, es el sonido de sus estómagos solicitando atención, muchas horas pasaron desde que consumieron los exquisitos alimentos y ahora deben solucionar está imperiosa necesidad.
– Quiero recuperar todo el tiempo perdido, – la mira con esa inmensa sonrisa en sus labios y continuo con esa voz que asemeja un glorioso canto – no quiero alejarme de ti ni un segundo mi hermosa dama.
– Yo también quiero estar contigo, – con un poco de timidez y haciendo cara de niña pequeña, bate sus pestañas, canturrea – no entendí nada de lo que dijeron en las exposiciones, sé que es sobre gestión de calidad y auditorías, pero... Jum, ni idea.
– Yo ni siquiera pude ir a la oficina, solo quería estar contigo. – La sonrisa que le dedica es casi una invitación desmesurada a fundirse en uno solo. – Solo pude ayudar a mi hermano con algo personal... – Después de pensarlo dos segundos decide hablarle de lo que sucede – Creo que se va a divorciar, está algo... Triste, no sé si esa sea la palabra, pero espero que nuestra conversación de hoy le haya ayudado en algo.
– Lo siento, se lo difícil que es tomar una decisión así, lo lamento mucho por él. – El pesaroso tono de voz de ella hace que Carlos Alberto se vuelva a abrazarla y le dé un tierno beso en la sien.
– No debes lamentarlo, tú no tienes la culpa, son cosas de ellos. Parece que ella quiere probar otras... cosas, eran muy jóvenes cuando se casaron.
– Es una lástima, después de tanto tiempo... – No logra terminar esa oración.
– Si, son dieciséis años, un hijo, muchas cosas vividas. – La voz de Carlos Alberto es de resignación.
– Espero que puedan solucionar las cosas, ninguna pareja debería separarse y mucho menos cuando tienen hijos. – Lo dice con tanta convicción que hace pensar a Carlos Alberto en que ella realmente nuca quiso separarse.
– Así es amor...
Un apasionado beso que los lleva a olvidar la hora, el hambre y el mundo entero los induce de nuevo en ese mundo donde solo existen ellos, sus manos, sus bocas, sus cuerpos. Una mezcla de posesividad y erotismo, de deseo reprimido y de añoranza los cubre por completo alejando cualquier pensamiento que no se refiera a ellos, a amarse y a entregarse. Caricias que exigen, labios que queman en cada trazo sensual sobre sus pieles los llevan a quitar los excesos de ropa que en este momento son meros e innecesarios accesorios y que van quedando uno a uno a un lado de la cama o sobre ella, el arrugado vestido de la mañana ahora no es más que montículo sobre el piso y la elegante camisa del seductor hombre se encuentra al lado de es este.
Estúpido e insoportables aparatos, siempre tan inoportunos. La llamada al celular de Paulina coloca en pausa la acalorada situación. Al ver la pantalla sonríe y entre los insultos inentendibles de Carlos Alberto la hacen reír a carcajadas.
– Mis ángeles, los he extrañado mucho – observa a Carlos Alberto que sin sonido le dice "mentirosa", palmea su hombro en simulada molestia y de levanta de la cama donde se hallaba sentada – ¿Qué hicieron hoy?
La lujuriosa mirada de Carlos Alberto, la recorre por completo, la blanca ropa interior de suaves encajes que lleva se le ve muy bien, la hace lucir angelical y seductora, una mezcla que enloquece todos los sentidos del enamorado hombre que la observa. De espaldas a él lleva su conversación en ese tierno tono que solo utiliza para sus retoños.
Unos minutos más tarde, al poner fin a la tierna conversación se despabila al ver como la ardiente mirada de Carlos Alberto quita lo poco que lleva sobre su cuerpo.
– Estoy famélica... En verdad es tarde, – Muestra la pantalla del inoportuno aparato y observa como con pereza se levanta y la abraza acercando sus caderas para mirarse de frente – es en serio.
– Vamos a comer algo... Fuera... Pronto o no respondo de mis actos, señorita Valiente, – apretando sus dientes inhala aire por su boca generando un excitante sonido que provoca que sus labios se unan nuevamente, pero está vez un poco más aterrizado en un beso de concesión. – ¡Vamos!