El Color Perfecto

Capitulo 45. Las brujas

 

Trabajar... Uf. Nunca en su vida Paulina habría pensado que ir a su trabajo le significaría malestar o pereza, sin embargo, después de una larga ducha se mantiene aún en bata, no quiere tener que ir a la escuela, es el último día antes de las vacaciones y eso le da menos ánimos para continuar con su arreglo. Mira el clóset de par en par y todo lo que ve lo encuentra incómodo o fuera de tono para el día.

Es temprano aún, debe estar en el colegio a las 7:30 y queda más de una hora para llegar. Tiene la certeza de que Carlos Alberto la llevo hasta su cama, tiene vagos recuerdos de él en un carro, en la ducha, vistiendo la con su pijama de corazoncito de flores, pero no puede recordar más allá. Siente que el dolor de cabeza ha menguado un poco, pero está allí, recordándole que no debe tomar tanto. Adora a ese hombre, no solo está preparándole desayuno, sino que se encargó de que tomara unas pastillas para que pudiera llegar radiante a su trabajo.

La mano que la acerca al pecho de su imprevisto acompañante y el besó que este deposita en su sien, la sacan de sus pensamientos. Una sonrisa se forma en su rostro que no puede más que mirar los dorados ojos de aquel hombre que la hace vibrar con solo mirarla.

– ¿Ya decidiste que vas a usar hoy? – se separa de ella y se sienta en la cama apoyándose sobre sus codos, levanta su pie derecho y acaricia entre los muslos de Paulina de forma sugerente – Yo te prefiero sin nada puesto y muy lejos de este lugar.

Una sonrojada Paulina se vuelve hacia él, tratando de regular su agitada respiración aferrada a las solapas de su bata de baño. No puede negar que está nerviosa, cada día que pasa se les hace más difícil mantenerse con ropa y alejar las manos de sus anhelantes cuerpos. Ella zanja los escasos dos pasos que los separan, ubicándose en medio de las piernas él, sonriéndole con timidez y picardía al mismo tiempo, apoya su rodilla derecha en la cama justo en medio de sus muslos y muerde su labio, acción que hace que perder la cabeza a Carlos Alberto que no puede más que rodear su cintura y llevarla hasta la cama donde en un solo movimiento queda encima de ella.

A medio centímetro se encuentran sus labios, pueden sentir el aliento del otro enloqueciendo cada fibra de su ser. Sus ojos se ven ansiosos, anticipándose a lo que saben viene en pocos segundos, necesitando probarse en todo su esplendor y envolviendo en sus miradas todos los sentidos, sentimientos y emociones que están a flor de piel.

Un extraño sonido llama la atención de ambos y logra que sus sentidos atiendan en otras direcciones. Desde la cocina algo llama la atención de Carlos Alberto, se levanta algo apresurado negando con la cabeza y con una sonrisa de culpa.

– ¡Chocolate! – Dice mientras se levanta de la cama, mesando su cabello, con esa seductora sonrisa en los labios.

– ¿Chocolate? – dice riéndose en un pequeño grito, mientras se incorpora.

– Si, chocolate – grita desde la cocina. Paulina ríe y su carcajada se escucha en todo el apartamento, se apresura a vestirse, el tiempo está pasando y se fuerza a ser responsable con su trabajo

Carlos Alberto apaga la estufa y mira el reguero que ha dejado el chocolate que estaba preparando para el desayuno, decide limpiarlo y lo hace a toda velocidad. Al terminar de servir lo que había preparado, aparece Paulina radiante con un vestido blanco y unas sandalias del mismo color que dejan casi todos sus pies a la vista. No paran de mirarse con deseo, se siente la tensión entre ambos. Nuevamente él ha dispuesto un magnífico desayuno, se está volviendo costumbre, seguro Raúl o David han procurado proveer lo que hacía falta. Ella no da mucha importancia a esa situación y consume cada alimento dispuesto para ella tan rápido a una velocidad impresionante, es muy tarde y aunque la escuela está realmente cerca, Carlos Alberto decide llevarla para que sea más rápido y así compartir más tiempo con ella en el interior del vehículo.

Raúl y David no se separan de ellos, la camioneta siempre unos metros detrás. Esa plaza frente a la institución que tiene varios carros parqueados y algunos compañeros caminando, saludándose y conversando animadamente y otros dispuestos para ingresar, parece que por arte de magia o del control remoto de "Todopoderoso"* le pusieran pausa a la escena, los dos vehículos se detienen y Carlos Alberto baja a la velocidad del rayo a abrir la puerta del copiloto, antes de bajar se haya con las mejillas llenas de color y esa sonrisa que desde hace unos días no la abandona, durante el camino le pidió que no fuera a hacer ninguna escena frente a su trabajo, "me da mucha vergüenza", parece que eso lo divierte mucho porque no hace más que sonreír.

– Nos vemos más tarde... – dándole la mano ayuda a que salga de su lugar, quedando frente a él – Te recojo aquí mismo, solo llámame y vengo por ti.

– No es necesario, puedo caminar hasta la casa

– Lo sé, pero no vamos a la casa, así que me esperas aquí y le dices a Alma y Aurora que están invitadas, que por favor vengan con nosotros.

– No me digas lo que tengo que hacer... – hay un dejo de molestia ante la imposición de él, cosa que hace que el acelerado corazón de Carlos Alberto se enternezca.

Un beso tierno en los labios y la protesta es acallada sin previo aviso.

– Está bien, nos vemos después, debemos hablar de mi viaje, ese tema está pendiente. – chasquea la lengua y sonríe para ella, dejando una duda en Paulina, quiere saber que significa esa mirada, pero últimamente con él todo son sorpresas – no me asustes, debo irme es realmente tarde.

Se despiden con un fugaz beso en los labios y él solo la observa caminar hacia la entrada, en su vida pensó que una mujer le haría sentir tanto, cada día se siente más perdido, sus pensamientos solo pueden bailar alrededor de ella, dejándolo cada día más enamorado. Al desaparecer los dos vehículos de la plaza continúa el ritmo de los que allí están.




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