Una hora antes
Verónica, Jesús y Sebastián se encuentran tomándose fotos cobijados por la sombra de un kiosko de palma muy cerca del mar, hasta el momento parece que no han dejado rincón del lugar que no haya sido captado por el lente de sus teléfonos celulares, conversan super animados de lo bien que la han pasado, de los partidos de fútbol que vienen, de lo bien que ha jugado James Rodríguez y de los posibles rivales de Colombia en la siguiente fase del mundial.
Carlos Alberto se acerca al trío más joven del lugar y se sienta para conversar con ellos de un tema muy serio para él.
– ¿Cómo la están pasando? – con esa sonrisa que siempre le dedica ellos los mira y detalla que se encuentran bastante bronceados, en especial Jesús que al parecer se ha dejado más tiempo del debido, su piel blanca refleja más el efecto del astro rey sobre él. – pronto estará listo el almuerzo, pueden colocarse ropa seca, si quieren...
– Este paseo ha sido genial, nunca la habíamos pasado tan bien. – dice sonriendo Sebastián sin dejar de lado su acostumbrado tono formal.
– Cheverísimo, si pudiera me quedara aquí, viviría siempre en esta casa. – afirma Vero, cambiando la forma de su cabello con su mano.
– Gracias por invitarme a mí también, esto es súper cool. – también anota Jesús, dándole un pulgar hacia arriba.
– Me alegra, esa era la idea, quiero que la pasen muy bien. – hace una pequeña pausa y levanta sus anteojos oscuros sobre su cabeza – solo falta una cosa más para que todo sea perfecto y para eso los necesito a ustedes dos – señala con su índice derecho a los dos hermanos, los cuáles hacen cargo de no entender nada y levantando una ceja cuestiona – ¿ustedes quieren saber por qué estamos aquí?
– Para pasarlo bien – dice sonriente Jesús y observa como niega el adulto.
– Para descansar – dice con mueca de pereza Sebastián a lo cual nuevamente observa la negativa del hombre frente a él.
– Para compartir en familia – sonríe incrédula Verónica, sospechando que esa respuesta también sería desacertada y recibiendo la misma respuesta.
– Quiero proponerle a su mamá que se case conmigo.
La frase dicha deja a los tres chicos con la boca abierta, durante unos segundos no dicen nada, solo lo miran y luego lo hacen entre ellos. Vero se pone de pie y casi salta sobre Carlos Alberto para abrazarlo con una sonrisa tan amplia que parece un dibujo animado. Se ve feliz. Sebastián al reaccionar hace gesto con su puño, como lo hace algún jugador de fútbol en señal de victoria y se escucha un "yes" de emoción.
– ¿Qué es lo que hace falta? – pregunta curiosa, como siempre, Vero.
– Debo entregarle esto... – Abre una pequeña caja de terciopelo negro y les muestra el contenido, es una aro en oro blanco en el que se encuentra anidado un hermoso, cristalino y perfecto diamante, cuando lo observas más detenidamente puedes ver unas líneas gravadas a cada lados de la piedra que no son más que pequeños peces que nadan a su alrededor, es tan delicado, las líneas son tan finas, es simplemente perfecto – a su mamá y solo espero que diga que sí.
– Que bonito – Dice Sebastián, mirándolo de cerca.
– Para eso no nos necesitas a nosotros – señala Verónica con una sonrisa.
– Se equivocan, ustedes serán lo más importante en ese momento. ¿Creen que dirá que sí? – dice rascando la parte posterior de su cabeza.
Dicho esto, cierra la pequeña caja y la coloca al interior del bolsillo de su bermuda. Cuenta a detalle lo que va a hacer y cómo intervendrá cada uno en su momento. Felices palmean sus manos y se acercan a la zona social de la casa, donde los adultos se encuentran en diferentes grupos; Julio, Jorge Armando, Jacobo y Edgar, el esposo de Aurora, se encuentran en la mesa de billar recibiendo clases del "máster en billar" Julio Valiente. Las mujeres están revoloteando por la cocina terminando una competencia de postres, que de seguro terminará en unos cuantos kilos más para muchos. Por último, los tres jóvenes, Amalia, la hija de Alma, Helena y Eduardo, hijos de Aurora, están tendidos a la orilla de la piscina, disfrutando del último día que la tendrán disponible.
Solo cuatro de los visitantes no se ven por ningún lado, nadie se ha percatado de su ausencia.
***
– Sebas, Vero... Necesito hacerles una pregunta muy importante – ambos adolescentes se levantan y se colocan a cada lado de su madre, agarrando sus manos – ¿Aman a su mamá?
– Si, señor. – dicen al unísono sonriendo y miran a su progenitora con complicidad.
– Saben lo importante que es ella para mí, saben que quiero que ella sea feliz y que se sienta tranquila. Yo sé lo importante que son ustedes para ella por eso, aquí, a ustedes, delante de todas las personas realmente importantes para nosotros, les quiero hacer una pregunta realmente importante... – la pausa que hace es solo para mirar el incrédulo y sonrojado rostro de Paulina que parece negar levemente – ¿aceptarían que yo le proponga a su madre que sea la dueña de mi pecera, perdón de mi corazón, por el resto de nuestros días, ante todos ustedes y ante Dios?
Todos los presentes miran expectantes el rostro de Paulina que, con el bronceado ganado en los últimos días, parece que tuviera un bombillo interno, se siente tan sonrojada por la situación que preferiría ser un avestruz en este instante, así esperaría a que pase el momento y luego saldría a enfrentar lo que ya hubiese pasado. Esa sonrisa nerviosa que aparece en su rostro cada vez que hay algo incómodo donde ella se encuentra se hace presente y mira a Cecilia tratando de encontrar una respuesta en su rostro, pero está se haya inexpresiva, no puede descifrar lo que su madre está pensando en ese momento. El rostro de Carlos Alberto está sonriente, radiante. Sus hijos tiran de su mano intentando que quede al mismo nivel de ellos, cuando lo hacen ambos besan sus mejillas al tiempo y miran a Carlos Alberto asintiendo con su cabeza y una gran sonrisa en sus labios.