Adeline
Caminar por los jardines del castillo se ha vuelto una tortura.
El aire es denso, el silencio pesa, y cada paso parece recordarme que ya no pertenezco aquí.
Desde que Chloe llegó, todo cambió. Las miradas, los murmullos... incluso él.
Ya no es el mismo. O quizás nunca lo fue.
—Sabía que te iba a encontrar aquí —su voz me corta el pensamiento.
No necesito girarme para saber que es Káiser.
Su presencia es como una orden; el aire se detiene.
Lleva el uniforme de gala, ese que usa solo cuando debe ejercer como Rey.
Me enderezo, evitando mirarlo.
—No pensaba verlo aquí, mi señor.
Su ceño se frunce apenas, como si la palabra señor le disgustara.
—Te dije que no me llames así —su voz es grave, seca—. No estás en posición de esconderte por los jardines. ¿No deberías estar en tus clases?
—Hoy decidí tomarme un descanso —respondo, sin mirarlo—. Además, no creo que a su prometida le agrade que me vea cerca de usted.
Lo escucho acercarse. Cada paso suyo suena calculado, como si pesara el suelo.
—Mi prometida no tiene por qué opinar sobre lo que hago —dice, casi susurrando—. Pero sí tiene razón en una cosa: no deberías estar donde no se te llama.
Sus palabras me hieren más de lo que esperaba.
No me atrevo a contestar.
Él se detiene a mi lado, tan cerca que puedo sentir su respiración.
—He notado que te ausentas, que tus entrenamientos se están volviendo un desastre —dice con voz contenida—. ¿Acaso olvidaste quién te dio refugio?
Lo miro, y por un momento sus ojos se encuentran con los míos.
No hay calidez, solo hielo.
—No lo olvidé —respondo, apenas un hilo de voz—. Pero hay cosas que no entiendo.
Él sonríe, una sonrisa amarga.
—No necesitas entender nada. Solo obedecer.
Esa es la diferencia entre tú y yo, Adeline: tú sigues las órdenes, yo las doy.
Sus palabras me atraviesan.
Quisiera gritarle, preguntarle por qué cambió, por qué me mira como si yo fuera su error.
Pero me muerdo la lengua.
—Si eso es todo, con su permiso, me retiro.
—No he terminado —su tono sube apenas, suficiente para congelar la sangre—.
Dime una cosa, ¿sigues teniendo esas visiones?
No sé si contarlo.
—No —miento.
Él se inclina un poco, como si buscara leerme el alma.
—Aprende a mentir mejor. Tus ojos te delatan.
Si algo ocultas, lo descubriré. Y te juro que esta vez no seré benevolente.
Me tiembla el pecho.
No es miedo... es rabia, tristeza, confusión, todo junto.
Me doy la vuelta, intentando mantener la calma.
—Puede hacer conmigo lo que quiera, Alteza —digo, con voz quebrada—. Ya no me queda nada más que perder.
Él me mira fijo, pero no responde. Solo gira sobre sus talones y se marcha.
El frío que deja a su paso es peor que cualquier castigo.
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Káiser
Cada palabra suya me persigue.
"Ya no me queda nada más que perder."
¿Y por qué siento que eso me duele?
No debería importarme. No ella.
Pero sí me importa. Y ese es mi problema.
Camino por el pasillo del castillo, los guardias se apartan sin decir palabra.
Ya nadie me mira a los ojos. Saben que no deben hacerlo.
Mi humor ha cambiado; todos lo sienten.
—Mi amor —Chloe se cruza conmigo, con esa sonrisa perfecta que tanto me irrita—.
Tenemos que hablar de la boda. Faltan pocos días, y aún no me has dicho cómo quieres el ritual.
—Hazlo como quieras —respondo sin mirarla—. Pero recuerda que el ritual se hará antes de la luna llena. No habrá unión física esa noche.
Ella sonríe.
—No te preocupes, alteza, eso puede esperar. Lo importante es que el consejo vea que estamos cumpliendo. Aunque... me intriga algo. ¿Por qué tanta atención en esa chica?
—Cuidado con lo que dices —mi voz suena tan fría que ella retrocede un paso—. Adeline es mi responsabilidad. No más.
—Claro —murmura—. Tu "responsabilidad".
Me acerco, casi sin darme cuenta.
—Si la tocas, Chloe, si siquiera la humillas... te juro que no necesitaré al consejo para decidir tu destino. ¿Entendido?
Ella palidece.
—Solo era una pregunta.
—Bien. Ahora encárgate de tus preparativos. Tengo asuntos más importantes que discutir.
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(Poco después)
Uno de mis guardias entra corriendo a la sala.
—Señor, vimos movimiento en la frontera norte. Vampiros... de la corte.
Mi mandíbula se tensa.
—¿Estás seguro?
—Sí, mi señor. Uno de ellos llevaba el emblema de Vlad.
Vlad.
El nombre que todavía arde como una cicatriz.
Recuerdo sus palabras:
"Un día volveré. Y ese día no tendrás a quién proteger."
Golpeo la mesa con el puño.
—Pongan a todos en alerta. Nadie entra ni sale del castillo.
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Adeline
Esta noche no puedo dormir.
La luna brilla como si se burlara de mí.
Sus palabras siguen repitiéndose: "Solo obedecer."
No sé qué hice mal. No sé si me odia o si se odia a sí mismo por algo que no entiendo.
Pero algo dentro de mí se revuelve, como si mi loba despertara.
Siento una punzada en el pecho. Un nombre.
Vlad.
No sé por qué, pero lo siento cerca. Como una sombra antigua.
Como si algo del pasado estuviera a punto de regresar...y destruirnos a todos.
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Vlad
Desde la torre más alta del castillo olvidado, observo el cielo teñido por la luna. Mis ojos, rojos como la sangre que me arrebataron, reflejan un solo pensamiento ya mis guardias deben estar llegando a la manada y yo estaré apunto de partir.
—Te lo advertí, Káiser —susurro—.
Y esta vez... no pienso fallar.
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