El Corazón del Alpha

Capitulo 22: La Luna Roja y la Caza

Adeline

El aire de la fortaleza era distinto al del castillo: más denso, cargado de poder y de silencio. Cada paso que daba hacía eco en los largos pasillos de piedra, recordándome que ya no pertenecía a la manada. Dejar todo atrás, dejar a Káiser, fue un golpe que aún dolía en mi pecho. Pero debía ser fuerte. Tenía que cumplir con lo que me esperaba aquí.

"Esto parece de otro mundo"

Tienes toda la razón

Vlad me condujo hasta un amplio salón iluminado por la luz de las antorchas. Allí, dos figuras pequeñas pero imponentes me observaban con atención. Mi respiración se detuvo por un instante. Sus ojos eran mezcla de misterio y desafío, y había algo en ellos que me hizo sentir un vértigo extraño.

—Adeline —dijo Vlad, con voz firme pero cálida—. Quiero que conozcas a Madison y Matthew. Son... especiales, como ya habrás notado.

Los niños se miraron entre sí, evaluando si debían confiar en mí o no. Madison, la más pequeña, inclinó la cabeza con curiosidad y habló primero:

—¿Tú eres la mujer que sales en mis sueños? —preguntó con un tono que era a la vez desafiante y expectante.

—tal vez —respondí, agachándome un poco para ponerme a su altura—. Soy Adeline. Vine aquí para cuidarlos

Matthew frunció el ceño, cruzando los brazos, evaluándome con ojos penetrantes.

—¿Y por qué deberíamos escucharte? —dijo con voz grave para su tamaño, aunque una chispa traviesa brillaba en sus ojos.

—Porque quiero que estén seguros —le respondí, tratando de transmitirles mi determinación—. Y porque también quiero aprender de ustedes.

Hubo un silencio tenso, pero luego Madison dio un paso adelante, tocando mi mano con cautela.

—¿Nos enseñará cosas de lobos? —preguntó, con un brillo de emoción en su voz.

—Sí, cosas de lobos... y algo más —sonreí ligeramente—. Cosas que les ayudarán a sobrevivir.

Matthew se acercó, más confiado ahora, y tocó la capa roja que Vlad había colocado sobre mis hombros como símbolo de preparación y protección.

—¿Eso te hace más fuerte? —preguntó, curioso.

—De cierta manera —le respondí—. Pero la verdadera fuerza viene de lo que llevamos dentro, no de lo que vestimos.

Luna permanecía a un costado, observando cada gesto, cada sonrisa, cada pequeño triunfo. Su asombro se mezclaba con incredulidad. Era como si cada descubrimiento sobre ellos la acercara a algo que había perdido hace mucho, y yo entendía su silencio.

—Ellos son muy especiales —susurró Luna, más para sí misma que para nadie—. Y no entiendo cómo...

—No importa —le respondí suavemente, tocando su brazo—. Lo importante es que están aquí, y que ahora tenemos que aprender a confiar unos en otros.

Los pequeños comenzaron a acercarse más, todavía cautelosos, pero mostrando interés. Madison me imitaba en cada movimiento, tratando de seguir mis gestos mientras enseñaba técnicas básicas de defensa y de movimiento. Matthew, más independiente, se quedaba atrás, observando, pero pronto comenzó a copiar también, curioso y travieso.

—¡Mira! —exclamó Madison—. ¡Puedo hacerlo igual que tú!

—Muy bien —sonreí—. Eso es. Solo necesitan práctica y paciencia.

Los observé, y por un instante, me olvidé de mi dolor, de Káiser, del castillo que dejé atrás. Aquí, entre estas paredes, entre estos ojos curiosos y desafiantes, sentí una chispa de esperanza. Podía ser su guía, su refugio, y al mismo tiempo aprender de ellos.

...

El cielo comenzó a teñirse de un rojo profundo. Vlad me había entregado la capa roja que Káiser me había dado antes de partir. La tomé entre mis manos, sintiendo su peso y su promesa de protección.

—ella te protegerá —dijo Vlad—. No completamente, pero sí lo suficiente para que la bestia no te alcance del todo.

Me la puse sobre los hombros, ajustándola cuidadosamente nuevamente. El rojo intenso me recordaba a Káiser, a su poder, a la distancia que ahora nos separaba. Mi corazón latía con fuerza mientras miraba cómo la luna se elevaba en el cielo, presagio de la violencia que estaba por llegar.

—Debes estar alerta —me advirtió Luna—. La luna roja despierta al Alfa. Y cuando su lobo salga, nadie está a salvo, ni siquiera tú.

Tragué saliva. Sabía que cada palabra era verdad. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda: la bestia que amaba y temía estaba a punto de liberarse.

...

La luz del día se desvanecía lentamente, dejando un crepúsculo gris que hacía que las sombras se alargaran y el bosque se llenara de susurros. Me adentré sola entre los árboles sé que fue mala idea pero tenía curiosidad. La capa roja cubriéndome los hombros, cada paso resonando sobre la tierra húmeda y las hojas secas.

El miedo no me abandonaba. Lo sentía como un nudo en el estómago, un frío que se colaba por mi espalda. Sabía que no estaba sola. Podía sentirlo.

"Adeline Alan esta aquí... el lobo de Kaiser está aquí nos encontró"

—Alan... —susurré, usando el nombre que Vlad me había enseñado—. Si estás aquí... no me hagas daño.

Un silencio profundo me respondió, y la brisa pareció cargar un aroma metálico, a hierro y tierra. Mi corazón se aceleró. Mis ojos se abrieron de par en par cuando, entre las sombras, apareció. Su tamaño era imponente, la pelambre negra y brillante manchada de sangre. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, listo para atacar. Mis sentidos gritaban peligro.

—Lo siento... —susurré, más para mí que para él—. Pero si vienes a matarme, no... no puedo...

Alan se detuvo a unos metros. Sus ojos, dorados y feroces, me atravesaban. Sentí algo extraño: no era solo el lobo de Káiser, era Káiser mismo, su fuerza, su furia y su instinto de depredador concentrados en esa forma. Cada movimiento suyo hablaba de la violencia que podía desatar.

—Tú... eres la humana que desafía a mi Alfa —pareció decirme con cada mirada, cada gruñido bajo y gutural.




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