Adeline
El bosque estaba silencioso, salvo por el crujido de las ramas bajo mis pies y el susurro del viento que agitaba la capa roja sobre mis hombros. La luna roja iluminaba todo, tiñendo de sangre las hojas y las sombras. Cada paso hacía que mi miedo creciera; podía sentirlo, podía olerlo. Alan... Káiser.
—Káiser... —susurré, la voz temblando—. No quiero que lastimes nada...
El lobo gruñó, profundo y bajo, haciendo vibrar el aire. Sus músculos se tensaban, listo para devorarme, para romper todo a su paso. Cada fibra de mi ser me decía que huyera... pero algo más me mantenía allí: el vínculo que sentía con él, la chispa de humanidad que aún podía tocar.
—Adeline... —su voz resonó en mi mente, la humana y la bestia al mismo tiempo—. No puedes detener lo que soy...
—Sí puedo —dije, levantando la capa roja, temblando—. Sé que todavía estás ahí... dentro de la bestia. Mírame... recuerda quién eres.
El lobo titubeó, como si comprendiera mis palabras, y por un instante sus ojos se suavizaron. Di un paso más, extendiendo la mano hacia su hocico. El contacto fue eléctrico; sentí la fuerza y el poder de la bestia, pero también un hilo de Káiser, el hombre que amaba.
—Alan... Káiser... —susurré—. No quiero pelear contigo. Solo... ven a mí.
El gruñido se volvió un suspiro. Y entonces comenzó a cambiar: el pelaje se encogió, los músculos se relajaron, y ante mis ojos apareció Káiser, humano, tembloroso, poderoso y vulnerable a la vez.
—Adeline... —dijo, su voz ronca, cargada de emoción—. Te encontré... no sabía si podrías soportarlo... si podría soportarlo yo.
—Yo... yo estaba aterrada —susurré, temblando mientras lo abrazaba—. Pero... te sentí ahí... siempre ahí...
Sus manos me rodearon con firmeza y delicadeza al mismo tiempo, presionando mi cuerpo contra el suyo. Sus labios encontraron los míos con desesperación y deseo, como si cada beso pudiera borrar los miedos y la distancia de los últimos días.
—No... no puedo... dejarte ir —gruñó, sus dientes rozando apenas mi piel—. Cada vez que pienso en perderte... ardo por dentro...
—Káiser... —dije, jadeando—. Entonces quédate... quédate conmigo... aquí, ahora...
Sus labios bajaron por mi cuello, sus manos recorrieron mi espalda, y sentí cómo cada miedo, cada tensión, cada deseo reprimido se consumía en él.
—Adeline... eres mía —susurró cerca de mi oído—. Mi bestia, mi humana... mi todo.
—Y tú eres mío —respondí, tomando su rostro entre mis manos—. Y no dejaré que nada ni nadie nos separe...
Nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo desesperado, mientras sus manos exploraban, tocaban y reclamaban cada parte de mí. Sus labios, su aliento, el calor de su cuerpo me envolvieron en un fuego imposible de apagar. La luna roja iluminaba nuestra unión, pero no nos definía; lo que nos unía era nuestra fuerza, nuestra pasión, y la certeza de que juntos podíamos contener cualquier bestia.
—Quiero sentirte... —susurré, perdiéndome en su mirada—. Quiero que seas mío... sin la bestia... solo tú...
—Solo tú —repitió, mientras su lobo interior rugía pero se contenía bajo nuestra conexión—. Te juro que solo tú...
Y en ese instante, en el bosque, bajo la luna roja, nos consumimos uno en el otro, cuerpo y alma fusionándose, dejando atrás el miedo y abrazando la pasión. Cada suspiro, cada roce, cada latido nos recordaba que, aunque Káiser era la bestia, también era el hombre que amaba... y yo había logrado traerlo de vuelta a mí.
Cuando finalmente nos separamos, él me sostuvo cerca, su respiración aún agitada, su mirada intensa y vulnerable al mismo tiempo. La luna roja reflejaba nuestros cuerpos entrelazados, pero yo sabía algo: no importaba el peligro afuera, ni la bestia que podía despertar... mientras estuviéramos juntos, podíamos enfrentar cualquier cosa.
—Nunca te dejaré —susurró él, acariciando mi rostro—. Ni siquiera la luna roja... ni yo mismo.
—Y yo nunca te dejaré —respondí, apoyando mi frente contra la suya—. Juntos... siempre.
...
El bosque estaba en silencio. La luna, aún roja en lo alto, iluminaba cada rama, cada hoja, y también mi corazón latiendo con fuerza. Sabía que este momento era inevitable: tenía que despedirme de Káiser, aunque el dolor me desgarrara por dentro.
—Adeline... —dijo él, su voz baja, cargada de emoción y tensión—. No sé cómo soportaré esto...
—Yo tampoco... —susurré, apoyando mi frente contra la suya—. Pero tenemos que hacerlo. Por todos... por la manada, por lo que viene.
Sus manos temblaban apenas al rodearme. Cada roce me quemaba, cada suspiro suyo me hacía desear quedarme allí para siempre. Pero sabía que no podía. Su boda con Chloe era inminente. Y Kieran y Amara también se acercaban a su unión.
—Prométeme algo —dijo, mirándome a los ojos con intensidad—. Que cuidarás de ti misma...
—Lo prometo —dije, con la voz rota—. Pero prométeme que... que nunca olvidarás lo que somos... lo que fuimos...
—Nunca —repitió, apretándome contra su pecho—. Siempre te recordaré... y siempre te esperaré, aunque sea imposible.
Nos abrazamos largo tiempo, intentando guardar cada segundo, cada aroma, cada latido. Sabía que este sería nuestro último momento juntos antes de separarnos por un destino que ninguno de los dos había elegido.
—Tengo miedo —susurré—. De perderte... de perderme... de lo que voy a ser.
—No lo harás —dijo, acariciando mi cabello—. No importa qué pase, siempre serás mía, incluso cuando cambies.
Sentí el calor subir por mis venas mientras la luna tocaba la capa roja. Una energía nueva comenzó a recorrerme, un fuego interior que hacía que mi piel se erizara. Mi cuerpo comenzó a transformarse, y mis sentidos se agudizaron: olfato, oído, fuerza... todo cambiaba mientras mi forma humana cedía paso a la loba que siempre había estado dentro de mí.
Káiser me miró, y sus ojos se llenaron de asombro y un dolor profundo. Pude ver la bestia luchando dentro de él, intentando contenerse ante la visión de mi poder.