Adeline
Caminé por el pasillo de mármol del templo sagrado, cada paso retumbaba como un latido que quería escaparse de mi pecho. Las antorchas encendidas proyectaban llamas largas que danzaban en los muros tallados con antiguos símbolos de unión y sacrificio.
Llegué al final del corredor justo cuando los tambores se hicieron más suaves y los susurros de los invitados se desvanecieron en un murmullo tenue. Frente al altar, bajo el arco de piedra, estaban él —Kaiser— y ella —Chloe—. Ella vestida con un vestido blanco perlado que brillaba al fuego de las antorchas; él con la capa de cuero oscuro y el emblema de la manada en el pecho, perfecto como un rey que cede parte de su corona.
El clérigo levantó la voz, grave como trueno lejano.
—"Nos hemos reunido aquí, en presencia de testigos y del viejo pacto..." —comenzó
— "Para que dos almas se unan en juramento, hasta que la muerte o lo que sea más allá les separe".
Kaiser dio un paso hacia Chloe.
—¿Tú, Kaiser, aceptas a Chloe como tu esposa, prometiendo amarla, honrarla, protegerla —en los días de sol y en las noches de tormenta, en salud y en sombra—, hasta que todo termine?
—Sí —contestó él, y su voz resonó en mi costado, haciéndome retroceder un poco aunque permanecí firme.
Se giró hacia ella.
—¿Tú, Chloe, aceptas a Kaiser como tu esposo, prometiendo ser su compañera, guardar fidelidad, compartir su trono, su sangre y su destino?
—Sí —respondió ella, su sonrisa tan tersa como el canto de un ave, pero con filo en los ojos.
Yo respiré hondo. Sentí el aroma de la madera antigua, del incienso que quemaba en los cálices, y algo más: la traición que se me acercaba con paso lento.
El clérigo tocó un pergamino con trazo dorado.
—Ahora, por el poder que me ha sido conferido, les declaro marido y mujer. Pueden sellar su pacto... con un beso.
Ellos se besaron. A mi lado, las flores blancas cayeron como lluvia ligera. Pero para mí, cada pétalo fue un suspiro que no podía liberar.
Cuando se separaron, Chloe me miró. Un segundo tan breve, y vi toda la crueldad: su triunfo silencioso.
Kaiser me encontró con la mirada. En sus ojos había dolor —pero también resignación—.
La ceremonia continuó con el intercambio de anillos: un aro de plata para ella, un aro de hierro oscuro para él. Sellaron el juramento mientras yo sentía que mi mundo se cerraba lentamente a mi alrededor.
Los invitados aplaudieron. Las antorchas chisporrotearon. El eco del aplauso se llevó una parte de mí.
Al volver la vista hacia los muros del templo, sentí que nadie más veía lo que yo veía: un juramento que no era solo de dos —era una guerra anunciada, un contrato escrito en sombras.
Me retiré a mi asiento, conteniendo las lágrimas que amenazaban brotar. Los invitados comenzaron a levantarse, a intercambiar abrazos, a brindar. Yo me levanté también, porque debía caminar entre ellos, pero mi corazón se quedó en ese altar, con los votos que se habían dicho.
Y en lo profundo, supe que aquello no era solo su boda: era mi herida abierta.
....
El banquete posterior a la boda parecía un festín sacado de otra vida. Las mesas estaban llenas de manjares que ni podía mirar, candelabros colgando del techo como soles de fuego, y los invitados reían y conversaban, pero yo veía el vacío detrás de cada gesto. Caminé entre ellos con la cabeza erguida, intentando que nadie notara la piedra que llevaba en el pecho.
Kaiser estaba cerca del centro, junto a Chloe, y por un instante nuestras miradas se cruzaron. Dolor y arrepentimiento en sus ojos. Quise acercarme, decir algo, pero Chloe estaba allí como un muro. Sus labios curvados en esa sonrisa que prometía destrucción contenida me lo impedían.
Me apoyé contra una columna tallada y respiré hondo. Sentí a mis padres acercarse, con la misma mezcla de orgullo y miedo que siempre mostraban. Nolan y Eloise no estaban lejos, vigilando, susurrando palabras de apoyo que sólo yo podía escuchar.
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Chloe
¡Ah! Qué glorioso triunfo.
Todo estaba saliendo como lo planeamos. Kieran a mi lado, Amanda sirviendo sus pequeñas intrigas, y Adeline... oh, Adeline allí, intentando ser fuerte, intentando no demostrar que le dolía. Me acerqué a ella con la dulzura de una rosa venenosa:
—Qué valiente, viniendo a vernos —dije suavemente, dejando que mis palabras se clavasen en su orgullo.
—No vine a entretenerlos —respondió, firme, y me encantó la certeza en su voz.
Kieran sonrió desde la distancia. Amanda inclinó la cabeza, satisfecha. Todo estaba en su lugar. Todo sería perfecto.
—Esta noche veremos cómo se desmorona todo —susurró Kieran a Amanda.
—Sí —respondió ella—. Cada movimiento calculado, cada gesto... ellos ni lo sospecharán.
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Kaiser
Mi lugar estaba con Chloe, atado a su lado por deber y por apariencia. Pero mis ojos no podían ignorar a Adeline. Cada gesto suyo era un golpe que no podía esquivar. Sentí culpa y deseo en la misma respiración, y la impotencia me envenenaba.
Intenté acercarme a ella durante el brindis, pero Kieran y Amanda parecían percibir cada movimiento y me bloqueaban sin palabras. Me sentí atrapado, consciente de que los votos que pronuncié la habían convertido en mi prisión tanto como en mi cadena.
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Adeline
Mis padres llegaron hasta mí. Sus miradas buscaban compasión, protección... pero ya no necesitaba ninguna de esas cosas.
—Adeline —dijo mi madre, con suavidad forzada—. No pensé que estarías aquí.
—He venido porque debía —respondí, firme—. No vine a pedir nada.
Mi padre me miró con la intención de tocarme, de ofrecer apoyo, pero se detuvo. Yo no soy la niña que necesitan salvar.
—No soy la que creen. No soy frágil. No soy sólo humana —dije con voz clara, dejando que mi postura hablara por mí.