El Corazón del Alpha

Capitulo 28: Renacer entre Ruinas

Kaiser

La lluvia golpeaba como puños contra la piedra antigua del castillo. El viento traía consigo fragmentos de olor a humo y ceniza que me recordaban cada casa quemada, cada grito que una vez llenó las calles de la Amanda. No hay olor que me haga retroceder. Todo me empuja hacia adelante, hacia el filo.

Desde la torre más alta observé la tierra que ya no es mía. Donde antes hubo risas, mercados y manos que trabajaban juntas, ahora solo hay memoria y hueso. Fue la manada la que se fue. La gente que debí por proteger, los que murieron por culpa de la ambición de Kieran, ya no existe. Esa ausencia pulsa dentro de mí como un motor que no conoce descanso.

Luna apareció en el umbral, empapada, con la capa arrastrando barro. Sus ojos estaban hinchados de noches en vela. Cuando me miró no vi súplica, vi la misma resignación que me habita: entendía que no quedaba otra salida.

—Llegaron —dijo—. Vlad y los que quedan del séquito han cruzado el paso. Traen noticias.

La oscuridad me asaltó como un animal. Bajé las escaleras con pasos medidos. Cada escalón era un juramento: si la manada fue borrada, no quedaría nada la destruyeron que yo no haya desmembrado.

El portón del patio chirrió y ellos entraron. Vlad montado, la capa hecha jirones, impregnada de barro; Luna con la mirada clavada en mí primero, y después hacia el interior del castillo, como si buscara confirmación de lo que ya sabía: yo no era el mismo hombre que había partido.

Vlad dejó caer las riendas y al acercarse, la lluvia lo dejó envuelto en un halo oscuro. Me miró sin cortesía, directo, práctico.

—Se alzan agrupaciones hacia el norte —dijo—. Kieran concentra hombres y recursos. No parece un ataque menor.

—Entonces que vengan —respondí, y no fue valentía lo que habló, sino una promesa con sabor a hierro—. No habrá refugio para ellos.

Luna dio un paso y dejó caer una bolsa con cartas y mapas sobre la mesa del salón principal. Se notaba que había recorrido pueblos fantasmas. En cada pliego, marcas en rojo mostraban aldeas arrasadas, hogares incendiados. Cada pequeño punto era la manada multiplicada por la memoria de los que aún respiran.

—No puedes hacerlo solo —murmuró Vlad—. Necesitas estrategia, alianzas. La venganza sin orden es muerte inútil.

Lo miré largo rato. Había verdad en sus palabras, pero mis venas estaban repletas de ceniza, y la lógica del hombre que fui ya no me guiaba. Quería que la tierra bebiera sangre y que sus muros gritaran con el final del que ordenó la matanza.

—¿Qué propones? —pregunté, lento.

—Ataque coordinado en la Colina Negra. Nolan y su escuadrón tomarán la flaqueza oriental; nosotros los flanquearíamos por la quebrada. Si Kieran cae cogido en el fuego cruzado, se desmoronará su mando.

Nolan. Un nombre joven y una esperanza que no sentía mía. Lo miré en mis mapas con la misma frialdad con la que se observa un peón en un tablero. Podía morir. Podía convertirse en líder. Podía servir. No había lugar para sentimentalismos.

Mientras discutíamos rutas y tiempos, la puerta se abrió con la lentitud de quien sabe que entra en un nido de víboras. Ella entró como siempre: con ese aroma dulzón que me envenenó la memoria de otras pérdidas. Chloe.

La vi desnuda de excusas desde el primer instante. Por sus ojos, por esa manera de tragar saliva, supe lo que traía: palabras envenenadas o confesiones que buscaban salvar su piel. No podía permitirme creer en redenciones de domingo.

—Kaiser —dijo con voz quebrada—. He venido a decir la verdad.

La sala se tensó. Vlad tensó la mandíbula. Luna apretó los dedos sobre la mesa como si quisiera retener el mapa por temor a que se desangrara sobre él.

—Adelante —le concedí, sin perder el control.

Su relato fue un hilo: Kieran la usó, la chantajeó, la manipuló. Cada excusa cayó con la misma gravedad que las cenizas sobre la Amanda. ¿Qué importa ahora? ¿Qué excusa justifica la quema de casas, los cuerpos enterrados sin nombre? No quería más palabras; quería información que cerrara bocas y ventanas, que extinguiera la chispa del tirano.

—Dime cada movimiento —ordené—. Dime con quién negocia, dónde guarda su retaguardia. Si engañas, te arrancaré la mentira con las manos.

"La tenemos que matar Kaiser ella no puede morir"

Yo se lo que haré con ella Zeus

Sollozó, y la vulnerabilidad en su cuerpo me sirvió más que su muerte: miedo útil para extraer verdades. Le di órdenes precisas: confinarla, vigilarla, usarla como la fuente que sería para enterrar a Kieran en su propia red.

Esa noche no hubo tregua para el alma. Me senté frente al fuego con los mapas abiertos. Las marcas rojas brillaban como heridas; la manada aparecía como un hueco que no dejaría de latir dentro de mí. Recordé las voces, las caras. Recordé la promesa que hice sobre los escombros: no habría olvido. Que todo lo que respirara con el sello de su crimen sentiría mi juicio.

ADELlNE

Me alejé del castillo como quien huye de un naufragio. No por miedo a la furia, sino por no convertirme en su espejo del todo. Caminé entre árboles húmedos, con la tierra meciéndose bajo mis pies, recordando los días en que su risa llenaba plazas y el olor a pan recién hecho no era un recuerdo.

La noticia de la Amanda me llegó como una carta que nunca debiste leer. Todo lo que conocía de aquel mundo se desvaneció en cenizas, y con ello parte de lo que éramos. Kaiser ya no buscaba gobernar, buscaba venganza. Y donde la venganza crece, la calma muere.

Me detuve en un claro y dejé que el frío me cortara. No era sólo su sombra la que me alcanzaba, sino la mía propia: la culpa de habernos alejado, de no haber sentido antes lo que se asomaba, de no haber sujetado su mano cuando más lo necesitaba.

—No te dejes caer —me dije. —Aún puedes volver.

Pero sabía que las palabras eran débiles contra las decisiones que el dolor forja. Si él quería incendiar el mundo por lo perdida de la mitad de la manda, poco podría hacer para detenerle sin morir intentándolo. Y aún así, el lazo que nos unió no se deshizo por completo. La voz que me unía a él latía como una cuerda tensa: podía romperse, pero la tensión persistía.




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