Kaiser
El viento olía a hierro.
A promesas rotas.
A ella.
Frente a mí, Kieran me observaba con la misma sonrisa con la que me arrebató todo.
Habían pasado años, pero su voz seguía sonando igual... vacía, podrida de poder.
—Te ves igual que aquella noche —dijo con una mueca—. Aunque te falta algo... o alguien.
Su nombre no fue necesario.
Sophia.
El filo de su nombre aún cortaba dentro de mí.
Mis manos temblaron sobre la empuñadura de la espada. No por miedo.
Por odio.
Por el recuerdo de su cuerpo sin vida en mis brazos.
—Vas a pagar por cada lágrima que hiciste derramar —le gruñí.
Kieran rió. Ese sonido me heló la sangre.
—Oh, lo haré... pero antes quiero que escuches la verdad, Kaiser —dijo, acercándose sin prisa—. No te diré que la maté en frente de nadie. Eso habría sido demasiado burdo. Yo no corro tras cuchillos; corro tras certezas.
—¿A qué juegas? —escupí.
—La dejé sola cuando más me convenía. Le prometí apoyo, le prometí silencio, le prometí protección... y cuando más me necesitó, la ausencia fue mi regalo. Organicé su soledad como otros organizan banquetes. La hice creer que volverías. La puse en el lugar donde nadie vendría. Eso fue mi puñal, Kaiser. No la atravesé con mi espada. La despedazé con mi obra.
Su sonrisa fue lenta, medida, como quien explica una lección a un alumno tonto.
—Cuando su cuerpo calló, lo hizo sintiendo traición. Eso es peor que el dolor físico. La maté siendo invisible en su hora más necesaria. Y te maté a ti en cada segundo que no estuviste a su lado.
El mundo se volvió rojo.
Mi respiración se rompió.
Mi alma también.
Cargué contra él con un rugido que hizo temblar el suelo.
Cada golpe era un recuerdo, cada estocada, una promesa incumplida.
Su risa se mezclaba con el choque del metal, con los gritos de guerra que rodeaban el castillo.
Pero entonces escuché algo.
Un grito.
Pequeño.
Temeroso.
Mis ojos se alzaron y los vi: mis hijos.
Luna y Vlad los habían traído. Estaban ahí... observando la guerra que les había robado a su madre.
Mi pecho ardió.
Ya no podía permitirme caer.
No esta vez.
⸻
Adeline
El aire estaba espeso, casi vivo.
El fuego alcanzaba los muros, y el rugido de las bestias me rompía los sentidos.
Los niños temblaban detrás de mí.
Los abracé con fuerza, como si mis brazos fueran escudos.
Sabía que Amara los quería muertos. Su odio por Kaiser era tan profundo que los niños eran solo un medio para verlo sangrar.
No iba a permitirlo.
Pero algo dentro de mí comenzó a cambiar.
Era una fuerza que no conocía, que dolía y ardía al mismo tiempo.
La luna estaba alta, sangrando su luz sobre mí.
Sentí el poder subir por mis venas, quemar mi piel, desgarrar mis huesos.
Mi respiración se quebró.
Y entonces entendí.
La diosa luna me había elegido.
Mis manos se transformaron. Mi cuerpo ardió.
No grité. No lloré.
Solo dejé que el fuego me envolviera.
Cuando abrí los ojos, el miedo ya no existía.
Solo el instinto.
Salté hacia la línea donde Amara había concentrado sus hombres, pero no fui directo frente a los niños.
Los escondí. Los empujé dentro de una cripta antigua, bajo la penumbra donde solo Vlad sabía rezar. Les apreté las manos y les dibujé promesas con la mirada para que no salieran.
—Quédense —susurré—. No miren. No se muevan. Nadie vendrá por ustedes sino yo.
Los cerré en la oscuridad y luego salí.
Frente a mí, la bestia nació con nombre y con hambre.
Los soldados de Amara cayeron como si tropezaran con su propia muerte.
La sangre los marcó; mis garras no fueron misericordia, sino sentencia.
Pero mi mente, aun en el rugido, buscaba a los ojos de los niños en la sombra, recordándome que cada golpe tenía un destinatario: su futuro.
⸻
Kaiser
Entre la lluvia de fuego, la vi.
Adeline.
Su cuerpo resplandecía bajo la luna, mitad luz, mitad sombra.
Era salvaje, hermosa, imposible de mirar sin sentir algo que dolía.
Por un instante, Kieran se detuvo.
—Así que también ella tiene su maldición —dijo con desprecio.
—No —le respondí, con la voz quebrada—. Ella tiene lo que tú jamás tuviste... un alma.
La palabra me dolió, porque en ella cabía todo lo que había perdido y todo lo que me quedaba.
La tomé del cuello cuando pude acercarme. Su piel se abrió bajo mis colmillos, y su sangre manchó el suelo.
Kieran trató de hablar, pero ya no quedaban palabras.
—Por Sophia —le susurré.
—Ella murió por tus ausencias —escupió con una sonrisa amarga—. Yo solo puse la última piedra.
—No —gruñé—. Ella eligió hasta el final. No tuvo tu veneno como compañero.
El golpe final resonó como un trueno.
⸻
Adeline
Todo se detuvo.
El silencio cayó de golpe, como una manta sobre la tierra herida.
Los niños, dentro de la cripta, respiraron sin saber que su guardiana seguía empapada de furia.
Cuando regresé por ellos, mis manos temblaban. Los tomé en brazos, uno por uno. Sus cuerpos eran ligeros, demasiado jóvenes para cargar con la sombra de una madre muerta.
Vlad me miró con una pregunta sin palabras y yo le dí la única respuesta que sabía dar: piel, calor, promesa.
Kaiser estaba de pie entre los cuerpos, la mirada perdida.
Cuando nuestros ojos se cruzaron, vi algo que no había visto antes: paz.
Una paz triste, rota... pero real.
La luna seguía allí, observando.
Su luz me acarició la piel, y supe que ya no había vuelta atrás.
Yo había nacido para protegerlos.
Y para destruir todo lo que intentara arrebatárselos.
"La luna me marcó con fuego... y ese fuego ahora era mi destino."